Nellie Campobello: Un thriller de la vida real

Nellie Campobello: Un thriller de la vida real
Por:
  • julian-santibanez

La narradora mexicana Sandra Frid acaba de publicar un libro rudo, La danza de mi muerte (Planeta). Aborda la historia de la escritora, bailarina y coreógrafa duranguense Nellie Campobello, fundamental para la cultura mexicana del siglo XX en más de una trinchera, celebrada por Bellas Artes, por Conaculta, por todo dios, que se esfumó durante más de diez años. No, no se esfumó. La secuestraron. Y sus captores, con nombre y apellido como señala Frid, hoy están libres.

La danza de mi muerte bien pudiera ser una novela negra, pero no lo es porque no se trata de ficción pura, sino que reconstruye la parte menos conocida de ese personaje que toma dimensiones casi de mito, porque se reinventó hasta el cansancio. Primero se hizo llamar Nellie Campobello, aunque en su acta de nacimiento se lee Francisca Moya Luna. Luego nació muchas veces. O eso dijo. Que en 1900, en 1909, en 1911 y en 1913. Se ve que hacer ficción lo traía en los genes, porque sus hermanos también cambiaron de nombre: María se hizo llamar Judith, Mateo eligió llamarse Carlos y Soledad quiso ser Gloria. Sin embargo, ella fue mucho más allá en la creación de sí misma. Mejor dicho, en la re-creación. Fue niña de la Revolución y luego adolescente bien del Colegio Inglés de la capital. No asistió a la escuela pero cuando tenía veinte años el Dr. Atl ilustró y prologó su libro de poemas, además de que Federico García Lorca lo leyó. Empezó a bailar y pronto fundó la Escuela Nacional de Danza de Bellas Artes. En resumen, pasó de los muertos agujereados al ballet, la narrativa, los versos. Con razón fue llamada la Centaura del Norte por Irene Matthews, autora del estudio homónimo y completísimo sobre ella, mismo que lee el detective creado por Frid, ávido de entender la complejidad del personaje al cual se le ha encomendado buscar.

Sí, Nellie transitó de la Revolución a la Revelación de sí a través del arte. Y de ahí a la Resignación porque el fatalismo terminó por tragársela, subraya Frid con letra que sacude. Habiendo sido figura clave de la escena cultural de la danza y las letras, amiga de Carlos Mérida y José Clemente Orozco, amante de Martín Luis Guzmán, terminó como la célebre olvidada de las instituciones oficiales. Quien siendo niña convivió en Chihuahua con el espanto y el delirio, ya senil vivió su propia guerra, igualmente descarnada. Fue la escritora cuyo personaje señalaba en Cartucho, su espléndido libro de relatos sobre la Revolución: “Dicen que soy brusca, que no sé lo que digo porque vine de allá”. Y sí, brusca lo fue. Y rebelde, pretenciosa, algo mandona. También fue joven y tuvo ímpetu, pero por la vejez se le fue el alma.

El libro no esconde la investigación que evidentemente fue necesaria para recomponer la vida, el abandono y la muerte de la creadora. Con ritmo bien logrado, Frid entreteje recuerdos, citas de Cartucho, nostalgias, datos históricos, culpas. Narra desde la voz de la ex bailarina ya débil, anciana, seca, agrietada, que necesita que la cuiden porque lleva a cuestas el insulto de la vejez. Está rota. La visitan fantasmas. A partir de vaivenes de espacio y tiempo, su memoria selectiva borda recuerdos, sueña cómo debieron ser las cosas. Su ex alumna, María Cristina Belmont, y su marido, Claudio Fuentes, aprovechan la coyuntura: la decrepitud de Campobello les representa un negocio. Tiene casa, pensión, joyas, centenarios, telas firmadas por Orozco, abrigos de pieles. Incluso parece interesarle su piel, porque de ella se alimentan, carroñeros. Mientras se autonombran sus compadres y hablan en su nombre, Fuentes y Belmont la mantienen drogada, con hambre. En sus ratos de lucidez, ella siente el aleteo cercano de los zopilotes y a ratos codicia su visita, pero luego se vuelve otra vez “hilo de silencio”, como señalaba el verso premonitorio de uno de sus poemas.

La novela de Frid es puntual en exponer el rosario de descuidos que rodearon el caso. En realidad, más que descuidos hubo torpezas y desdenes, tanto de la familia como de los personajes de la cultura, del INBA, de Conaculta, del aparato de justicia. Algunos más, otros menos, todos ignoraron que la artista misma era el patrimonio que había que defender. La última vez que se le vio en público fue en 1985. En 1998 se supo que había muerto años atrás, muy probablemente por responsabilidad de Belmont y Fuentes, quienes además escondieron su muerte durante trece años. Y quizá no deba sorprender en este país de justicia tan a modo, pero indigna que los sospechosos, protegidos por Enrique Fuentes León, abogado con buenos conectes y relacionado con los asesinatos de Colosio y Ruiz Massieu, no hayan pagado condena alguna.

La desgracia de Nellie recuerda a las de esas otras viejas dementes, las cautivas y desamoradas, las vergonzantes Carlota de Habsburgo y Juana, la Loca, a quienes se les cobró un punzante derecho de piso por pasar a la historia. El destino de Campobello también parece sellado por una perversa justicia poética, sugiere La danza de mi muerte, un tremendo thriller de la vida real.