Mezcalblanco y Arturo Saldívar dan aliento a la temporada en La México

Mezcalblanco y Arturo Saldívar dan aliento a la temporada en La México
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  • praxedis_razo

Con la mitad de las entradas de las dos citas pasadas en los tendidos llegó el encierro de San Luis La Paz ya al fin a dar aliento, aunque sea brevemente, a una temporada que crece, lenta. Tabaco y cruces doradas, entró muy serio al ruedo Miguel Ángel Perera, queriendo triunfo; de mora y florituras en oro, Arturo Saldívar cruzó la arena, alegre, astuto; menta y antología de oro, Gerardo Adame se centró saludando, impuesto. Los de La Estancia, desde el sorteo, avivaban la espera.

Morrillazo encaireleado, carón astifino Bragado, Sieteleguas fue el primer astado de la tercera tarde con media tonelada y dos kilos en lo que va de la temporada, cortesía del rancho San Juan. Fue a topar, a volcar y a tronar la pica de Ignacio Rodríguez en un primer vuelo que quedó rectificado en una segunda oportunidad, de aplauso, incluso. En el tercio de banderillero, Marco Dones hizo algo, pero el toro seguía protestando y rebrincando sin lucir. Perera, desesperado, abrevió concluyendo de pinchazo a un distraído.

El dato. Casi 40 años cumple La Estancia de haberse presentado en La México. La ganadería de ayer ha tenido dos nombres, La Providencia, cuando pertenecía a Altzayanca.

Mezcalblanco y sus 524 de fuerza, su berrenda y jabonera estampa lucerina, calcetero rabón, fue la primera relevante presencia de toro en lo que va de la temporada grande, templadamente capoteado por verónicas del segunda coleta. Apenas sangrado por la puya de Carlos Domínguez, bien rehileteado por Rafael Romero, tercio afuera ganado, de medias embestidas fue las delicias de un Saldívar que muleteó con mucha fuerza, siempre muy abajo por naturales, muy descarado por las espaldas, rima que lo tumbó en la arena, pero que lo enervó en un péndulo con manoletinas tan importantes como la ejecución de la estocada que no dobló al de La Estancia sino con dificultades y un aviso. Por mucho ganó su arrastre lento el astado guanajuatense y la salida al ruedo el matador.

Reposado, otra fina estampa, pero colorada en castaño, ojito de perdiz lanudo de cabeza y arbolatura de grandeza, pero parado de 515 de musculatura no fue de mucha relevancia en sus dos primeros tercios, algo se dejaron ver los banderilleros al ralentí, y fue a menos notoriamente en las muletas de un Adame enfadado. Con ese malestar entró con la espada, sin toro ya.

Cristalino, casi seiscientos kilos de cárdeno berrenda, chorreado careto, calcetero badanudo, rabón paliaperto fue a darse una voltereta ante la mano ajada de su matador de Puebla del Prior, causándose un mal que pesaría el resto de su faena. Ajustadamente puyado, mal banderilleado no meció con interés ninguna muleta y antes de caer ya se andaba rajando. Al final del cuarto de la velada, en el descabello, hubo silbidos generales.

Otro paliaperto, éste tocado del pitón derecho, cárdeno bragado, listón encrespado de 545 kilos, Tequila sucedió como quinto de la cita y llegó a entenderse con el espada jalisco hasta la muleta, con la que mantuvo un discurso firme, menos vibrante que su anterior cornamenta, pero más embebido, muy celebrado. De cerca y por derechas el purpúreo hacía pasar al morrillo en tandas cortas, mal colocado, envanecido fue a perder una tela al encimársele; no obstante, siguió marcando el paso, en redondos muy calados, con cambios por la espalda pegado a tablas, arrebatándole entusiasmo al cotorreo en los tendidos. La verdad apareció y se repartieron ovaciones al binomio a pesar del aviso.

Salinero, listón caribello con algo de badana, como la de sus hermanos de camada, rabicano paliaperto astifino, la bella cabeza de Milamores fue a encelarse en el peto de Cruz Prado, quien asentó bien su labor. Luego banderilleado mal acudió con fijeza a los doblones del hidrocálido que le brindó al de Badajoz. El juego, por derechas, no daba nada importante de tan lejos, a pesar de la buena prestancia del muleta que se hizo de palabras con el primer tendido de sol, y quizá hubiera hecho unos buenos pases de pecho y manoletinas si no se dejara ver presionado y nervioso. Picoteando, mal colocando el estoque, derrotado recogió la cojinada exagerada.

Fin de semana de escritores taurómacos

Un 16 de noviembre de 1897 nacía en los altos de la cantina La Jalisciense, Tlalpan, don Renato Leduc, taurófilo como pocos, hombre de sol tendido, nunca faltó a una cita en la Plaza México durante 57 años. Fue tan apasionado de afición que perdió el matrimonio con Leonora Carrington, unión que fue nuestra huella en la mesa de la vanguardia europea, debido a su abierto desacuerdo en torno a los toros. A él le debemos versos taurómacos de mucho alcance y un ensayo primoroso, “Religión y tauromaquia”, en su libro, a caballo entre la autobiografía y el pensamiento, Historia de lo inmediato (1976).

René Avilés Fabila, quien hubiera cumplido 79 años el pasado 15 de noviembre, malcriado en Ciudad Jardín; por otro lado, a pesar de no ser un concienzudo aficionado de la Plaza México, era un confeso lector de crónicas taurinas y un admirador de la valentía profunda de los toreros, obviando su gran pasión por los animales. En su cruda novela Réquiem por un suicida (1993) hay espasmos de la tauromaquia en la conciencia del protagonista.

Leduc y Ávila, dos generaciones novembrinas hermanadas por la fiesta brava.

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