Teología del tráfico

Teología del tráfico
Por:
  • larazon

Ilustración Francisco Lagos

Teo salió de su casa con la idea de ser una mejor oveja entre la grey del mundo urbano. Abrió la puerta del Mercedes Benz y encendió el motor. El puro ruido del arranque fue una hipnótica melodía que lo hizo estirar la mano hasta la guantera. Se puso las gafas oscuras, enfiló hacia el tráfico infernal. Quizá sea obra de su entorno: el hombre piensa como vive; pero, Teo en sus momentos de menor erudición y compromiso con las profundidades de su teología personal, ha llegado a pensar, y a sentir, que conducir es una acción fundamentalmente faltosa.

“La mayoría de los pecados capitales se hace presente en algún momento desde que se pone un pie dentro del auto, hasta que la portezuela se cierra, después de estacionar y apagar la marcha”, ha escrito en una homilía inconclusa, cuya presentación, sin embargo, ha ensayado cual actor, cual político, cual cura.

“Queridos hermanos: Todas las mañanas en esta ciudad miles de personas con afanes de refinamiento y pretendida exquisitez, esos modernos e inasibles becerros de oro, adoradores de ocasión de las etiquetas handcrafted by racers o luxury, involucionan cuando abordan sus automóviles.

“Se transforman en entes más fuertes, veloces y resistentes, se visten con armaduras a la medida, a la moda o tuneadas. Y se creen semidioses.

¡Soberbios! ¡Trogloditas vestidos de marca!, que se integran a ejércitos con propósitos unipersonales en busca de lo que llaman su ‘destino’. Qué tristeza. Dan pena.

“Qué paradoja: cómo dispositivos tan complejos y derivados de las más brillantes mentes ingenieriles, estos aparatos que deberían estar al servicio de las necesidades del hombre, hacen aflorar los instintos de supervivencia primigenios: control territorial, defensa del microhábitat, del llamado espacio vital y de los ejes de la vida moderna. ¡Animales! ¡Como animales!

“La conexión neurona-decisión-mano-pie-volante-pedal-palanca: las habilidades de que es capaz la raza humana, que podrían servir para fines nobles, para buscar vías de engrandecimiento, queridos hermanos, se convierten en mundanas acciones egocéntricas, en poses.

“Es depresivo ver cómo en el caso de los hombres, los automóviles producen intensas descargas de testosterona (descargas de testosterona está censurado en el original), distracciones. Miren que voltear a ver cuerpos voluptuosos (en el texto también están rayoneadas las palabras: cuerpos y voluptuosos), mujeres que les llaman la atención en la calle, y hacerlo sin chocar.

“O en el caso de las mujeres, para maquillarse, quitarse algún grano de la cara con frenesí y para volver más llamativas las bocas con lápiz labial, también sin estrellarse. Bueno, hay muchas que sí se estrellan (esta última línea está también eliminada).

“¿Qué hemos hecho con nuestro libre albedrío, queridos hermanos. Vanidad, manejar, soberbia, manejar, avaricia, manejar, envidia, manejar, ira, manejar, pereza, manejar, lujuria, manejar?

¿Por qué hemos hecho de los automóviles micromundos chiquitos, chiquititos, que nos aíslan de nuestras convicciones y del temor a Dios y a las multas?”

Pero Teo no ha podido terminar su reflexión por razones de conciencia: primero, porque supone que su mundo, como el de toda oveja actual de la grey urbana, se ha fraccionado por obra y gracia del paso del tiempo. Porque los pares de dicotomías y eternos contrarios que explican la realidad se han venido transformando, en su caso, en ideas más sofisticadas en las cuales los componentes de aquellas (bien-mal, riqueza-pobreza, humildad-soberbia) y las fronteras que los dividen no son más un trazo firme y recto… han devenido en sinuosas, ante lo cual ocasionalmente siente culpa.

Y segundo, porque, a veces, se ha establecido a sí mismo la convicción de que “gracias a Dios nos queda tráfico y los atorones”. Esos embotellamientos que nos igualan en un superior gesto que democratiza, que nos apiña ante la mirada misericordiosa y todopoderosa del sistema de cámaras de la ciudad.

La funcionalidad de la dicotomía circulación-embotellamiento sí es vigente, ha llegado a celebrar Teo. Esa involuntaria penitencia que hay que pagar por acelerar y circular más por placer que por mera necesidad de trasladarse de un lado a otro. Tragos de hiel a vuelta de rueda.

Pero el mundo urbano real es terrible, y en Teo también ejerce el encanto de la adaptación: lleva sólo media hora a bordo del Mercedes y ya ha escudriñado con mirada incisiva a doce mujeres y correspondido con involuntarias reacciones masculinas, febriles, y pícaras sonrisas, a las señoras y señoritas que se han quedado mirando con asombro la punta del cofre acerado con el famoso sello de la estrella de tres picos.

En su búsqueda de razones para, como dicen en sus programas de radio favoritos, “ser mejor persona”, se ha sorprendido a sí mismo sacándose mocos duros, desaprobando con movimientos laterales de cabeza y buscado las placas de cuatro vehículos que le ganaron el paso o se le cerraron sin previo aviso de luces direccionales, antes de incorporarse a la larga fila de un kilómetro en la vía principal de la ciudad que ahora avanza muy lentamente.

Por azares de esos endebles linderos entre lo humano y el dogma, ahora Teo está desesperado por llegar a la oficina. Y a su proceso de formación de pensamientos y motivaciones para ser mejor oveja los claxonazos no le dan tregua. En el fondo, Teo ya no se siente tan insatisfecho por no concluir la homilía, aunque proyecta ensayar más su puesta en escena, ahora ha decidido enfrentar la penitencia del día como cualquier mortal.

Dios que me perdone, pero… --dice con dientes apretados mientras se mira por el retrovisor una espumilla de rabia en la boca y un gesto de severa desaprobación… luego lanza un grito redentor:--… ¡Pásate por arriba, cab…!

Qué se le va a hacer, no puede dejar de ser humano aunque de la feligresía urbana sea pastor.