PRODIGIO
Desde la primera batería de pruebas, apareció la palabra “prodigio” resaltada en negritas sobre la carátula de los resultados, era hasta increíble el desarrollo creativo del infante, sus aptitudes estaban fuera de la tabla, su forma de analizar su entorno era separar sus partes y unirlas como siempre debieron haber sido y que no lo supimos hasta que lo teníamos enfrente, cual venda que cae de nuestros ojos.
Las palabras pesan, siempre lo han hecho, de manera consciente o inconsciente, las palabras nos forman, limitan, encuadran o impulsan, en el caso de los padres de Les, la palabra “prodigio” los modificó a ellos, dedicaron su esfuerzo, tiempo y recursos en convertirlo en la mejor versión, dejaron de ser el uno para el otro y se transformaron en los apéndices impulsores de su vástago, Les, por otra parte, también se iba transformando, las expectativas sobre los hombros suelen ser una pesada, muy pesada carga y si bien, es bueno tener personas que te animen, a veces necesitas tener a quien te sostenga para evitar el derrumbe.
A los 3 años Les creó su primera pintura, a los 4 su sinfonía era tocada por las más grandes filarmónicas, a los 5 había leído todos los clásicos y a los 6 había escrito su primer “best seller” a los 10 años, no había nadie en la tierra que no conociera el rostro del prodigio, del niño asombroso, del más grande artista desde Miguel Ángel, Beethoven, DaVinci, Cervantes, su rostro era el más visto, su nombre el de mayor tendencia y su opinión era, “La” opinión.
A los 11, Les desapareció y el mundo entero se volcó en la búsqueda de su niño genio, la premisa era que todos lo conocían y quien lo tuviera no podría ocultarlo, nunca pensaron, ni por un momento, que fuera una decisión pensada, planeada y ejecutada por el mismo Les.
En el cumpleaños decimotercero, el mundo dio por perdido a su genio y el luto mundial, la catástrofe de no tener a su mejor creativo pesó en el ánimo y mientras todos lloraban la pérdida de su prodigio, unos padres sintieron, quizá por primera vez, la ausencia de una paternidad suplida por una representación y un enorme sentimiento de culpa por no haber disfrutado esos escasos momentos llamados infancia.
Nunca había sentido la necesidad de ver el desfile, le molestaba sobremanera la superficialidad del asunto y quizá había un dejo de nostalgia al ver su efigie hecha globo volar por la avenida principal mientras su música sonaba por los altavoces y los afiches de su pintura se vendían como pósters con la leyenda de su libro “La mujer es sol, si te acercas en demasía serás cenizas en el vacío, si te alejas serás un bloque de muerte helada, solo en la justa órbita, mientras gira en derredor suyo... el hombre vive”.
Quince años de su “muerte” y su “ausencia” se había transformado en un desfile de gente semidesnuda danzando y girando mientras tiraban flores de papel de china al viento y bebían hasta ver unicornios rosas con sombreros de charro girando en el cuerno mientras montan sumisos Leprechauns.
No sabía que lo había llevado a ver “su desfile”, tal vez fueran esas ráfagas de añoranza que se volvían suave brisa en las noches y que teñían sus sueños de una normalidad deseada que solo obtuvo sacrificando lo que le era más querido. Hasta el momento no había pintado, compuesto o escrito, se había pasado segundos que eran años en la contemplación de la perfecta naturaleza desde que desapareció hasta hoy, hasta que las lágrimas de un niño sin infancia, un adolescente sin guía y un adulto sin propósito nublaban sus ojos y el sollozo se le atoraba en la garganta pues no tenía caso dejarlo salir si no habría nadie que lo tomara al viento y lo transformara en consuelo.
Prodigio... si había una palabra que odiara era esa, prodigioso hubiera sido que nunca le hubieran hecho esas pruebas, prodigioso sería que nunca le hubieran puesto esa etiqueta, prodigio sería que sus padres hubieran sido padres y no máquinas incansables de “estimulación artística”.
Se alejó cabizbajo ya sin preocuparse en ser reconocido, el niño famoso que fue no se asemejaba en nada al hombre de barba descuidada con una marea de profunda traición y dolorosa soledad en su mirar. Un hombre que no se sentía parte de su propia especie, un hombre sin amigos, sin familia, alguien que era en una extraña e irónica dualidad algo más y algo menos que... un hombre.
-El problema de las expectativas es que vas subiendo la vara de medición, desde “La mujer es Sol” son muy pocos los escritores que se animan a publicar y los que lo hacen, prefieren un perfil tan bajo que no se les compare con un niño de 6 años con la certeza de que saldrán perdiendo.-
-¿No crees que estás exagerando? Yo veo libros nuevos cada semana.-
-¿Alguno digno de ser considerado literatura?-
-Bueno, no, pero lo intentan.-
-Ese es el problema, intentan desde la idea de que no podrán hacerlo, se sabotean de inicio, igual pasa con la música y de la pintura ni hablar, Les era un prodigio pero, antes de él no tuvimos un pintor que creara obras de arte, de hecho, los grandes maestros llevan décadas siendo bufete de gusanos bajo 3 metros de tierra. Hasta pareciera que es requisito fallecer para poder entrar al selecto círculo de pintores famosos.-
-¿Cuál es el punto?-
-El punto es que tuvimos un ser prodigioso que arrebató la frágil confianza de nuestra creatividad y esto que te diré, es algo que si lo repitiera fuera, sería linchado sin duda... La desaparición de Les ha permitido que nuestro arte, por mediocre que sea, continúe. Si hubiera seguido con su producción, nadie habría nunca más, escrito una línea, soltado un trazo o tocado una nota.-
Les escuchó la plática de los desconocidos mientras hurgaba en la basura del café, cuando escuchó el nombre de su libro hizo una mueca como cada vez que escuchaba alguna de sus obras mencionarse. A punto estuvo de irse, no obstante, con un malsano ego, se quedó hasta que la última frase retumbó en cada una de sus sinapsis. “Si hubiera seguido con su producción, nadie habría nunca más, escrito una línea, soltado un trazo o tocado una nota”. De alguna manera extraña, el destino, la suerte, casualidad, causalidad, karma, Dios, dioses o demonios lo habían llevado justo al instante en que dos hombres hablaban de él y uno de ellos no lo hacía con ese tono condescendiente de pérdida sino con un dejo de frustración e ira, con un señalamiento directo y despertó algo que no sabía dormido. Por primera vez en su vida, la perfecta naturaleza ya no le fue suficiente.
Le tomó varias semanas preparar todo y al fin, aquello despierto por una charla fortuita, encontró el cauce de su libertad.
El corazón del senderista palpitaba aceleradamente, en algún momento había perdido el rumbo, el cielo que soltaba una llovizna fina pero, molesta y la oscuridad, que se hacía más intensa progresivamente, junto con la estupidez de haberse creído tan experimentado para no llevar brújula y tan distraído, como para no haber cargado su celular; la lluvia, la cerrada negrura, la falta de una forma de pedir auxilio y los ruidos del bosque que sentía en los escalofríos de su espina dorsal, lo tenían en el borde del pánico histérico.
Andando a tientas tropezó y se dio de cabeza contra algo duro, cuando sus manos sintieron bloques y cemento, las lágrimas de alivio se confundieron con los ríos de lluvia que descendían por su rostro. Tanteó hasta encontrar una abertura y se refugió como pudo dentro de la abandonada construcción. Cansado más por el estrés que por el ejercicio y sintiéndose un poco más seguro, se deslizó hacia un inquieto sueño.
Y si la noche había sido intensa, el despertar fue sorprendente. Dentro de la bodega abandonada, un inmenso mural de excelsa manufactura cubría cada resquicio de la construcción y entrelazada entre trazos una apretada escritura daba sombras y profundidad, abajo, apenas visible, un haz de luz incidía en lugar donde una clave de sol daba inicio a una partitura que recorría el perímetro.
Lo primero que hizo al llegar a la civilización fue contactar al primer medio de comunicación y narrarles el descubrimiento, sentía que tenía que compartirlo, necesitaba hacerlo.
Tres semanas después, en un día especialmente aburrido, el medio de comunicación desempolvó ese aviso antiguo de un extraviado de una noche que había descubierto un “tesoro” y aunque no dio indicaciones de donde o como llegar, la falta de noticias les permitió usar un dron, ya fuera verdad o mentira, la nota saldría y eso era lo único que importaba.
El dron encontró la bodega, mandó las coordenadas, el hastiado reportero se quedó sin insultos a la mitad del camino, odiaba que lo hubieran enviado, caminar no era su fuerte y hacerlo en medio de la nada, mucho menos. Esperaba que valiera la pena la travesía o terminaría incendiando todo el bosque.
La bodega se veía abandonada pero sólida, cuando leyó el logotipo desteñido por la intemperie se acordó de la quiebra de la empresa que creyó que establecer sus oficinas en el bosque le brindaría a sus empleados paz, tranquilidad y mejoraría la productividad. Falso, a la semana se quedó sin empleados, con demandas por exigencias ajenas a los puestos de trabajo y el loco dueño, amante de la naturaleza, terminó mandando por el caño todo y se perdió en el amazonas. Reía por lo bajo mientras se acordaba de ello cuando encontró la puerta, empujó y entró, en el recibidor no había nada, maldiciendo en silencio, siguió viendo de vez en vez el techo por si presentaba signos de estar a punto de derrumbe.
Cruzó la arcada y sus rodillas temblaron, la respiración se detuvo y se quedó contemplando la más maravillosa obra de arte que hubiera visto nunca, después de unos minutos de éxtasis, marcó, informó y mandó las fotos.
Apenas pasaron dos horas antes de que todo el planeta se enterara, las apretada escritura era una novela que iba del desespero a la esperanza, que arrancaba lágrimas a los que transcribían, la partitura era una sinfonía que desnudaba nuestras emociones y el mural se convertía en una compleja amalgama visual donde una sección era completamente opuesta a la siguiente.
Todo se escaneó, se fotografió, se filmó y cuando a uno se le ocurrió leer las letras que sobresalían mientras la melodía era interpretada al mismo tiempo que la parte del mural se iluminaba en la sección en que la letra se unía y la partitura marcaba todo encajó, eran nuestras historias desconocidas, nuestros temores e ilusiones dándose un abrazo, nuestra alma desnuda siendo pulida. Cada quien la entendía diferente pero, no había error en el sentir, no había dolor sin consuelo, ni situación sin esperanza, las lágrimas purificaban, las risas brotaban y sintieron la imperiosa necesidad de hacer algo con esa emoción, cada una con la suya, con esa condición de individualidad que los hermanaba... Escribieron... pintaron... compusieron... crearon.
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