2019: un año menos

2019: un año menos
Por:
  • carlos_velazquez

La maleta pesaba 28 kilos. El chofer del Uber me ayudó a elevarla hacia la cajuela. Con esta partida le ponía punto final a tres meses de viajes y a otro año en el que no morí, para decepción de mis detractores. Dejaba Coyoacanistán, mi segundo hogar, y apenas tomamos el viaducto comenzó a sonar “Crazy” de Aerosmith en la radio. Todo mi 2019 desfiló ante mis ojos como todo Baltimore desfila ante la mirada de McNulty en el penúltimo capítulo de The Wire. ¿O es el último capítulo? No lo recuerdo con exactitud. Desde hace años uno de mis proyectos es darle otra vuelta a la serie. Pero la maldita vida se interpone.

Sé que volver al Norte me provocará un bajón. Me gustaría quedarme al cumpleaños del doctor Lao y a la posada de Sexto Hipster, pero extraño a mi hija y las gorditas de prensado. Las únicas personas con las que soporto estar encerrado en un mismo espacio veinticuatro horas son mi hija y Eduardo Rabasa. Es la razón por la cual mi existencia se ha repartido últimamente entre el sur de Ciudad Godínez y La Laguna. Cuando estoy en México extraño a mi bendición y cuando estoy en Torreón extraño al Joven Werther de Coyoacán. A mis cuarenta y un años continúo siendo el mismo: un hombre dividido.

Este regreso es distinto. Después de cinco años de separación por fin me he divorciado. Este 2019 conocí a Jeff Tweedy, murió Celso Piña, publiqué otro libro de cuentos, por fin salió la última película de Woody Allen, Un día lluvioso en Nueva York y me obsesioné con Mark Fisher como hace siglos no me ocurría con un autor. La sensación de no pertenencia se me ha agudizado y aunque este año estuve a punto de quedarme en Madrid de manera involuntaria, un día de estos voy a amanecer en Tijuana y no me moveré nunca más de ahí.

Mi patria no es mi biblioteca, pienso cuando la señorita del mostrador de Aeroméxico me obliga a sacarle tres kilos de excedente a la maleta. Uno de los libros que aparecen es la nueva novela de Pedro Juan Gutiérrez, Estoico y frugal. Acabado el check in, me siento y la comienzo a leer. Soy un fan de Perro Guan, pero el libro me queda a deber. Y me pregunto si me pasará lo mismo. Si a su edad seré una versión descafeinada de mí mismo, o si renunciaré antes de que eso me ocurra. O si la muerte me salvará de tal destino.

"Mi patria no es mi biblioteca, pienso... la señorita me obliga a sacarle tres kilos a la maleta".

No lo sé con certeza, pero casi podría asegurar que este es quizá el año que más he viajado en mi vida. Dos semi-traumáticas experiencias me hicieron caer en cuenta de que jamás viviré en Estados Unidos. Estaré atrapado en el eterno retorno de la 4T de manera indefinida. Antes volví a casa a recuperarme. A renovar fuerzas. Sin embargo, en este momento me sienta fatal. Es donde peor como, me da colitis, me duele todo. No puedes estar enojado todo el tiempo, me dijo mi psiquiatra. Así que no me quedará otra que volver a la piscina y matarme leyendo. Sé que cuando vaya con mi bendición a ver la nueva de Star Wars, mi regreso estará justificado a plenitud.

Algo estoy haciendo mal. O bien. Porque mucha gente está molesta conmigo. Por decir lo que pienso. Y he pensado cerrar el hocico. Pero entonces sería hipócrita. ¿No que mucho pinche Mark Fisher? Lo peor de todo es la gente que me dice muy bien, de manera clandestina, pero en público voltean hacia otro lado. No me preocupa. No quiero dar o recibir palmaditas en la espalda. No me metí a la escritura para eso.  Lo que de verdad me inquieta es que a mis cuarenta y un años apenas y tengo calcetines, ah pero me acabo de comprar una bocina para mi cuarto. Prueba de que la música me sigue importando más que cualquier otra cosa. Lo que resulta paradójico, porque la música es una de las cosas que menos me importa ahora. La música del presente, quiero decir.

Subo al avión y lo único en lo que puedo pensar es en las tres chamarras que me ha perdido Eduardo Rabasa. Dos de cuero y una verde. Que es la que más lamento. Una Levi’s que me encantaba. Me sudan las manos y me siento ansioso. Pero también me saboreo el pavo que nos cenaremos el 24 de diciembre, mi luna de miel con el perreo y en hincarle el diente al botín que conseguí en la FIL. La azafata me pide que mantenga recto mi asiento. Me coloco mis audífonos y comienza a sonar una rola de Los Cadetes de Linares: “Ya va llegando diciembre y sus posadas, se va acercando ya también la navidad”. Un año menos, pienso. Y despegamos.