Nieta de Hearst se unió a la guerrilla por voluntad propia

Nieta de Hearst se unió a la guerrilla por voluntad propia
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La imagen se quedó en la retina de todo el planeta. Patty Hearst, la nieta del magnate de la prensa amarilla William Randolph Hearst, elegido en dos ocasiones congresista por Nueva York, aparecía en una fotografía mientras atracaba una sucursal de un banco en San Francisco. En la instantánea aparecía con una M1 Carbine.

La foto veía la luz dos meses después de que Hearst fuera secuestrada por la guerrilla urbana Symbionese Liberation Army (SLA), una organización revolucionaria de izquierda, activa a mediados de la década de los setenta.

El secuestro de Hearst (San Francisco, 1954) en su apartamento de Berkeley (California) tuvo un componente de oportunidad, pues su casa se encontraba cerca de uno de los escondites de la guerrilla. Según los testimonios, el plan era utilizar la influencia de su familia para liberar a dos miembros de este grupo.

Contra todo pronóstico, fue la propia Patty la que se hizo famosa por difundir en la radio manifiestos a favor de este grupo y participar en robos con algunos de sus miembros.

Cuando la liberaron, fue acusada de participar en el asalto del banco de San Francisco. El fiscal preparó una dura estrategia basada en las ideas políticas y sexuales de Hearst y se llegó a afirmar que la secuestrada no había sido violada, sino que las relaciones que había mantenido con sus captores habrían sido consentidas. Al final, Patty fue perdonada por el presidente Bill Clinton.

Ahora el abogado y periodista de la cadena CNN y la revista The New Yorker, Jeffrey Toobin, repasa el caso en American Heiress (La heredera americana).

La propia Hearst, sin embargo, discrepa con la visión del periodista experto, entre otros asuntos, en los casos de Michael Jackson, OJ Simpson y Bill Clinton. Ella no ha trabajado con el periodista en este título, cuyo contenido, precisamente, contradice el libro de memorias de Hearst y donde se dice que fue un secuestro, que la obligaron a hacer lo que hizo y que la maltrataron.

Pero da la impresión de que la propia Patricia Hearst, cuyo nombre revolucionario era el ruso Tania, era la propia jefa de la guerrilla urbana. Hace meses le contestó sobre el libro: “Estoy cansada de ser una fuente de dinero fácil para escritores ‘‘piratas’’ como Jeffrey Toobin. Es un violador emocional.

No tengo nada ver con ese libro, y mis amigos tampoco”, indicó Patricia.

La idea le pareció nefasta, arremetió contra él y tachó su trabajo de inexacto. De lo que no cabe ninguna duda de que estuvo confinada en un armario y que se la privó de luz del día. En cambio, ¿fue parte del proceso de lavado de cerebro al que la sometieron sus captores?

Sobre uno de ellos, Donald DeFreeze, asegura Toobin que “era todo lo opuesto a un criminal”. En el volumen también repasa los objetivos que tenían los miembros de este grupo y llega a la conclusión de que no estaban ni mucho menos de acuerdo en bastantes puntos.

Cuando fue detenida, en los primeros días de su cautiverio entre rejas, escribió desde la cárcel que “habrá una revolución en América y vamos a ayudar a conseguirlo y a que se convierta en una realidad”.

Después pidió maquillaje a su hermana Anne: “Te diré lo que necesito: delineador y brillo de labios”. Había dejado de ser Tania, la guerrillera. Volvía a ser Patty y dejaba atrás el síndrome de Estocolmo.

Uno de los alicientes del volumen son las cartas inéditas entre Patricia y su último amante de la guerrilla mientras estaba detenida y que confirma que creía de verdad en lo que defendía este autodenominado Ejército.

Ya durante el juicio, su abogado F. Lee Bailey no convenció al jurado de que había participado en los crímenes de la guerrilla urbana obligada. Otra de las cuestiones más debatidas sobre el cautiverio es si la joven había sido obligada a mantener relaciones sexuales con Willy Cujo Wolfe, Donald Cin DeFreeze y otros miembros, o éstas habían sido consentidas. Los dos únicos supervivientes, Bill y Emily Harris, indican que no hubo coacción.

Una mujer dentro de un armario

En el interior del clóset donde estuvo Hearst había una televisión.

A través de esta pantalla podía escuchar lo que se decía de su rapto, pero lo sorprendente es que le molestaba sobremanera ver a sus padres hacer comentarios sobre ella. Otro asunto chocante es que cuando dejó de ser Patricia para convertirse en Tania, los comentarios y las opiniones que vertió eran reales, al igual que sus ganas de posar en una foto ya famosa, que algunos denominaron Mona Lisa en los 70 y en la que aparece sin expresión en el rostro y con un arma semiautomática junto al logo del grupo, una cobra de siete cabezas.

Según el periodista, no fue coaccionada a la hora de posar en esa mítica imagen que se convirtió en un icono. Sabía perfectamente lo que quería, dice.