Los ochentas son invento de Terminator. No importa cuántas veces declaremos su muerte, siempre regresarán a jalarnos los vellos púbicos. Su última encarnación tiene forma de serie: Cobra Kai.
Lo mejor de la historia es el soundtrack. Un viaje sentimentaloide a esa década a la que más de uno califica de horrible, pero cuya música pone a todos a bailar. Con la coperacha de alguna que otra rola de los noventass y de los dos miles.
Cuando estaba en la preparatoria los ochentas me parecían una época bastante lejana. Y los viejos rockers de la cuadra unos dinosaurios. Excepto los heavymetaleros, nadie escuchaba a ninguna de las bandas de esa década que ahora componen el soundtrack de Cobra Kai. Estábamos sumergidos en el rock alternativo, que luego se llamó grunge y que después se partió en varias subdivisiones: sludge, metal, whatever. Pero nadie sospechó jamás que el revival se impondría y que los ochentas volverían para arrasar en medio de millones de fallecidos por covid. ¿Habría tenido el mismo éxito sin la pandemia de por medio? No dejo de preguntármelo. Porque la marca estaba más que muerta, y resucitó gracias al encierro.
Sí, los ochentas son el soundtrack de la muerte.
LA MÚSICA DE COBRA KAI me elevó los triglicéridos bien cabrón. Con algunas excepciones, AC/DC, Mötley y anexas, escucho poquísima música ochentera, sólo en fiestas o en la radio, cuando el pinche bluetooth no quiere enlazar el teléfono. Pero nunca pongo un disco completo para escucharlo con una copa de vino tinto. Prefiero invertir mi tiempo en lo de siempre: mi amado Iannis Xenakis. O algo de Luigi Nono. O ya de perdido un jazzecito, algo tranqui: Albert Ayler.
Cuando hablo de los ochentas no me refiero a AC/DC, Mötley o Maiden, sino a todas esas bandas culeras one hit wonder que son la adoración de los heavymetaleros que año con año se gastan lo que han ahorrado tres décadas en el Afore para abarrotar el Hell & Heaven. Decía: no soy un consumidor de las power ballads, pero cuando vi en la pantalla a Daniel Larusso agitar una melena imaginaria con metal rascuache de fondo, gran parte de mi educación sentimental desfiló ante mis ojos.
Recordé la tarde en que vi por primera vez la jeta de Bon Jovi. Mi vecina tenía un póster en una pared desu cuarto. Se me ocurrió preguntar quién era y me recetó completo el Slippery When Wet. También reviví el día en que otra morra del barrio se levantó la blusa en el patio de mi casa para enseñarme las tetas. Era una flaquita. Ahora que lo pienso quizá ella sea la culpable de que me gusten las morras de tetas mini. Yo debía tener diez u once años. Nunca volví a ser el mismo. Y todo eso vino a mi mente mientras sonaba “Here I come again” de Whitesnake y en pantalla Johnny Lawrence se tomaba una cerveza. Pinche Cobra Kai.
No es lo mismo escuchar en la radio una de Poison que verla empatada con tus recuerdos combinados con el Karate Kid. Es como un álbum de fotos que te despierta la añoranza. Es una trampa perfecta. La serie utiliza la música para apelar a lo nostálgico de nuestra era. Y lo consigue con una eficacia tal que le otorga un nuevo revestimiento a las canciones. Esa rola que considerabas menor, esa que medio te gustaba, que a veces adelantabas cuando aparecía en el aleatorio, ahora la dejas. No sólo la escuchas: la tarareas y hasta la bailoteas. Para entonces cachetearte a ti mismo y decirte qué estás haciendo pendejo. Si esa madre es una mierda.
Este efecto lo observé con mis compañeros de prepa, excepto con los rockers, por supuesto. En una fiesta de fin de curso nadie se sabía de memoria las canciones de Nirvana o Alice in Chains. Lo más fuerte que escuchaban era El Silencio de Caifanes. Me he reencontrado con varios veinte años después y resulta que tienen toda la discografía de Pearl Jam ylos Stone Temple Pilots. Y me digo por dentro: pero sí tú eras un ñoñazo. La música es un ablandador de carne. Se tarda años pero al fin logra penetrar nuestros caparazones. Preferible esto a que escuchen reguetón, por supuesto.
CON EL ÉXITO DE COBRA KAI no duden que se vienen más secuelas, precuelas o remakes de los ochentas. Se antoja una nueva saga de Jóvenes Pistoleros. De hecho, la acaban de anunciar. Lo que significa sólo una cosa: más música ochentera. No le vendría mal a Bon Jovi resucitar. Una serie sobre Young Guns lo rescataría de su condición de muerto viviente. Cobra Kai se estrenó primero en YouTube Premium, pero sólo hasta su arribo a Netflix se ha convertido en un fenómeno. Qué extraño que a los promotores transas no se les haya ocurrido hacer un tour Cobra Kai. Varias bandas del soundtrack de gira. Sería un jitazo. Si todos pensamos que el momento de Johnny Lawrence era en los ochentas, cuando era un niño bien e hijo de papi, nos equivocamos. Su momento es ahora: alcohólico, looser en redención, con su chaqueta de cuero y su auto deportivo: por fin puede arañar las royalties. No importa lo panzón, lo arrugado, lo impotente, la música no envejece como tú. Es tu Dorian Gray. Y si lo hace: bah, la nostalgia la mantendrá forever young.
Estaba tan clavado en la música que no me di cuenta hasta el cuarto o quinto episodio lo chafa que está la serie. Pero como ya venía encarrerado, me chuté la primera temporada completa. Comencé la segunda, pero no aguanté más de un par de capítulos. Es de una ñoñez insoportable. La rosa de Guadalupe con chingadazos mal puestos. De jodido en la telenovela sí los arriman bien. A ver, si me topo con Karate Kid o Karate Kid 2 un domingo en la TV abierta la veo sin pedos. Pero a la serie no vuelvo. De lo que sí no me voy a perder es de la nueva peli que viene sobre la franquicia. Seguro será un fiasco. Pero voy con el pleno conocimiento de lo que enfrento.
En resumen: el soundtrack de Cobra Kai no me removió las entrañas. Como decía, si escucho “I Remember You” de Skid Row en la radio no cambiaré de estación. Pero mi encuentro con la primera temporada de la serie no me despertó las ganas de comprarme un vinyl de alguna de las bandas de hair metal ahí incluidas. Ni tampoco de escuchar los grandes hits de Warrant en Spotify.
Pero muchos sí que cayeron. Por eso, si acaso alguna enseñanza nos ha legado Cobra Kai es que este mundo no le pertenece a los osados, como promulgaba Bukowski, le pertenece a los chavorrucos.