Luna de sangre
CLITEMNESTRA
I
Clitemnestra, hija magnífica del rey de Esparta,
está cansada de Agamenón.
De sus constantes aventuras en otras carnes
y de sus proyectos para ir a Troya
a recuperar a la perra traidora de Helena.
En aquella época los hombres jugaban a la guerra
y los corazones de las mujeres eran pisoteados.
II
Clitemnestra nunca comprendió
cómo la mano de Agamenón
—en un segundo inexplicable—
enterró hondo la hoja afilada del cuchillo
en el pecho de su Ifigenia.
Aquella joven parida de sus entrañas
tenía una dulce voz que cantaba,
y era hija de él y de ella.
Ella la amaba con todo el corazón.
El bruto buscaba agraciarse
con los estúpidos dioses de los vientos
y todo, para que aventara lejos
los sombríos barcos de los aqueos,
llevando muerte y desgracia
por todo el mundo conocido.
III
Clitemnestra fingió su bienvenida, es cierto.
Con sangre fría le preparó un baño
rico en ungüentos y perfumes.
—Me extrañaste —le preguntó su marido.
—No sabes cuánto —murmuró.
Con manos hábiles le acarició la espalda
y con el odio acumulado durante diez largos años
en las palmas y en la garganta
y en el pubis,
sin dudar un segundo,
clavó el puñal en ese corazón de hombre,
entintando el agua,
apaciguando el dolor.
Clitemnestra en duda, antes de apuñalar a Agamenón, Pierre-Narcisse Guérin, 1819.
NEFERTARI
Sus ojos maquillados con lapislázuli
se reflejaron seductores
sobre el espejo.
El oro pulido le guiñó un destello.
Manos expertas le untaron perfume de loto al amanecer.
Peinaron su cabello crespo en una unidad perfecta.
El collar de cuentas enmarcó su cuello de garza.
El velo de lino se deslizó palpitante
dando forma sediciosa al contorno.
Se sentó mujer y se levantó diosa.
Tenía cita con el hombre
más poderoso del Universo:
Ramsés el Grande.
Muerte de Cleopatra, Jean-André Rixens, ca. 1869.
CLEOPATRA
I
Julio César
le mandó construir
una estatua
para ser adorada
—a manera de Diosa—
en el Foro Romano,
pero nunca la llamó esposa,
ni madre de su hijo.
II
Marco Antonio
la poseía,
la fornicaba
todos los días y todas las noches
y la hizo su esposa
y le concedió territorios
para afrenta de los triunviros.
Sin embargo, ella,
lo abandonó en el mar
durante la batalla de Actium.
III
Augusto. Octavio Augusto,
la odiaba. Le temía.
Y le hizo la guerra
y la persiguió
hasta matar a su descendencia.
Claro que de estos hechos vergonzosos,
la Historia
no guarda
registros,
ni detalles,
ni fotos,
ni nada.
YOCASTA
¿Qué será de ti en este infierno de silencio?
Quisiste escapar del destino, salvar al hijo recién nacido…
Y lo amaste con el cuerpo, con la boca, con el sexo.
Con pasión desatada,
como vendaval y naufragio.
Con complacencia última a tu vanidad de mujer:
fuiste amada por su elástica juventud,
sin saberlo, sin sospecharlo.
No pudiste dejarlo apartado de tus pechos.
Desliza la cuerda por tu cuello de cisne.
Tu crimen perdurará por la eternidad.
*Kyra Galván Haro es autora de los libros de poesía: Un pequeño moretón
en la piel de nadie (1982), Alabanza escribo (1989), Netzhualcóyotl recorre las islas (1997), Incandescente (2010), Espejo celestial (2011), Poesía es jeroglífico y Artificio del duelo
(ambos de 2013); y de las novelas: Los indecibles pecados de Sor Juana (2010)
y Corazón de plata (2014). Ha colaborado en la sección cultural de El Universal y en revistas
y suplementos nacionales. Actualmente es columnista de la revista virtual El Replicante.
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