Un recuerdo de Román Piña Chan

Un recuerdo de Román Piña Chan
Por:
  • miguel_angel_munoz

Durante más de 55 años la labor arqueológica y diversas investigaciones antropológicas, fueron el eje pedagógico de la obra del arqueólogo Román Piña Chan (Campeche, 1920- Ciudad de México, 2001), pero nunca su idea original: explicar, descifrar y estudiar los signos y símbolos de las culturas antiguas, ya que, al igual que José Ortega y Gasset, pensaba que la cultura es una respuesta a los desafíos de la vida.

Esta osadía de enfrentarse de lleno a la investigación desmedida bastaría para señalar que durante esos años de trabajo, Piña Chan se distingue por su recuperación de un pasado en el olvido. Hacia 1962, luego de haber participado en diversas investigaciones arqueológicas en Hidalgo y el Estado de México, se dedicó a brindar asesoría para inaugurar seis salsas en el nuevo Museo Nacional de Antropología, que antes se encontraba en la Calle de Moneda, en el Centro Histórico capitalino. Su trabajo como asesor del nuevo recinto duró ocho años y para 1970 dirigió diversas obras arqueológicas en Teotenango, Estado de México, que a la fecha estaban sin investigar, lo cual significó un gran número de hallazgos y el crecimiento del turismo en la zona.

Tras publicar libros como El mundo maya de Campeche(1992) y El lenguaje de las piedras glíficas olmecas y zapotecas(1993) y El mito de Quetzalcóatl (1996), entre otros.

Entre sus tesis destacan los planteamientos teóricos y exploraciones arqueológicas sobre Tlatilco, Tlapacoya y otros sitios del centro de México, que han contribuido a aclarar las antiguas relaciones culturales de esta región  con la del Golfo de México, especialmente la olmeca. Otras investigaciones del maestro son las que realizó en Palenque, Bonampak, Jaina, Uxmal, cuyos resultados se relacionan con sus investigaciones etnohistóricas  relativas a Quetzalcóatl: “ Hace tiempo me confesaba el maestro - decía que Quetzalcóatl era un concepto resultante de un profundo sentido y simbolismo religioso, que se integró a través del tiempo con aportaciones de distintas culturas, u que por los fines del Clásico llegó a  sintetizar muchas ideas en una verdadera filosofía, en una antigua religión casi monoteísta, que se extendió  temporalmente por toda Mesoamérica”.

De lo que es posible esclarecer las relaciones e influencias de las cultura maya y tolteca en la etapa preclásica, lo que llevó a Piña Chan a postular la tesis de que la difusión cultural fue del sur al centro. Al profundizar en las culturas olmecas, el investigador propuso la hipótesis de que éstos tuvieran un ancestro común con la cultura chavín del Perú: “Todas las zonas arqueológicas son distintas y tienen determinadas características y tienen determinadas características que las distinguen de las otras, aunque encontramos algunas similitudes. De manera que tener mayor aprecio por un sitio que por otro es difícil, para un ser como yo que he excavado diversos lugares. Hay algunos que uno prefiere, por ejemplo, y en mi caso, los entierros de Tlatilco, en el Estado de México.

El lugar tenía cientos de figuras y vasijas, en distintas posiciones cada una, y para estudiar este material tuve que seleccionar cada una de las piezas más representativas y sacar su significado desde un punto de vista de la arqueología”.

En todos los hallazgos de Piña Chan predomina la observación científica, que va más allá del simple quehacer docente. Sus estudios han alcanzado un proceso histórico transparente y esclarecedor, para la formación de nuevos arqueólogos: “ Creo que se debe al grado de conocimientos que he alcanzado en  la arqueología, la docencia, la difusión de la cultura, las excavaciones y la cooperación con los museos, los grandes loros de mi carrera. Los homenajes son un reconocimiento a toda una obra realizada por un creador. En mi caso es gran parte de mi vida en la arqueología, en la escritura de libros, en la instalación de museos y el trabajo de más de 70 zonas arqueológicas de todo el país”.

Entre 1970 y 1975 coordinó el proyecto antropológico e  interdisciplinario de Teotenango del Valle, lo que permitió la apertura de la  zona y de un museo local en ese Municipio del Estado de México: “En todos los sitios arqueológicos del país, cada figura encontrada posee un sonido y hay que buscar su significado original. Pero en realidad, algunos de los que realizan este trabaja descifran el glifo como un ideograma y después aplican la fonética”.

De ahí que hoy podamos entender las diversas culturas, por ejemplo, la relación de la cultura chavín del Perú y la olmeca del sur de Mesoamérica. Estas son las ultimas que tienen nexos con los mixe-zoques, extendidos hacia Oaxaca, y la costa del Golfo, que Piña Chan recoge en su libro Los olmecas antiguos.

Así, difuminados y explicados, el arqueólogo muestra incluso una simetría para sus conclusiones sobre Quetzalcóatl. Si se comparte su tesis con las conclusiones de Wilberto Jiménez Moreno, que pensaba que si el dios Quetzalcóatl había sido confundido con el héroe de Tula, Topiltzin, hay una gen diferencia, pues según Jiménez entre los aztecas era el dios del aire (Ehécatl), y se le confundió con Topiltzin.

Se podría decir, en efecto, que, aunque la credibilidad de Jiménez Moreno falla. Piña Chan afirmaba, con una lógica histórica, una dimensión diferente al modo de ver los postulados anteriores: “Independientemente de las diversas hipótesis planteadas por diversos investigadores, a la vez que por caminos diferentes, es notable la concordancia que obtuvo en mi libro Quetzalcóatl .

En él  trato de mostrar que el dos Quetzalcóatl tuvo su origen en una vieja deidad del agua (la serpiente- nube de lluvia), desde luego asociada al rayo- trueno- relámpago – fuego; que  su creación y culto se realizó en Xochicalco (o Tamoanchán) hacia los fines del Horizonte Clásico de Mesoamérica; que  sus sacerdotes llevaban sus  atributos y su nombre;  que uno de ellos, llamado Co Acatl Topiltzin, fue el que llevó el culto de la deidad a Tula, Hidalgo, como otros con el mismo nombre, pero traducido a diversas lenguas”. Una investigación que es necesario recuperar, no sólo por sus aportaciones históricas, sino también por la gran urgencia de hacer una cultura de recuperación de nuestras tradiciones que tanta falta nos  hace en este siglo XX. Una transformación total en proponer una nueva visión de nuestro pasado y futuro… Que mejor para regresar a saber de nuestras raíces que la obra de Román Piña Chan.