Murió el Nobel Saramago

Murió el Nobel Saramago
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Por Gerardo De la Concha

Ese amanecer en Lisboa iba a ser inolvidable para muchos. El capitán estaba tenso y sus hombres también. Habían estado en la guerra de Mozambique y no eran unos primerizos en la acción. Sin embargo, tomaban sus armas y sabían de los riesgos. Pero todo sucedió de manera incruenta. Los miembros de la policía política del régimen (la PIDE) se retiraron a su cuartel y todas las tropas insurrectas tomaron sus posiciones sin disparar un tiro. La dictadura salazarista se desmoronó en horas.

Al capitán le había tocado tomar la radio y transmitir una canción revolucionaria como señal para el alzamiento y desde ahí emitir un comunicado: la gente debía quedarse en sus casas. Pero la gente no hizo caso y se volcó hacia las calles. Era una primavera cálida y había muchos claveles, las muchachas comenzaron a ponerlos en la boca de los fusiles de los soldados, quienes eran aclamados por la multitud. La Revolución fue llamada así la Revolución de los Claveles. Así cayó el 25 de abril de 1974, uno de los últimos régimenes fascistas de Europa.

De ese capitán ya no sabemos el nombre, aunque ese día hizo algo histórico. Por ahí entre la gente que festejaba, andaba un hombre esmirriado, opositor del régimen pues había militado en el clandestino Partido Comunista Portugués, era un escritor desconocido, a pesar de ya haber publicado algunos libros. Era José Saramago (1922-2010), quien habría de obtener el Premio Nobel de Literatura casi un cuarto de siglo después.

Saramago no fue un autor tardío, a pesar de ser considerado así. Su primer libro, Tierra de pecado, se publicó en 1947 y unos cuantos años después sus primeros libros de poemas. Quizás el aislamiento de su país contribuyó en gran parte a ese anonimato. Más bien fue célebre ya en la vejez. Ni siquiera cuando era un hombre maduro en vida y obra tenía reflectores, eso sucedió después.

En 1989 publicó Historia del cerco de Lisboa, en 1992 El año de la muerte de Ricardo Reis, los dos libros que más fama contribuyeron a darle y acercarlo al Premio Nóbel en 1998. También su condición de hombre de izquierdas le ayudó con quienes conceden ese premio, el cual nunca lo obtuvo José Luis Borges y tampoco lo tendrá Mario Vargas Llosa, no por falta de méritos literarios de ambos escritores, sino porque sus posiciones políticas consideradas derechistas los vuelven rechazables. El Premio Nobel ha sido concedido en los últimos años a grandes escritores como J. M. Coetzee o Herta Muller, pero también a autores francamente mediocres aunque políticamente correctos.

¿Es el caso de José Saramago? No lo creo, pero su obra es ciertamente desigual, pues junto con libros de envergadura tiene otros como El evangelio según Jesucristo o Caín, los cuales son a mi parecer muy menores, por no decir que bastante malos y no por sus sentimientos anticristianos, sino porque éstos adolecen de ser el vómito de fuego que obras con ese propósito deben representar; sin duda, la ideología no es una buena pasión, mucho menos literaria.

José Saramago era capaz de escribir seriamente tonterías como ésta: “Los ateos son las personas más tolerantes del mundo”. Habría que ver la destrucción y las masacres del ateísmo comunista a lo largo del siglo XX, para constatar dicha tolerancia. Todavía está pendiente la historia de ese holocausto en la Unión Soviética o el reconocimiento contemporáneo a las persecuciones religiosas perpetradas por el régimen comunista-capitalista chino hoy en día.

Saramago se convirtió en los últimos años en una especie de vocero de la gente progre del mundo. Se la pasó dando certificados de buena y mala conducta, lo mismo acudió a Venezuela para elogiar a Hugo Chávez como el constructor de una nueva democracia, que fue al Medio Oriente a denostar a los judíos de Israel como émulos de los nazis; iba a Colombia para rechazar a la guerrilla mala de las FARC y luego venía a México a cantar las loas del Subcomandante Marcos, la estrellita marinera –hoy en declive- de la mayor parte de los intelectuales mexicanos.

Se vio envuelto en una sórdida acusación de plagio, junto con su editor Sealtiel Alastriste, por parte de Teófilo Huerta quien llevó a tribunales la similitud casi textual afirmaba entre su texto Ultimas noticias y el libro de Saramago Las intermitencias de la muerte. Una historia curiosa pues ambos libros son más bien malos. Ya no se supo de la sentencia judicial del caso, aunque Teófilo Huerta pudo sostener el escándalo un tiempo. No siempre se acusa a un Premio Nobel de ser plagiario.

¿Para qué le sirve la celebridad a un escritor? Se pensaría ésta como algo necesario para ser leído. También para tener a la mano un micrófono y dejar constancia de todas las opiniones, aunque no haya mayor fundamento y sólo como una consecuencia del viejo concepto de escritor comprometido al estilo de Jean Paul Sartre quien podía hacer el elogio de la Revolución Cultural china como una gran manifestación libertaria al mismo tiempo que en ese país paseaban en público a sus ajusticiados o quemaban los libros de Shakespeare o profanaban los templos budistas.

Saramago obtuvo las dos posibilidades de ser célebre: los lectores y los micrófonos. Su legado literario va necesariamente a decantarse, sus opiniones habrán sido efímeras y sólo serán relevantes quizás para sus biógrafos.

Yo me quedo con un libro de él, un texto con el cual es imposible no reconciliarse con su autor, más allá de su ideología u opiniones políticas, se trata de El viaje del elefante, en donde Saramago relata un viaje épico a mediados del siglo XVI de un elefante llamado Salomón, regalado por el rey Juan III a su primo el archiduque Maximiliano de Austria. El autor de Ensayo sobre la ceguera dijo: “Pienso que todos estamos ciegos. Somos ciegos que pueden ver, pero no mirar”. En El viaje del elefante hay una mirada literaria certera e irónica, gracias a la cual advertimos un dejo de compasión por los humanos y por los animales, por los reyes y por los siervos, por los elefantes y por todos.

Como epígrafe de este libro, Saramago transcribe una sentencia del Libro de los itinerarios: “Siempre acabamos llegando a donde nos esperan”. El llegó finalmente y a pesar de todo, lo mejor de su literatura lo engrandece.

Un apasionado de la política

Redacción/La Razón

Ayer en Las Palmas, España, murió a los 87 años uno de los grandes de la literatura contemporánea: José Saramago. Escritor polémico y de tendencias políticas izquierdistas que dejó un importante legado de obras que permanecerán por siempre. Nació en Azinhaga, en el centro de Portugal, en 1922. Hijo de campesinos que emigraron hacia Lisboa, donde fue cerrajero.

En 1947, es decir, cuando tenía 25 años escribió su novela Tierra de pecado, aunque tuvo que esperar 19 años para que su segunda obra, Poemas posibles fuera publicada. Durante esas casi dos décadas se dedicó a trabajar en editoriales y periódicos. En 1969 adhirió al Partido Comunista, en esa época clandestino, y participó en la Revolución de los Claveles del 25 de abril de 1974 que puso fin a la dictadura de Salazar. La literatura y la política fueron dos de sus pasiones.

Con la Cuba de Fidel Castro tuvo una relación de desencuentros. En 2003 se produjo en la isla el encarcelamiento de 75 disidentes y la ejecución, tras juicio sumario, de tres secuestradores de una embarcación, tuvo una primera reacción de muy moderado desacuerdo.

En los 90 publicó tres de sus mejores trabajos y por los que alcanzó la fama mundial: La balsa de piedra, El evangelio según Jesucristo y Ensayo sobre la ceguera.

En 1992 provocó un escándalo en Portugal con El Evangelio según Jesucristo, donde describía a Jesús perdiendo su virginidad con María Magdalena, y siendo utilizado por Dios para extender su dominación en el mundo. A partir de ese momento, Saramago dejó su país y se instaló en el archipiélago español de las Canarias.

En 1998 el Premio Nobel le hizo definitivamente popular en todo el mundo. Visitó muchos países donde criticó los régimenes antidemocráticos. Falleció debido a una insuficiencia de múltiples órganos tras una larga enfermedad, dijo la Fundación José Saramago.

fdm