“EN EL DF SOY MÁS CONOCIDO QUE JULIO CÉSAR CHÁVEZ”

“EN EL DF SOY MÁS CONOCIDO QUE JULIO CÉSAR CHÁVEZ”
Por:
  • ruben_cortes

Ultiminio Ramos, excampeón mundial de boxeo, el tipo duro que mató a golpes al Tigre Blanco y a Dave Moore, no puede contener las lágrimas cuando le digo que fui compañero de estudios de los dos hijos que tiene en Cuba y a quienes no ve desde hace 33 años.

Le hablo de aquellos niños que lo despidieron cantando, a desafinado dúo, una canción de Roberto Cantoral: “Reloj, no marques las horas / porque voy a enloquecer/ ella se irá para siempre/ cuando amanezca otra vez. / Nomás nos queda esta noche…”

Los pequeños crecieron: Lázaro es licenciado en cultura física y Ultiminio fue campeón

cubano de los pesos welter y ahora es entrenador de box. En tres décadas, entre padre e hijos apenas mediaron tres o cuatro cartas y unas pocas fotografías, aun cuando uno y otros se reconocen como tales.

Lázaro, el que mejor lo recuerda, supo de esta entrevista, pero no se le ocurrió ningún mensaje especial para el padre, salvo un “beso y que se cuide mucho”. En realidad, todo se congeló entre ellos desde que a mediados de los años sesenta Ramos le pidió a la madre de los chicos que vinieran a vivir en México, pero la mujer se negó.

"Ah, Cuba, si tú supieras... por las noches me transporto hasta allá. Vivo otra vez. Me veo en Herradura”

“Lázaro fue el primero de mis siete hijos y al que más quiero de todos. Nació el mismo día en que debuté como profesional, el 15 de abril de 1957. No haber visto jamás a ese muchacho es una espina que llevo clavada en el corazón”, admite.

La entrevista es en la pulquería La Hija de los Apaches, un sitio sórdido, con las paredes tapizadas de maltrechas fotografías de boxeadores, muchas de las cuales muestran a Ultiminio en sus tiempos de gloria.

¿Es suyo este lugar?

No, qué va. Es del Pifas Leiva. Mi hijastro. Pero vengo todos los días. No soy gran bebedor. Me paso la tarde con medio vaso y …

Un teporocho lo interrumpe. Quiere que le autografíe un pequeño calendario con una mujer desnuda. Ramos pone su nombre al dorso, pero el hombre exige con voz tropelosa: “¡En el pecho, campeón, en el pecho!” y el aludido vuelve a firmar, ahora sobre los coloridos senos.

¿Hace mucho eso?

¿Qué cosa?

Firmar autógrafos

Sí, uff. Mira, sueltas en cualquier calle del “defe” a Julio César Chávez y nadie lo reconocería, con todo lo campeón mundial que es. Pero a mí y al Púas Olivares todos

nos conocen, somos verdaderos ídolos, gente del pueblo, que en las verdes y en las maduras nos la hemos pasado en las cantinas, las taquerías, las pulquerías, en los sitios donde van los jodidos: la mayor parte de la gente. Mira, campeón —Ramos le dice así a todo el mundo—, ¡fíjate si me quieren!: La otra noche me asaltaron en la colonia Juárez, pero uno de los ladrones me reconoció y dijo “¡híjole, si es el campeón!”. Y no sólo me devolvieron la plata, sino que me llevaron en su coche hasta donde yo iba. Y

eso que eran jóvenes, gente que no me vio pelear.

Inserta frases del argot mexicano, pero conserva el acento cubano. Aun cuando asegura beber muy poco, esta tarde sus palabras se atropellaban, como si estuviera borracho; cambia de tema a cada instante y parece aturdido. En cambio, hace gala de una memoria de elefante al referirse a fechas y lugares.

Es un mulato de baja estatura, fornido, con pocas huellas faciales del duro oficio que ejerció desde los 15 hasta los 30 años. Tiene bolsas debajo de los ojos, pero deben ser consecuencia de malas noches en bares y cantinas, ora como parroquiano ora como músico.

Estoy en forma —se jacta—. Dime cuántos exboxeadores se mantienen como yo. Y eso que mi estilo de pelea era desgastante. Con estos brazos tan cortos yo tenía que ir para arriba de la candela, recibir mucho para dar bastante.

Debe correr todos los días…

Nada de eso. Desde que dejé el boxeo mis ejercicios físicos se reducen a bailar y a hacer el amor. Qué te parece. Estoy convencido de que bailar al compás de la música que te gusta y amar a la mujer que quieres son las únicas fórmulas rejuvenecedoras que existen.

Es viudo de su primera esposa. Se volvió a casar. Además de los dos hijos en Cuba, tiene uno en Panamá y tres en México, dos de éstas mujeres. “Escribe ahí que también uno adoptivo y dos fuera de matrimonio, aquí en México”, sugiere mientras se da un trago.

De buenas a primeras empieza a tamborilear sobre la mesa y entona un guaguancó: “Matanzas es la tierra del fuego, en donde los rumberos quieren guarachear./ Yo soy de ahí, de un barrio muy chiquitico, cerca del valle Yumuri./ Y el mundo gira, gira y gira y ahora yo me encuentro aquí / Yo le pido a mi Dios que me dé oportunidad, de volver a mi país/ para ver a mis hermanos, para besar a mis hijos y agarrarlos de la mano..”.

Se hizo boxeador, se casó y tuvo sus hijos cubanos en Herradura, un pueblito de la provincia de Pinar del Río.

Cuando colgó los guantes, después de que el nigeriano Cinda —un exsparring suyo— lo noqueó el 25 de abril de 1972, emprendió varios negocios que quebraron porque “no supe administrarlos, se me fue la plata como agua entre dedos..”

¿Ganó mucho dinero como boxeador?

Ni tanto, no creas. Entonces no pagaban mucho y a los pesos bajitos menos. Me dieron dieron 40 mil dólares cuando obtuve la faja mundial de los pesos pluma, el 21 de marzo de 1963, en Los Ángeles, California, frente a Dave Moore, quien murió horas después a causa de los golpes. Que en paz descanse el pobre.

Era el segundo hombre que usted mataba…

Cierto. El otro fue mi compatriota Tigre Blanco en 1958, en La Habana. Aquella muerte me afectó mucho porque yo era muy joven. Pero la familia del Tigre me ayudó a sobrepasar el mal momento. Fue alentador que los padres del finado entendieran que aquello fue uno de los gajes del oficio.

¿Le quedan cargos de conciencia por ambas muertes?

No, porque igual me puede tocar a mí la muerte.

Pero usted tiene una relación especial con la muerte, ahora mismo es empresario de pompas fúnebres.

Es verdad. De algo hay que vivir. Pero también toco en la orquesta Los Sugar Boys de Ultiminio Ramos, que ofrece shows nocturnos en el bar El Rey. Además soy entrenador de la Asociación Mutualista de Boxeadores Profesionales de México, de la cual soy vicepresidente. El presidente es el Púas.

Otro teporocho interrumpe. Se despide con un “nos vemos, campeón” y Ultiminio le dice a manera de adiós: “Bueno, hermano, ya sabes, si se muere alguien nomás

llámame, cobro poco”.

Cuando salí de Cuba… “Ah, Cuba, si tú supieras… por las noches me transporto hasta allá. Vivo otra vez. Me veo en Herradura, escapado del entrenamiento para ver a Rosita, la madre de mis hijos cubanos, mi primera novia, mi primera mujer. Veo a mis niños delante de mí y me llego a preguntar qué hago aquí”, dice.

Está tocado. Su disfraz de tipo rudo y alegre se empieza a caer por pedazos. Ha flaqueado. En sus tiempos de boxeador sólo le sucedía cuando le daban sobre el hígado. Se da cuenta. Me golpea suavemente el mentón con su puño derecho y cambia la

conversación:

“Pero no me arrepiento de nada. Digamos que tengo la razón: fui campeón mundial,

con cuatro defensas del título hasta que Vicente Saldívar me lo quitó el 26 de septiembre de 1964. Me divertí. Viajé. Fui grande fuera de mi patria. Soy un ídolo en México. Siento que pertenezco a este país. Qué más voy a pedir, campeón”, riposta. De la mesa vecina escuchan la respuesta y alguien aflauta la voz y canta en son de burla: “Yo voy viviendo de recuerdos /del tiempo tan feliz que ya pasó…” “Tú ves, hace unos años por menos que eso le hubiera roto la nariz a un tipo, ahora me río de esas cosas. Mira, a mí no me afectó el retiro. Colgué los guantes la misma noche en que Cinda me noqueó. No consulté con nadie. Bajé del ring, me di un largo baño en una tina de agua caliente, me vestí y les dije a todos que jamás boxeaba.

Desde entonces las únicas peleas que he tenido han sido en la calle”.

¿Muchas?

No tantas, algunas

¿Por qué motivos?

Nada, tipos que se quisieron pasar de listos.

Asegura no saber nada de política y que su salida de Cuba, a tres años del triunfo

de la Revolución de Fidel Castro, se debió a cuestiones personales. “El nuevo gobierno

abolió el boxeo de paga y yo quería ser campeón mundial, ganar dinero, tenía un mundo por delante”, explica.

Pero Castro no prohibió todo el boxeo, dejó el amateurismo.

No, hombre, no. Eso no es boxeo.

¿Volvería a la isla?

Me gustaría que el Estado, que tanto se preocupa por el deporte, organice una reunión

entre los boxeadores cubanos que han sido campeones mundiales en cualquier época o boxeo, vivan o no en la isla. Así iría mañana mismo, pero viajar como turista, tener que pedir la visa para visitar la tierra que me vio nacer no me motiva demasiado.

Pero de cualquier modo admitió: “a lo mejor no podría soportar el peso de los recuerdos, pues buscaría el mismo lugar que dejé hace 33 años: creo que sería incapaz de enfrentarme a la nueva realidad”.

Quizá tiene razón porque la verdad es que, en Cuba, de Ultiminio Ramos sólo se acuerdan los viejos del barrio.

 

Canción de Bob Dylan dedicada a Davey Moore quien murió tras una pelea con Ultiminio Ramos

DIEZ PREGUNTAS AL CAMPEÓN

¿Qué representan para usted los guantes de box?

Un par de amigos.

¿Y los amigos, entonces?

Nunca tuve mejores amigos que los guantes: me lo dieron todo.

Para los romanos, el exilio era la peor condena. ¿Comparte ese criterio?

Es que esos romanos no sabían que uno nace en un sitio por puro accidente. La gente es ciudadana del mundo.

Pero en una de sus canciones usted le pide a Dios que le dé oportunidad de volver a su país.

Eso es una canción.

¿Quiere decir tres palabras sobre el boxeo?

Sangre, sudor y lágrimas.

¿Otra?

Mejor las que suenan bonito. Las otras despiden mal olor.

¿Cuál fue su rival más difícil?

Todos. Mis contrarios siempre salieron a arrancarme la cabeza y yo salí a arrancárselas a ellos.

¿Cuál fue el balance?

Campeón del mundo, 57 peleas

ganadas, dos tablas y seis perdidas.

Usted siempre andaba de traje y corbata.

Eh, ¿pero tus padres no te enseñaron que el hábito hace al monje?

¿Se siente cubano o mexicano?

Mira, campeón, los escritores siempre quieren respuestas sentimentales. Pero miento si digo que me siento cubano y moriré cubano. He vivido en México más de la mitad de mi vida, aquí lo gané todo y también lo perdí todo. En este país me voy a morir y aquí me han de enterrar. Así que no es que me sienta. Yo soy mexicano, soy chilango…