Diversa cultural

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Diversa cultural Fotos: Especial

EL ARTISTA

Un día nació en su alma el deseo de modelar la estatua del Placer que dura un instante. Y marchó por el mundo para buscar el bronce, pues sólo podía ver sus obras en bronce.

Pero el bronce del mundo entero había desaparecido y en ninguna parte de la tierra podía encontrarse, como no fuese el bronce de la estatua del Dolor que se sufre toda la vida.

Y era él mismo con sus propias manos quien había modelado esa estatua, colocándola sobre la tumba del único ser que amó en su vida. Sobre la tumba del ser amado colocó aquella estatua que era su creación, para que fuese como muestra del amor del hombre que no muere nunca y como símbolo del dolor del hombre, que se sufre toda la vida.

Y en el mundo entero no había más bronce que el de aquella estatua.

Entonces cogió la estatua que había creado, la colocó en un gran horno y la entregó al fuego.

Y con el bronce de la estatua del Dolor que se sufre toda la vida, modeló la estatua del Placer que dura un instante.

Oscar Wilde, Cuentos y poemas en prosa, trad. Julio Gómez de la Serna, Conaculta, 2009.

El artista
El artista ı Foto: Especial

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LEY FATAL

En el transcurso de la vida se piensa muchas veces en que un día, tras años, meses, semanas y días preparatorios, llegaremos a nuestro turno al umbral de la muerte. Es la ley fatal, aceptada y prevista; tanto, que solemos dejarnos llevar placenteramente por la imaginación a ese momento, supremo entre todos, en que lanzamos el último suspiro.

Pero entre el instante actual y esa postrera expiración, ¡qué de sueños, trastornos, esperanzas y dramas presumimos en nuestra vida! ¡Qué nos reserva aún esta existencia llena de vigor, antes de su eliminación del escenario humano!

Horacio Quiroga, Cuentos, ed. Leonor Fleming, Cátedra, 2004.

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Ley fatal
Ley fatal ı Foto: Especial

DECEPCIÓN

JAIME SALINAS: Cuando estaba trabajando en Alianza, me llamó Carmen Balcells y me dijo que iba a llegar a Madrid un escritor prácticamente desconocido en España que se llamaba Gabriel García Márquez. Me pidió que fuera a buscarlo al aeropuerto y le buscara un hotel. Le busqué un hotel que no fuera muy caro y García Hortelano me recomendó el Tívoli, en cuyo bar, por cierto, te servían unos excelentes gin-tonics. El tiempo que pasaron aquí García Márquez, su mujer y los niños estuvieron bastante en mi casa y nos hicimos amigos. Después, cuando ya se convirtió en personaje público, empezó a dosificar sus relaciones con los demás. Me llamó mucho la atención una ocasión, cuando él ya vivía en Barcelona. Yo hice un viaje para asistir a una cena que Carmen había organizado en su honor. Al entrar en el restaurante vi a Gabo con una sonrisa que pensé que iba dirigida a mí. A medida que me iba acercando, me adelantó otra persona, un periodista, que era el destinatario de su sonrisa. Cuando yo llegué a él me saludó correctamente. No era lo que yo esperaba de una persona a la que tenía y sigo teniendo afecto y admiración.

CRUZ: ¿Qué sentimiento te produjo?

S: Tristeza.

C: ¿Cuándo acaba la gratitud del escritor?

S: Cuando no te necesita.

Jaime Salinas, El oficio de editor. Una conversación con Juan Cruz, Alfaguara, 2013.

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HACERSE EL MUERTO

Una vez al mes, para descansar, leo historiales que terminan con el fallecimiento del paciente, y ese día me dedico a recorrer la casa con la nariz afilada y las facciones cerúleas, como un difunto, apareciéndome a la asistenta y al cartero.

—¿Por qué no escribes hoy? —me pregunta indefectiblemente mi mujer.

—Es que estoy haciéndome el muerto

—le digo yo.

—Pues te podías hacer el muerto en el sofá. No dejas de moverte y me pones nerviosa.

No comprende que mis muertos favoritos son los que se aparecen. Ella prefiere los muertos que desaparecen. Cada uno tiene sus gustos, por eso nos queremos. O sea, que de la pérdida de los historiales clínicos pueden obtenerse algunos beneficios, siquiera sean de orden literario. Lo malo es que comience a suceder algo parecido con los pacientes. De hecho, hay hospitales que ya no saben qué hacer con los enfermos, que son una lata, y darían cualquier cosa por subcontratarlos a una empresa privada. Quizá dentro de poco, en los baratillos, junto al hospital correspondiente, nos vendan al agonizante. La privatización tiene sus cosas.

Juan José Millás, Articuentos, Punto de Lectura, 2022.

Hacerse el muerto
Hacerse el muerto ı Foto: Especial

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LOS HETERÓNIMOS DE FERNANDO PESSOA

El origen de mis heterónimos es el profundo rasgo de histeria que hay en mí. No sé si soy completamente histérico o si soy, más exactamente, un histérico-neurasténico. Me inclino hacia esta segunda hipótesis porque se producen en mí fenómenos de abulia que la histeria, propiamente dicha, no encaja en el cuadro de sus síntomas. Sea como fuere, el origen mental de mis heterónimos reside en mi tendencia orgánica y constante a la despersonalización y a la simulación. Estos fenómenos —afortunadamente para mí y para los demás— se han mentalizado en mí: quiero decir que no se manifiestan en mi vida práctica, exterior y de trato con los demás; estallan hacia dentro y los vivo yo a solas conmigo. Si yo fuese mujer —en la mujer, los fenómenos histéricos desencadenan ataques y cosas parecidas— cada poema de Álvaro de Campos (el más histéricamente histérico de mí) sería una alarma para el vecindario. Pero soy hombre, y en los hombres, la historia asume principalmente aspectos mentales; así, todo acaba en silencio y poesía.

Fernando Pessoa, “Dos cartas a Adolfo Casais Monteiro”, Un corazón de nadie. Antología poética (1913-1935), trad., sel. y prol. Ángel Campos Pámpano, Galaxia Gutenberg, 2019.

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VENTA DE ESCLAVOS

Muchos capitanes de buques negreros solían considerar terminada su misión cuando entregaban a los esclavos en las Indias occidentales, aunque resultaba a menudo imposible cobrar las ganancias de la venta lo bastante rápido para obtener un cargamento de azúcar para el viaje de vuelta; mercaderes y capitanes no estaban nunca seguros de los precios que les pagarían en su puerto base por las mercancías que llevaban por cuenta propia; los plantadores podían tardar años en pagar por los esclavos. A veces, a cambio de los esclavos, los mercaderes europeos preferían letras de cambio en lugar de azúcar, índigo, algodón o jengibre, porque en Londres los precios de estas mercancías resultaban impredecibles o bien bajos.

La mayoría de plantadores de Norteamérica y el Caribe tenían cuentas bancarias en su país de origen, Inglaterra, Francia u Holanda, y cuando efectuaban su compra lo hacían de una de estas tres maneras: pagaban al contado, en dinero “de las islas” que, en el caso de la libra francesa valía un tercio menos que en Francia; pedían crédito al tratante, normalmente de un par de años, aunque excepcionalmente podía ser de diez años, o pagaban con mercancías, rara vez la suma total y con frecuencia sólo un pequeño porcentaje. Según la colonia, esta mercancía sería ante todo azúcar, semirrefinado o sin refinar, índigo, que después de 1750 sufrió una caída, algodón y café, que en el Caribe se mencionó por primera vez en 1730 y a partir de entonces gozó de popularidad entre los capitanes negreros; también, aunque de modo irregular, se pagaba con jengibre, vainilla, tabaco y pieles, así como rapé. Rara vez se pagaba el total a la entrega del esclavo; si bien la deuda se expresaba en moneda colonial, el pago se hacía a menudo con mercancías valiosas en Europa.

Hugh Thomas, La trata de esclavos. Historia del tráfico de seres humanos de 1440 a 1870, trad. Víctor Alba y C. Boune, Planeta, 1998.

Venta de esclavos
Venta de esclavos ı Foto: Especial
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