Existe un término para definir a los proyectos en extremo arriesgados: career killer. Un salto al vacío que de no resultar será mejor que te dediques a otra cosa. Y nadie amaba tanto arrojarse al abismo como Lou Reed.
Hacia comienzos de 1975, el ex miembro más insigne de la Velvet Underground estaba en bancarrota. Financiera, creativa y mental. Sólo su vida amorosa parecía gozar de cierta estabilidad. Su pareja, un transexual indio-mexicano, rebautizado como Rachel, era la única persona con la que se entendía. Se peleaba con todo mundo, era la única manera en que podía relacionarse con la gente, debido a su consumo desenfrenado de speed, que no hacía si no exacerbar su hosca personalidad.
Lou Reed fue un saboteador nato. No de su arte, no de su música, pero sí del lado comercial de la industria. Ya se la había jugado a la disquera un par de años atrás. Tras el éxito de Transformer, RCA Victor estaba lista para exprimir a Lou hasta el tuétano. Pero en lugar de entregar un álbum de asimilables melodías pop, creó el inconmensurable Berlin. Un disco conceptual que hoy es considerado una obra maestra pero que en su tiempo fue un fracaso de crítica y, lo que más le interesaba al sello, de ventas.
En el 75 Lou fue un paso más allá. Estaba consciente de que Metal Machine Music podría destruirlo, al grado de que él mismo pensó que sería el último que publicaría. El antecedente estaba sembrado en White Light / White Heat, el segundo disco de la mítica Velvet Underground. En particular en “Sister Ray”, una pieza de más de diecisiete minutos en el que refulge el Lou Reed más experimental.
AL DESCUBRIRSE EN CRISIS, REED SE REPLEGÓ y emprendió una regresión hasta su paso por Syracuse, su interacción con La Monte Young, uno de los primeros compositores avant-garde de Estados Unidos, y la libertad para experimentar de su antigua banda. Si MMM sería una despedida, cerraría un círculo perfecto, saldría por la misma puerta que había ingresado: la investigación sonora.
Sin la ayuda de casi nadie, MMM fue grabado en su asqueroso departamento de la 52 Oeste de la precaria Nueva York. Tres guitarras superpuestas en feedback, dos amplificadores escupiendo ese repetitivo ruido y capturado por una grabadora análoga de cuatro pistas fue toda la ingeniería necesaria para darle vida a semejante Frankenstein. Lou se había declarado admirador de las guitarras del heavy metal, sin embargo, varias de las lecturas del disco que ofreció después lo emparentaban más con los compositores de vanguardia como Stockhausen,a tal punto que RCA quiso lanzar el álbum bajo su sello Red Seal, especializado en música clásica. Pero Lou lo rechazó, porque aquello se trataba antes que nada de un gesto punk.
Para la portada se eligió una foto de Reed vestido en cuero negro y con lentes oscuros. Podríamos ponerla como imagen de The Terminator de James Cameron y resultaría igual de intimidante que la figura de Schwarzenegger. El disco es una especie de predicción acerca de los rumbos que tomará la música en los años por venir, que resulta escalofriantemente futurista. Por supuesto, fue vapuleado por la crítica, a quien no le gustó la crudeza y la frialdad de las cuatro piezas que componen MMM. Todas de una duración de 16 minutos con un segundo. Rolling Stone lo calificó como uno de los peores álbumes de la historia. Y antela queja de los fans, el disco fue retirado de las tiendas de discos y refundido en un olvido exprés. Con la excepción de aquellos que lo volvieron un objeto de culto y de los que lo veneraron en el underground como una pieza seminal del noise, muy codiciado entre los coleccionistas (la versión de época ronda los 500 dólares).
Metal Machine Music era, además de todo lo conjurado, una bofetada a la industria, a la idea de sencillo que suena en la radio
PARA FESTEJAR LOS 50 AÑOS QUE CUMPLE la osadía más grande del rock, Record Store Day, en su festejo del pasado doce de abril, acaba de lanzar una reedición de MMM en doble vinilo (antes sólo existía una edición en cd) con la frase reivindicadora del crítico de rock Lester Bangs en la portada: “El mejor disco hecho en la historia del tímpano humano”. Una reivindicación que ha ido ganando terreno en las últimas décadas y que pocos se atreven a contradecir. La portada es toda en color plata, asemejando una placa de acero, con la silueta de Lou en relieve.
En 2009, Lou formó una banda junto a Ulrich Krieger, Sarth Calhoun: Metal Machine Trio, en donde se dedicó a explorar la veta que había inaugurado veinte años antes en MMM. Esta asociación arrojó un álbum en vivo: The Creation of the Universe. Una especie de homenaje al impacto que MMM tuvo en el ambient, el minimal, el noise, la electrónica y hasta donde se extendió su influencia. Volvería a la misma senda en 2007 con Hudson River Wind Meditations, un disco en el que figura como único arreglista. A diferencia del extremismo de MMM, quien según muchos de sus detractores no tiene otra virtud que poner los pelos de punta, este último está inspirado en las técnicas del Tai Chi, a las que Lou fue devoto en sus años finales. Música creada con la intención de que también fuera auxiliar en la práctica de la meditación.
MMM era, además de todo lo conjurado, una bofetada a la industria, a la idea de sencillo que suena en la radio. Dicen que lo hizo para vengarse de su disquera y resarcir su contrato. Sin embargo, detrás de su ejecución brilla un genio adelantado a su época. Sin embargo, el hecho de que Lou se haya salido con la suya, no significa que renunciara a su carácter provocador. Si no pudo retirarse de la música con MMM, lo haría descolocando a sus fans. Como último gesto de desafío, antes de su muerte en 2013, sacó un disco junto a Metallica: Lulu. Una de las colaboraciones más inconcebibles de la música.
Lulu es un disco en el que predominan las guitarras, pero a diferencia de MMM, la estructura de las canciones suele apegarse a lo convencional. El disco fue un fracaso comercial. Y de público. Fue rechazado tanto por los fans de Lou Reed como por los fans de Metallica. Excepto algunos entusiastas, pocos se han pronunciado a favor de este engendro. Al final, Lou consiguió lo que quería. Decirle adiós al mundo dejando como testamento un disco que fuera rechazado por el mercado. Y lo más alejado de la autocomplacencia que suele caracterizar a la mayoría de los artistas. Lo que para muchos quizá sea su más grande enseñanza.