Silvia Molina rescata el juguete tradicional

Silvia Molina rescata el juguete tradicional
Por:
  • raul-campos

Durante años, la escritora Silvia Molina ha amasado una titánica colección de juguetes populares mexicanos: más de 500 piezas, elaboradas con diversas técnicas artesanales provenientes de distintas partes de la nación: matracas, trompos, baleros, caballitos, luchadores, pirinolas, títeres, muñecas de trapo y yoyos, por nombrar algunos.

Su coleccionismo, cuenta a La Razón, fue algo fortuito: “surgió de pronto: de niña jugaba mucho con juguetes, pero conforme fui creciendo me fui alejando de ellos, y se volvieron objetos difíciles de conseguir hasta en los mercados, bazares y tianguis”. Por ello, cada vez que se encontraba con uno lo compraba casi impulsivamente, especialmente aquellos rebosantes de detalles y colores.

“En su mayoría los utilizaba para jugar con mis hijas, pero algunos los guardaba porque me parecía que se podían romper: muchos son de factura muy complicada y difíciles de reparar, y además muy complicados de encontrar. Así se fueron juntando muchísimos y cuando me di cuenta no sabía qué hacer con tanto juguete; fue por ello que los empecé a sacar y hace dos años parte de la colección estuvo en el Centro Nacional de las Artes para el Día del Niño, y luego estuvo itinerando en varias estaciones del Metro”, recuerda.

Ahora, su invaluable acervo podrá ser visitado en la exposición Mi pequeño mundo. Juguetes mexicanos. Colección Silvia Molina, que durante todo el mes estará presente en la Galería 526 del Seminario de Cultura Mexicana. Con ésta, la escritora busca mostrarle a los visitantes, especialmente a los niños, que estos

artículos tradicionales, desplazados ahora por productos plásticos o digitales, conforman un legado cultural e histórico surgido del mestizaje de las tradiciones prehispánicas y europeas.

Además de ver las piezas provenientes de rincones del país como Oaxaca, el Estado de México, Guerrero, Guanajuato y Jalisco, los asistentes también podrán jugar con ellos: “hay dos mesas grandes repletas de juguetes para que los niños puedan disfrutarlos, en una de ellas hay una carretera para todo lo que son carritos o que pueda rodar, y en la otra hay escobitas, equilibristas, voladores de Papantla, canicas… y también hay unos tapetes en el patio para que ahí agarren los caballitos de palo”.

La autora de El amor que me juraste cuenta que ha podido observar cómo es que los padres que asisten en compañía de sus hijos a la muestra se interesan e intentan en enseñarles cómo utilizar los juguetes, “los pequeños los agarraban y les daban muchas vueltas intentando descifrar cómo funcionaban o qué se hacía con ellos, pero a esa edad son muy ingeniosos y les agarraban la onda rápidamente; veías a sus mamás muy emocionadas”.

Éstos, afirma, son objetos que pueden ser disfrutados igualmente tanto por niños como adultos, a quienes pide sigan utilizando y adquiriendo: “he ido a Oaxaca y me encuentro con que muchos de nuestros juguetes ya están hechos en China, y no son lo mismo; se reproducen mucho unas muñequitas que tienen moñitos en la cabeza y hasta los nacimientos los hacen de plástico; el que la gente compre eso y el que haya quienes los vendan es una ofensa para los artesanos y su cultura. La gente debe buscar los originales, pues en ellos se ve su amor y su cultura”.