#Un movimiento artístico espontáneo

#Un movimiento artístico espontáneo
Por:
  • larazon

Quizás no lo percibimos en el vértigo actual de los cambios, pero hay un estilo de la época nutrido de tradición, universalismo, tecnología, soledad, desafío. Y sus mejores expresiones están en el arte, se trata de un movimiento inédito entregado a una bella violencia que responde así a la crueldad del tiempo con pinturas, poemas, narraciones, fotografías, teatro. Sus autores son los artistas selfies.

¿Quiénes son? ¿Cómo trabajan? ¿Qué proponen? Para empezar, todos ellos están fuera de los circuitos oficiales y son lejanos al establishment cultural, no son grupies de ninguna vaca sagrada, Conaculta los ignora. Aunque todos ellos merecen becas, premios, exposiciones, ediciones, escenificaciones.

Los artistas selfies tienen una formación superior, sus obras son logradas y compiten con quien sea. Se auto publican en sus blogs, exponen en algún jardín, o hay que ir a alguna azotea perdida en los suburbios de la ciudad para admirar directamente sus pinturas; una dramaturga selfie se le ocurre traducir uno de sus dramas y enviarlo a un concurso europeo y ahí sí gana que la BBC de Londres lo difunda merecidamente por su calidad.

Todos los demás se comunican por las redes sociales y lo que uno descubre en ellos es como el narcisismo contemporáneo es sustituido en sus obras por el autorretrato de sus espíritus tan intensos como la época.

Dispersos, tienen esta denominación que los ubica en la realidad contemporánea y, más allá de la moda, su identidad se ha labrado con la sorprendente calidad de sus obras que terminan iluminando emocionalmente un mundo oscuro, sin afanes de denuncia sino como una trasmutación estética.

Cuauhtémoc Landa crea monstruos, son quizás los demonios que lo atormentan, es la suya una pintura selfie excelsa, perturbadora y si alguien me dice el porqué no está en una galería prestigiada y por el contrario anda exponiendo por los parques como cualquier pintor callejero, pues lo ignoro, pero cada cuadro suyo es una realización con un estilo propio, decantada la influencia de Bosch, Goya y Cuevas, una pintura del momento cuando las religiones se derrumban, el mal prevalece y sólo la belleza lo somete. Y él encontró en las redes sociales, además de los parques, una forma para ser conocido y admirado

Ahí está también Juan Manuel Mora, un muchacho con arracada en la nariz que viaja en Metro, pero cuya pintura absorbe el cubismo y el surrealismo como lo entendieron los grandes maestros mexicanos y le da su connotación de arte urbano; también es la suya una pintura violenta que rechaza la estúpida violencia mexicana actual. Curiosamente una de sus pinturas ilustra sin haberlo conocido antes uno de los textos del interesante escritor, Damián Shell, me refiero al cuento “Alma Tadema en la esquina del privilegio”, que se publica en este suplemento.

Porque este movimiento artístico surgido de los márgenes y de las sombras citadinas, tiene a su escritores, en este suplemento se publica a tres, al mencionado Damián Shell, a Mariana Lara y a la dramaturga Ana González Bello.

Él es un escritor que ya teje su leyenda y cuya literatura es una narrativa influida al mismo tiempo por Dostoyevski y por el cineasta David Lynch. Damián Shell publicará pronto su primer libro, En el portal de las revelaciones, aunque ya cuenta con lectores que lo siguen en su blog. Su ruptura del espacio/tiempo, su realismo citadino que se vuelve sueño, su psiquis atormentada y el hermoso fraseo de sus narraciones, junto con el imaginario de la ciencia ficción, lo convierten en uno de los mejores exponentes del arte literario selfie.

Mariana Lara, otra autora de este movimiento artístico espontáneo, es una poetisa rigurosa en su técnica, que escribe sonetos y también largos poemas, nutridos de sentimientos amorosos, mitologías universales y un pesimismo vital que estalla en una lírica apasionada, nutrida de la cultura contemporánea, que va del comic a las Valkirias y no duda en rendirle homenaje también al barroco español de la Edad de Oro, al hai ku japonés o a las referencias célticas. Su poesía selfie oscila entre esa pasión, ese universalismo y la dulzura de su palabra.

Y qué decir de Ana González Bello, la dramaturga, asumida también como selfie, cuyo amor al arte la lleva a hacer teatro, a escribirlo y ser actriz; rebelde pero sin caer en las aburridas poses políticamente correctas, ella al igual que todos estos artistas reacciona convulsamente a un mundo mexicano corrompido, cruel, injusto, violento, pero no hace panfletos, sino arte, un arte bien hecho porque esa es una característica de estos creadores, pues el suyo es un arte palpitante y desolado, que usa la tecnología para darse a conocer, pero que aprovecha las tradiciones clásicas.

El suplemento se cierra con otros dos estupendos artistas selfies: Tonatiuh Cabello Morán, el fotógrafo, que retrata en la ciudad este entorno cotidiano y decadente, que sus similares en otros géneros elevan al nivel del arte, del realismo y de los sueños; y no podía faltar la declaración del músico selfie David Eduardo Rocha, porque es curioso pero todos los pintores y escritores selfies crean sus obras escuchando música.

Es, pues, un ritmo, una plástica y una literatura de la época: el movimiento de los artistas que al final hacen recordar la sentencia de Walter Pater: “Todas las Artes aspiran a la condición de la Música”.

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