No fue de inmediato. Al principio sólo te miraba desde lejos. En ese hombro derecho, esa parte de tu cuerpo, tan precisa y contenida, recargué mi cabeza en un momentáneo acto de romanticismo. Estaba ahí, oculto bajo la camisa blanca, cargando el mundo sin que nadie lo supiera. Cuando te desnudaste lo noté. Salió de la manga, la tela cayó y apareció esa articulación donde el brazo nace. No pude disimular, vino el impulso. Quería devorarte, y no es metáfora, era hambre. Había en mí un apetito urgente, primitivo, ansias de quedarme con ese trozo entre los dientes, mis filosas herramientas de un ritual oscuro que nadie me enseñó pero que siempre supe. Los caníbales comemos lo que más deseamos, y la presa, tú, no distinguió si era caricia o castigo. Te di miedo, la forma de acercarme fue enfermiza, brutal, voraz. Inhumana.
Ahora tengo una fijación contigo, hombro mío, no como integrante de esqueleto sino como fragmento apetitoso. Eres mi objeto parcial, mi delirio.
¿Percibiste cuando acerqué mi aliento, el roce de mi nariz que te olfateaba como bestia desbocada? No fui a tu sexo ni a tu corazón. Fui a esa zona que carga y no se queja.

Podrías hacer de esto algo bonito
TE OBSERVÉ ANTES DE TOCARTE, anticipando la reacción, igual que a una incisión previa al corte. Hallé la huella de una ruptura antigua, intenté lamerla para borrar el golpe que sufriste. No soporté el límite, entonces te mordí. Rompí el hueso, metí la lengua en el hueco, comencé a explorar. Te vi por dentro, las fibras latiendo, un peso invisible y palpitante, tensión acumulada que te disloca los sentidos. Cargas más de lo que puedes, lo que no te pertenece. De un bocado trituré el omóplato, desde la mandíbula hasta el espasmo. Suavicé músculo y tendón con mi saliva, antídoto imposible. Te arrastré por la garganta, te empujé hasta mis entrañas. La idea no era comerte sino incorporarte, que te adhirieras a mí como un segundo cartílago, hasta no saber cuál era tuyo y cuál mío. Un ardor eléctrico te recorrió, el gemido se alojó en la clavícula. Soplé la herida no para aliviarla, sino para abrirla más. Para ver cómo respira y late. No sólo por sadismo, sino porque las cicatrices me interesan más que las pieles lisas, más que las superficies sin historias que contar. Prefiero las fracturas, las lesiones internas sin remedio. Las deformidades. Las marcas que nadie más ve pero que yo trato de nombrar.
La próxima vez no me iré con el otro, el hombro izquierdo, sino con tu región más secreta, la que nunca ha tocado nadie, órgano, extremidad, recuerdo o miedo. Voy a cortarla con palabras, verbales bisturíes, sílabas con filo, adjetivos que te hagan sangrar aún más. Que los nervios tiemblen, las fibras se estremezcan, porque saberte vulnerable me excita más que poseer tu cuerpo entero. Excavaré en una nueva hendidura, penetrando hasta el fondo de tu organismo. Ahí, en esa carne viva, yo renaceré, me convertiré en hombro, cuello, torso, brazo, pierna. Y seré ciencia exacta, anatomía pura. Un experimento en mi laboratorio de ternura retorcida: encarnación genuina del amor.
*Yo nunca me equiboco.
