Museo del Palacio de Bellas Artes afianza internacionalización, con expo y coloquio

Museo del Palacio de Bellas Artes afianza internacionalización, con expo y coloquio
Por:
  • jaume

La historia del arte es inagotable, no sólo por la complejidad de movimientos, de momentos históricos o los cientos, miles e incluso millones de artistas y obras que le dan forma. También lo es porque siempre es posible acercarnos a ella desde una nueva perspectiva. Así como esperamos que nunca se detengan las exposiciones sobre Picasso, Kandinsky, Miguel Ángel, Pollock —cuyas obras, abordadas desde nuevas miradas, seguirán dando rienda suelta a la imaginación, la apreciación estética o la investigación—, en México esperamos nunca dejemos de mirar el pasado y la historia del arte nacional.

Desde ese ánimo, el Museo del Palacio de Bellas Artes organiza uno de los proyectos más ambiciosos de su programa expositivo de la mano del Museo de Arte de Filadelfia, que fue presentado en el Instituto de Cultura de México, en Washington, este mes para exhibirse en Filadelfia a finales del 2016 y que estará en nuestro país a principios del próximo año. La muestra Pintar la revolución: El arte moderno mexicano 1910-1950 incluye más de 200 obras, entre pintura de caballete, murales portátiles y fragmentos de obras, grabados, fotografías y productos cinematográficos de la corriente modernista de principios del siglo XX.

Reuniendo obras de artistas como Rivera, Orozco, Kahlo, Montenegro, Covarrubias o el Dr. Atl, la exposición tiene un objetivo mayor a la mera exhibición de las piezas. La iniciativa está orientada a establecer un diálogo entre las distintas miradas estéticas, culturales y académicas en torno a los conceptos, la producción, las raíces y la recepción del arte en este periodo germinal del arte mexicano contemporáneo.

Yendo más allá de las características ya claras y frecuentemente referidas sobre el muralismo mexicano —por ejemplo—, la exposición contextualizará al modernismo en México en una evolución y un espíritu de la época que complejizaba e impulsaba una evolución importante no sólo en la plástica y el arte como tal, sino en la cultura visual mexicana en general.

El modernismo mexicano, que puede considerarse inicia en la segunda década del siglo XX, en pleno periodo revolucionario, no sólo refleja la agitación política y social del momento, el resurgimiento del academicismo en México y las profundas transformaciones socioculturales que vivía el país, sino que es también síntoma de una gran actividad artística e intelectual a nivel internacional. Mientras artistas como Clemente Orozco, Ramos Martínez o Saturnino Herrán agitaban y vivían de la agitación creativa en la Ciudad de México, Dr. Atl, Roberto Montenegro, Diego Rivera o Ángel Zárraga formaron parte de colectivos vanguardistas de París, Bruselas, Barcelona o Mallorca.

En esta complejidad, además, el muralismo se presentará en relación con la cultura gráfica del periodo, tanto en la evolución estética que puede apreciarse en pinturas de caballete o grabado, como en la gráfica de agitación en el periodo revolucionario, tal y como se encuentra en publicaciones como El Machete, el periódico del Sindicato de Obreros, Técnicos, Pintores y Escultores, y publicación oficial del Partido Comunista Mexicano.

Otro fenómeno de vital importancia en esta época fue el mecenazgo oficial, en particular de la Secretaría de Educación Pública, que apoyó el desarrollo del muralismo a la vez que impulsó la creación artística y cultural en todos los niveles, diseminando nuevas formas y métodos de pedagogía artística, incorporando, además, el arte popular y el indigenismo como factor central en la mexicanidad que articulaba y proponía el modernismo mexicano.

Pero esta tendencia artística no es sólo muralismo, a pesar de la visión predominante, en particular en los Estados Unidos. Por ello, el proyecto entre el Museo del Palacio de Bellas Artes y el Museo de Arte de Filadelfia dará visibilidad a movimientos artísticos. La exhibición incluirá a movimientos vanguardistas, como el estridentismo, el grupo 30-30! o los llamados Los Contemporáneos, que en su diversidad de temáticas y estilos muestran la amplitud del modernismo mexicano: nacionalista y cosmopolita, democrático y elitista, formalista y social.

El mundo deja huella en murales del Palacio. El 29 de septiembre de 1934 el presidente Abelardo Rodríguez inauguró el Palacio de Bellas Artes; dos meses después se abrió el Museo de Artes Plásticas, con el mandato de mostrar lo sobresaliente del arte nacional. Se incluyeron piezas del siglo XVI, una sala de escultura mesoamericana, otra de estampa mexicana y el Museo de Arte Popular, con la colección de Roberto Montenegro. El nuevo museo mostraría también lo que en ese momento era la máxima representación de la plástica nacional: el muralismo.

Los primeros artistas en ser convocados para decorar el recinto cuya construcción se inició en 1904 fueron José Clemente Orozco y Diego Rivera, en 1934. Al primero, le correspondió el muro del extremo oeste, mientras Rivera trabajó sobre el muro opuesto, donde pintó El hombre en el cruce de caminos o El hombre controlador del universo, en el que retomó elementos del mural que realizara un año antes en el Rockefeller Center de Nueva York y que fuera demolido por considerarse una obra que promovía el comunismo.

Por su parte, Orozco pintó una alegoría sobre la guerra, mostrando la anarquía y la decadencia moral: Katharsis.

En 1952, Fernando Gamboa se encontraba a la cabeza del Museo Nacional de Artes Plásticas (hoy Museo del Palacio de Bellas Artes), y encargó a David Alfaro Siqueiros la ejecución de una nueva obra: un díptico dedicado a Cuauhtémoc, símbolo de la tenacidad y valentía del pueblo mexicano.

A partir de ahí, Bellas Artes se consolidó como el recinto para lo más destacado del arte en México. Por ello, en 1952, cuando el gobierno buscó reconocer la carrera artística de Rufino Tamayo, se le invitó a pintar un cuarto mural: el díptico compuesto por Nacimiento de nuestra nacionalidad y México de hoy, ubicado en los extremos opuestos del segundo piso, en el que presentaba una narrativa visual de la historia de México, desde la conquista hasta el periodo posrevolucionario y la idea de una modernidad en ciernes.

El último mural fue realizado por Jorge González Camarena, en 1963. Titulada Liberación o La humanidad se libera de la miseria, se divide en tres secciones, en las que aborda la esclavitud y la liberación física y espiritual de la humanidad.

Híbridos. Reflexionando lo humano

El 3 y 4 de febrero se llevó a cabo el Coloquio Internacional Híbridos, el cuerpo como imaginario, organizado por el Museo del Palacio de Bellas Artes y el Museo Nacional de Antropología. En un diálogo interdisciplinario, el coloquio reunió a algunas de las figuras más importantes en el ámbito de antropología, historia, filosofía, semiótica y arte contemporáneo. Inédito en su temática y alcance disciplinario, el coloquio descubrió en la temática del híbrido una puerta para la reflexión en torno a lo humano en sus distintas facetas.

No existen reglas previas para hibridar, ni tampoco —y esto es vital— reglas para ordenar la realidad que habrá de hibridarse. ¿Por qué clasificar como mamíferos y ovíparos y no como animales amarillos, animales cafés, animales grises, etc.? O incluso, ¿por qué clasificar en animales, vegetales y minerales y no en cosas pesadas, ligeras, medianas, o chicas y grandes o de mal olor y buen olor? ¿Por qué trazar fronteras que crean dos territorios y llamarlos “México” y “Estados Unidos” y a quienes los habitan “mexicanos” y “estadounidenses”?

Reflexionar entonces sobre los híbridos y la noción misma de la hibridación es reflexionar sobre la idiosincrasia y el imaginario humano, en lo que puede tener de universal y lo que tiene de particular en contextos históricos y culturales determinados. El híbrido habla de la historia, de las creencias, de la imaginación, de la concepción del cuerpo, del arte como creación y reconfiguración de la realidad, y —prácticamente— de todos los aspectos de la vida humana.

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