Ladrones de bicicletas

Ladrones de bicicletas
Por:
  • larazon

Foto Especial

Toma 1: Roma, 1948.

En una época nublada por el desempleo de la postguerra, un trabajador hundido en la miseria consigue después de mucho buscarlo- un empleo pegando carteles de cine en las bardas de la ciudad. La única condición para el trabajo es tener una bicicleta para moverse fácilmente por las calles y pegar la mayor cantidad de carteles al día. El hombre es tan pobre que había empeñado una bicicleta que tenía para alimentar a su familia, y para recuperarla tiene que empeñar hasta las sábanas de su cama.

Como a muchos hombres de su época, el infortunio lo persigue aunque consiga trabajo. En el primer día de su labor, mientras pegaba un cartel en un muro, un ladrón le roba su bicicleta, y a partir de ese momento su existencia se convierte en un calvario. De inmediato acude a la policía en busca de ayuda, pero las prioridades de los cuerpos de seguridad son otras.

Busca el apoyo de un amigo comunista y los barrenderos de la ciudad, pero su estrategia se pierde entre los tumultos de las plazas. Acompañado por su pequeño hijo, recorre con desasosiego los callejones de Roma. Consulta a una vidente que lo engaña con presagios obvios. Un día inesperado encuentra al ladrón sin su bicicleta, y no encuentra la forma de recuperarla. Su hijo le cuenta su angustia a un policía. Todo resulta en vano.

Entonces el protagonista, desesperado, roba una bicicleta que encuentra a su alcance. El pequeño se queda perplejo. La gente a su alrededor lo descubre, y la multitud lo detiene. El llanto de su hijo los conmueve y lo salva de ser entregado a la policía.

Así termina Ladrón de bicicletas, la película de Vittorio De Sica que marcó el inicio de la época dorada del cine italiano. Los actores que aparecen en la pantalla no son profesionales. Muchos espectadores, marcados por la soberbia actuación del niño, bautizaron a sus hijos con el nombre de Bruno.

Toma 2. Washington, 2012.

Danny Lesh, uno de los muchos ciclistas que recorren las calles de la ciudad, prestó su bicicleta a un amigo. Éste, inocentemente, la dejó amarrada a un poste con un cable de hierro. Un ladrón armado con fuertes pinzas cortó el cable y se llevó la bicicleta. Al igual que el trabajador de la película de De Sica, Danny acudió a la policía. Y de igual forma, le dijeron que tenían otras prioridades.

Pero en esta historia, a más de medio siglo de distancia de Ladrón de Bicicletas, el argumento dio un giro inesperado. Al tratar de vender su botín, el ladrón puso la fotografía de la bicicleta en una de las muchas páginas de ofertas que existen en Internet. Danny reconoció su bicicleta por una calcomanía singular pegada junto al manubrio. Entonces llamó al ladrón, y quedaron de verse para arreglar la compra. En el camino, en una caseta, Danny le habló a la policía para que un agente lo acompañara. Como respuesta, sólo obtuvo otra negativa.

En el encuentro con el ladrón incauto, Danny fingió un regateo. Y con razón, porque su bicicleta la había comprado por 600 dólares en 1998, y el ladrón la malbarataba por 100 dólares. Entonces, para cerrar la compra, Danny le pidió al ladrón que le permitiera dar una vuelta para probarla. Así se subió nuevamente a su bicicleta y no paró de pedalear hasta llegar a su casa. Como corolario, alertó a los usuarios de la página de Internet sobre las bicicletas robadas.

En el cine y en la vida, sobra decirlo, hay finales tristes y felices. Pero también hay puntos de coincidencia. En ambas historias, la moraleja es que la policía no sirve de nada.

Ladrón de bicicletas Director: Vittorio De Sica Reparto: Lamberto Maggiorani, Enzo Staiola y Lianelle Carell Año: 1948