Transforman el Centro Histórico en un gran museo

Transforman el Centro Histórico en un gran museo
Por:
  • martha_rojas

Si los muros de la Ciudad de México pudieran hablar a más de uno sorprendería que fue en las calles del Centro Histórico donde se alojó el primer bar con luz eléctrica de la metrópoli, que fue ahí donde la hija “loca” de Felipe II fue enterrada viva en el convento de Jesús María; o que Isabel de Tovar, la primera musa de la poesía mexicana, profesó en un convento en Allende número 38.

A casi 500 años de la fundación de la capital el escritor Rafael Pérez Gay y el periodista Héctor de Mauleón hacen un “pequeño y modesto esfuerzo” por recuperar la memoria histórica de un sitio que conserva los secretos más profundos de la mexicanidad y que ahora pueden ser consultados en Centro Histórico. 200 lugares imprescindibles, una guía de distribución gratuita, coeditada por el Gobierno de la Ciudad de México y la editorial Cal y arena, con un primer tiraje de 10 mil ejemplares, en la que se pueden encontrar historias insólitas de edificios y calles del lugar.

El Dato: La guía podrá obtenerse en algunos puntos turísticos de la capital y será gratuita.

“El proyecto surgió luego de muchas conversaciones que Héctor de Mauleón y yo tuvimos; primero realizamos un libro de fotografías y pequeñas crónicas que se llamó Ciudad, sueño y memoria; luego coincidimos en que era importante que existiera una señalización precisa sobre el valor de los edificios emblemáticos y vitales en la historia de la capital”, dijo a La Razón el escritor Rafael Pérez Gay.

Tras dos años de investigación y un largo acervo de anécdotas personales, Pérez Gay y De Mauleón lograron concretar una serie de 200 relatos (cada uno escribió 100) que dan cuenta de esa historia que comenzó a diluirse luego del triunfo de la Independencia.

“Los liberales derribaron todo lo que pudieron del pasado colonial; un proceso que se acentuó con  la Revolución, cuando los gobiernos constitucionalistas le arrebataron los nombres originales  a las calles e impusieron los de los héroes, la gente se desvinculó de la memoria. Madero no se llamaba como el apóstol de la democracia; antes era Plateros, una zona que  fue exclusiva de joyeros por decreto de un virrey y que hasta ahora conserva ecos de eso. Cuando la gente camina por aquí no sabe por qué hay tantas joyerías y lo cierto es que hay un motivo”, contó De Mauleón.

Como parte de un proceso en defensa de la memoria, ayer en presencia del Jefe de Gobierno, Miguel Mancera,  fueron develadas dos de las 200 placas de talavera que evocan la historia de esos inmuebles. La primera fue instalada en  el Antiguo Palacio del Arzobispado, actualmente el Museo de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, ubicado en Moneda número 4; y la segunda en la esquina de Madero y el Zócalo. En los próximos meses serán colocadas otras 198.

“El CentroHistórico es un museo vivo, con las placas conmemorativas y el libro 200 lugares imprescindibles, recordamos hechos fundamentales que revelan la riqueza del pasado”, precisó el mandatario capitalino.

Plaza de la Solidaridad

Por Rafael Pérez Gay

Aquí, donde estuvo el edificio que fuera el Hotel Regis, se ubicaron las oficinas de El Imparcial, diario que introdujo el periodismo moderno en México.

Eran muchos los periódicos y muy pocos lo que los leían; mucho menos lo que leían libros. La sociedad porfiriana estaba aún lejos de la cultura escrita. En 1900, apenas dieciocho por ciento de los mayores de diez años podía leer, lo que no necesariamente significaba que leían. Estos datos los proporciona Luis González en su ensayo El liberalismo triunfante. Las dos imágenes finales del periodismo mexicano del XIX suceden en el XX; son estampas de la violencia y desesperación. Una de las terminales recoge los pasos de un terco, infatigable anarquista, es la sombra de Ricardo Flores Magón iniciando en 1904 la segunda época de Regeneración. El semanario alcanzó una fuerza que su propio creador nunca imaginó. En Saint Louis Missouri, el diario llegó a imprimir treinta mil ejemplares de los que una parte considerable circulaba clandestinamente en México. Flores Magón fue capturado y el periódico suprimido. La otra imagen cabe en dos palabras: incertidumbre y rebelión; El Imparcial, que durante años simbolizó la prensa moderna, producto del progreso industrial porfiriano, fue arrasado por las tropas zapatistas en 1912; otra parte del edificio porfiriano que se caía a pedazos.

5 de Mayo número 20

Por Héctor de Mauleón

Edificio La Palestina. En el último piso de este edificio estuvo la redacción de la revista Savia Moderna. 1906.

La Palestina fue el primer edificio de seis pisos que hubo en la Ciudad de México. En la parte alta del mismo, un grupo de jóvenes escritores adictos a los griegos, el Siglo de Oro, Dante y Shakespeare montaron la redacción de una revista dispuesta a combatir la momificación cultural del régimen porfirista: Savia Moderna. Era 1906, Alfonso Cravioto acababa de recibir la herencia de su padre, un exgobernador de Hidalgo caído en desgracia por caprichos de Porfirio Díaz. El joven escritor buscó venganza desde el terreno de las ideas y agrupó a su alrededor a un grupo de artistas que deseaban ser reconocidos como integrantes de una nueva generación en un ambiente aún dominado por los colaboradores de la Revista Moderna: Amado Nervo, José Juan Tablada, luis G. Urbina, Marcelino Dávalos. Los nombres de estos jóvenes hay que proferirlos de pie: Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Ricardo Gómez Robelo, Antonio Caso, Rafael López, Diego Rivera y Joaquín Clausell, entre otros. Reyes inició en esas páginas su carrera literaria: en este edificio puso la primera piedra de una de las obras más deslumbrantes del siglo XX mexicano. Rivera, a quien le gustaba pintar a un lado de los altos ventanales, hizo las portadas desde el segundo número. Alfonso Reyes recordaría años más tarde que desde el sexto piso de La Palestina cayó la palabra sobre la ciudad. Savia Moderna duró sólo cinco números. Se ha convertido, sin embargo, que su rebeldía creadora inició la demolición de las bases anquilosadas del Porfiriato. Los intelectuales de este grupo formaron luego el Ateneo de la Juventud, precursor directo de la revolución que estalló en el país cuatro años más tarde.