Sábato y sus personajes oscuros que iluminaban

Sábato y sus personajes oscuros que iluminaban
Por:
  • larazon

Ilustración Rafael Miranda Bello La Razón

Quien sabe por qué, pero el anuncio de una tarde borrascosa es más triste en la ciudad, que en el campo. Será por las aceras grises, el silencio de las plazas o el contraste de las nubes negras con el brillo vespertino de los edificios de cristal.

El hombre alzó el cuello de su abrigo. No tardaba ya la tormenta, la llovizna sólo la precedía. La partida de dominó no había sido buena. Estuvo distraído, no pudo concentrarse como otras veces. De joven jugó ajedrez, con la misma arrogancia con la cual estudiaba física, porque su mente podía descifrar estrategias como lo hacía con las fórmulas.

Sin embargo, el dominó lo devolvía a la infancia, es decir, a la seriedad con la cual juegan los niños, aunque acomodar las fichas tiene un toque de suerte, de azar, como es la vida, pues no se trata de un juego de poder para mentes selectas.

Su casa no estaba lejos. Caminó lentamente hundido en reflexiones repentinas, digamos que profundas al tratar de la luz y la oscuridad. Había estado leyendo a San Gregorio de Nisa, tan importante aunque menos recordado que San Agustín.

Los dos padres de la Iglesia conocían a Orígenes —hijo de un mártir perseguido por el emperador Septimio Severo—, un teólogo notable de la vida interior, quien habla de la lucha espiritual para vencer a la carne, pues el alma niega a Dios, el hombre existe dos veces: antes de la caída y después, es el hombre de lo alto y de lo bajo, del interior y el exterior, sólo la ascesis, la elevación, lo puede salvar.

Esta idea de la preexistencia de las almas —pues el hombre es semejante a los ángeles y, en dado caso, a los demonios— rozaba la herejía, pues la cuestión es si el mal está predestinado en la creación o es una libre decisión del hombre.

Hay la potencia de los demonios y la responsabilidad radical del hombre: “Porque no tenemos nuestra lucha contra la carne y sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los gobernantes del mundo.

Los de este reino de tinieblas, contra las huestes espirituales de inequidad en las regiones celestiales” (San Pablo, Epístola a los

efesios VI, 12).

Si bien San Gregorio piensa que en el mundo se replica la lucha entre ángeles y demonios, no cree en la preexistencia de las almas, sino que vienen a este mundo para elegir. Quiso entender el mal como parte de un orden finito (el de este mundo), mientras el bien pertenece a la luz, que es infinita, pues nada puede limitar a Dios. Al elegir el mal, el hombre lo crea, al hacerlo con el bien manifiesta un deseo por lo infinito, es decir, por Dios.

“Tú ves hasta qué punto carece de límites la trayectoria de aquellos que se elevan hacia Dios, hasta qué punto lo que se alcanza cada vez se convierte en un comienzo hacia aquello que lo sobrepasa” (San Gregorio).

Cuando era físico, entender lo relativo a lo oscuro y luminoso del Universo podía entretener su mente, pero acercarse a tratar de comprender la existencia del mal y el bien, que pertenecen a la condición humana, lo comprometía de manera más entera, por eso Ernesto Sabato (1911-2011) se hizo escritor, pues esto era más exigente para él que ser físico.

Pero llega una edad en la cual, después de muchos tormentos interiores, las andanzas místicas se vuelven inevitables. Cuando escribió Sobre Héroes y Tumbas no se complicaba la vida con teólogos como Orígenes o San Gregorio, ni siquiera le interesaba San Agustín, tan célebre por sus Confesiones. Era la suya tan sólo una mirada al mundo donde el mal se manifiesta con su poder, sus terrores, sus trampas y sus tentaciones, también con su demencia como lo expone en el capítulo “Informe sobre ciegos”.

Ciertamente en su ejercicio literario era un dostoyevskiano, pues el escritor ruso enseña a explorar en las profundidades de la psiquis humana; pero Sábato no entendía en ese tiempo —el de la elaboración de sus grandes novelas, Sobre Héroes y Tumbas, El túnel y Abbadón, el exterminador—, el problema del alma, o sea, el de su perdición o salvación.

Como un gran escritor se ocupó del mal, quizás como un existencialista —el mal es un absurdo— y no como un cristiano —se trata del tema de la elección y la gracia, de la esencia del mundo y del más allá, del pecado y la salvación—, pero con la profundidad suficiente para lograr con personajes oscuros, iluminar un poco, lo menos que se puede pedir a un escritor alejado de los barroquismos tradicionales de la literatura latinoamericana.

Aquella tarde de borrasca en Buenos Aires, Sabato llegó a su casa empapado. Afuera la tormenta azotaba la ciudad y se escuchaba el ruido tronante de los rayos. Su mujer lo regañó amorosamente por no haberse resguardado de la lluvia y le ayudó a secarse y cambiarse. Luego Sabato se fue al estudio, volvió a tomar su libro de San Gregorio, pero se durmió muy pronto en su sillón. Los viejos se cansan fácilmente. Aunque el grueso libro se cayó de sus manos, algunas de sus ideas intrincadas pudieron alimentar todavía un largo tiempo las meditaciones y los sueños del escritor.

LEGADO LITERARIO

Novelas

» El túnel (1948)

» Sobre héroes y tumbas (1961)

» Abaddón el exterminador (1974)

Ensayos

» Uno y el universo (1945)

» Hombres y engranajes (1951)

» Heterodoxia (1953)

» El otro rostro del peronismo (1956)

» El escritor y sus fantasmas (1963)

» Romance de la muerte de Juan Lavalle. Cantar de Gesta (1966)

» La cultura en la encrucijada nacional (1973)

» Diálogos con Jorge Luis Borges (1976)

» Entre la letra y la sangre (1988)

» Antes del fin (1998)

» La Resistencia (2000)

» España en los diarios de mi vejez (2004)