Los misteriosos territorios estéticos del Bosco

Los misteriosos territorios estéticos del Bosco
Por:
  • miguel_angel_munoz

El Museo Nacional del Prado reúne medio centenar de obras, 29 de ellas del artista flamenco; es una ocasión para entender su imaginario onírico, su constante y terrible amenaza del infierno.

Con motivo del V centenario de la muerte del artista flamenco, Jheronimus van Aken (1450-1516), conocido como el Bosco, El Museo Nacional del Prado organizó la mayor exposición monográfica dedicada al pintor. Es sin duda, no sólo la mayor, sino la mejor jamás celebrada, curada de forma excepcional por Pilar Silva Maroto, editora también del excelente catálogo que acompaña la muestra, y que es ya, un referente obligado para los estudiosos del pintor.

“Hay que llegar cuanto antes --bien dice Antonio Muñoz Molina-- y concentrarse en las obras que no pertenecen al museo. Las otras, algunas de las más importantes, están siempre allí, presencias reales en el sentido de George Steiner y en el de Philip de Montebello, el antiguo director del Metropolitan de Nueva York. Hay que llegar cuanto antes al Museo del Prado para no perderse un pormenor, una pincelada, una veladura, el escalofrío teológico y la carcajada de El Bosco, la risa en los huesos”. El Bosco nació y vivió en ‘s-Hertogenbosch (Bois-le-Duc), una ciudad al norte del ducado de Brabante, en la actual Holanda, a la que vinculó su fama al firmar sus obras como “Jheronimus Bosch”.

El museo reúne medio centenar de obras, 29 de ellas de El Bosco, casi la totalidad de su producción, que llegan a Madrid bajo préstamos extraordinarios de museos como el Albertina de Viena, el Metropolitan de Nueva York, la National Gallery de Londres o el Museo del Louvre de París.

Una ocasión irrepetible, para entender su imaginario onírico, su constante y terrible amenaza del infierno, las teorías apocalípticas y la tentación de la humanidad de caer en el pecado inundan sus lienzos y han servido de influencia en posteriores movimientos y corrientes psicológicas.

Bien apunta Muñoz Molina, cuando dice que “El Bosco fue un gran pintor porque anticipó nuestro tiempo y nuestra sensibilidad en vez de representar los suyos; porque fue un rebelde, un iconoclasta, un genio irreverente e incomprendido, quizás un lunático. Un “adelantado a su tiempo”.

En este sentido, la exposición que el Museo Nacional del Prado dedica al Bosco es no sólo importante, sino también necesaria. La reunión por primera vez en un mismo espacio de la mayoría de sus obras maestras contribuirá decisivamente a dilucidar algunos de los interrogantes que aún planean sobre su obra, no sólo por contribuir al catálogo razonado de cada una de sus obra, sino también a la de reconsiderar su cronología.

Un repertorio completo sobre el Bosco, uno de los artistas más enigmáticos e influyentes del Renacimiento, que invita al público a adentrarse en su personal visión del mundo a través de un montaje expositivo, espectacular e irrepetible que presenta exentos sus trípticos más relevantes para que se puedan contemplar tanto el anverso como el reverso – un acierto de la curadora Pilar Silva.

Pocos artistas han dejado su impronta en cada obra. Una pintura que es sueño, pero no sólo eso, cada uno de sus cuadros aspira a la perfección, pero a una perfección triple que disimula una locura, también, triple: loco, loco su lenguaje y loca su pintura. Una obra completa: un universo de formas y seres que la luz y el color multiplica y la composición transforma en enigmáticos signos de arte. "El Prado es la única institución que puede convocar la mayor colección del artista, por nuestros fondos y de otros pero también por el conocimiento experto que atesora sobre él", asegura Miguel Zugaza, director del museo.

Se ha definido como la exposición del centenario, una muestra única que ofrece al mejor Bosco y sirve para entrar en su mundo; un mundo abocado al pecado y a la tentación. Un mundo sin salvación, o como se dice en nuestro agitado tiempo, un mundo sin memoria, sin espacio y sin tiempo.

El Bosco traza gradualmente en el paisaje el duro pasaje hacia la pintura, esa misteriosa amalgama de signo y gesto, de imagen y forma que todavía hoy contemplamos con sorpresa. Poco a poco vamos descubriendo las fuentes de sus composiciones --textos o imágenes-- de las que se alimentó. Hay casos concretos, como el del drago canario que influyó en el Paraíso del Tríptico del jardín de las delicias, que debió tomar del grabado de la Huida de Egipto de Martín Schongauer.

El Bosco. La exposición del V centenario se centra en las obras originales de este artista y se articula en siete secciones. La primera: El Bosco y ‘s-Hertogenbosch, nos sitúa en la ciudad donde transcurrió su vida. Dado el carácter monográfico de la muestra, y ante la dificultad que plantea fijar su cronología, se ha distribuido su producción en seis secciones temáticas: Infancia y vida pública de Cristo, Los santos, Del Paraíso al Infierno, El jardín de las delicias, El mundo y el hombre: Pecados Capitales y obras profanas, y La Pasión de Cristo.

La exposición incluye asimismo, obras realizadas en el taller del Bosco o por seguidores a partir de originales perdidos. Otro grupo de obras, entre las que figuran pinturas, miniaturas, grabados al buril de Alart du Hameel, relieves de Adrien van Wesel y el manuscrito del Comentario de la pintura de Felipe de Guevara, permitirá entender mejor el ambiente en el que se gestaron las pinturas del Bosco, la personalidad de alguno de sus patronos como Engelbert II de Nassau, o la valoración que se hacía de la pintura en el siglo XVI.

La fama del Bosco, durante los 80 o 90 años posteriores a su muerte perduró de manera notable en España gracias a la labor coleccionista de Felipe de Guevara que luego legaría sus obras a Felipe II, "el mayor coleccionista del Bosco". Entre los cuadros que compró el monarca destacan los trípticos de El jardín de las delicias, la Adoración de los Magos y El Carro de heno.

A ellas se suman el Camino del Calvario, entre otras. Pero al pasar los años volvió a caer en el olvido y no fue recuperado hasta principios del siglo XX de la mano de Freud y el psicoanálisis; del genial Salvador Dalí que fue un admirador constante, y del movimiento surrealista, que jugó un papel primordial en el descubrimiento de su obra. Es importante apuntar, que los cuadros Tríptico de la adoración de los Magos y Tentaciones de san Antonio, están recién restaurados, para recuperar muchos de sus puntos originales, que permite comprender su composición y valorar mejor el dibujo y sus colores originales.

Una de las secciones más numerosas es la dedicada a los santos con Tentaciones de San Antonio de Lisboa, Tentaciones de san Antonio del Prado, San Juan Bautista del Lázaro Galdiano, San Juan evangelista procedente del Museo de Berlín, San Jerónimo de Gante, San Cristóbal de Rotterdam y el dibujo Mendigos y lisiados procedente de la Albertina de Viena, San Jerónimo, y sobre todo san Antonio Abad –su santo patrón y el de su padre-, son ejemplos para el fiel. Exhortan al autocontrol –especialmente sobre las pasiones de la carne-, a la paciencia y a la constancia frente a las tentaciones del Demonio. El Bosco los inventa, se deja llevar por su fantasía, por una imaginación “sobrenatural y suprema”, para crear escenas única en su tiempo.

Un artista sin par, cuya delicadeza formal ha permitido a su obra sobrevivir al implacable juicio del tiempo. La obra de Jheronimus van Aken, conocido como el Bosco es un debate abierto para el cual esta exposición desea ofrecer los argumentos que justifiquen nuestro entusiasmo ante el estimulante proceso creativo del artista holandés. Sin duda, un clásico para nuestro tiempo.