EL CORRIDO DEL ETERNORETORNO

Yo también fui un adolescente beatmaniaco

Yo también fui un adolescente beatmaniaco │ Fuera de la carretera
Yo también fui un adolescente beatmaniaco │ Fuera de la carretera Foto: Especial

Las mejores cosas ocurren en la cama. Pero también las peores.

Velazkowski, tienes un bulto en la espalda, me dijo una morra después de hacer el amor.

Llevaba meses ignorando la protuberancia que me había nacido debajo del omóplato izquierdo. Comenzó como una bolija y creció hasta adquirir las dimensiones de un tamal de dulce sin pasas. Me molestaba dormir boca arriba. Me hice de la vista gorda hasta que tuve que afrontar la cruenta realidad. Ninguna bola puede anunciar nada bueno. La sospecha de cáncer fue inevitable. Y obvio me paniquié.

Bueno, ecuacioné, si me va a cargar la monda, mi último deseo es contemplar las vías de ferrocarril donde murió Neal Cassady.

Había fantaseado con hacer ese peregrinaje miles de noches. Antes de partir hice una cita con el oncólogo. Al regresar, estaba convencido, enfrentaría el horror de un diagnóstico negativo. El séptimo pasajero alojado en mi espalda no podía ser benigno. Era demasiado firme para tratarse de una bola de grasa. Sé lo que están imaginando, pero no, tampoco se trataba de una joroba emergente por culpa de mi mala postura.

Metí en una mochila un par de bombachas agujereadas, mi ejemplar de Off the road de Carolyn Cassady y me trepé a un autobús con rumbo a San Miguel de Allende.

Como Neal décadas atrás, llegué huyendo, pero no de la ley, de la fatalidad. Caminé desde la central de autobuses hasta el hostal que había reservado. No existía nada más beat que aquello. Salí a la calle y enseguida maldije mi suerte. Me cagan las calles empedradas. Había escuchado que la ciudad estaba llena de gringos, pero no me topé ninguno.

MORÍA DE HAMBRE. Me chingué unas quesadillas en el mercado y luego me refundí en El Tenampa, una cantinita de puertas abatibles. Según algunos detectives beat, Neal solía frecuentar el lugar. Sabrá Buda si sea verdad. Todos los rumores sobre Cassady en San Mike son imposibles de verificar. El único hecho documentado de manera oficial es el hallazgo de su cadáver. Así que pensé que un buen suvenir del viaje sería el acta de defunción del gran Dean Moriarty. Pero en el Palacio Municipal me informaron que el trámite tardaba tres días. Y no disponía de tanto tiempo. Así que el plan de que en caso de que muriera me enterraran con ese papel se vino abajo.

La primera extranjera que vi fue la señora que vivía en la casa donde había residido Neal. En la calle Beneficiencia (¿sic?) marcada con el número 60. La doña era una gringa jubilada que se portó muy amable. Me invitó a pasar y me mostró lo que había sido el cuarto donde el beat dormía. Una hora después me marché prometiéndole que le enviaría una postal de La Laguna. Recorrí todo el pueblo de arriba abajo. Al anochecer me metí a un pequeño barecito donde había unos gringos tocando blues en vivo. Excepto una pareja y yo, la clientela estaba conformada por extranjeros. Pagué mis chelas y me fui a la vieja y abandonada estación de tren.

Caminé por las vías sin ninguna aspiración más que pisar el terreno. No sabía dónde habían encontrado el cuerpo. Si el acta de defunción requería tiempo, imagínense el informe forense. Supongo que descubrieron a Neal junto a los tracks porque quizá presintió que iba a morir y su amor por el ferrocarril, donde había trabajado entre los 40 y los 50, lo empujó a recorrer las vías en busca de sosiego. Mismas que yo contemplaba quizá también por última vez.

Al día siguiente, como Luke, regresé a enfrentarme al lado oscuro de la fuerza.

El oncólogo me aseguró que se trataba de un inofensivo lipoma, pero había una parte injertada en el músculo de consistencia dura. Así que lo mejor era extirpar a mi inquilino y mandarlo analizar. Sobres. ¿Cuándo me mete cuchillo?, le pregunté. Mañana mismo, me respondió. Le urgía embolsarse esa feria. Ches matasanos, son todos iguales.

Me tragué el choro de que mi humanidad no estaba comprometida, pero de todos modos estaba culeado. Era mi debut en un quirófano. Y lo peor (o lo mejor, según) es que sería con anestesia local. Tiene sus ventajas, así los médicos no se burlan de tus lonjas mientras estás dormido, pero por otro lado te toca chutarte todo el procedimiento. Es como si un marrano estuviera viendo mientras lo hacen carnitas. Lo positivo de este método es que sería una cirugía ambulatoria. Su rajadita y a dormir.

ERA MI DEBUT EN UN QUIRÓFANO. Y LO PEOR ES QUE SERÍA CON ANESTESIA LOCAL. TIENE SUS VENTAJAS, ASÍ LOS MÉDICOS NO SE BURLAN DE TUS LONJAS MIENTRAS ESTÁS DORMIDO

Boca abajo sobre la plancha el doctor me indicó que me inocularía la anestesia. Pasados unos minutos procedió a cortarme con el bisturí. ¿Qué siente?, me preguntó. Que me está rajando, doctor, no mame. Más anestesia, pidió. Minutos después volvió a la incisión. ¿Qué siente?, insistió. Que me está cortando. Sí, ya sé que lo estoy cortando dijo un exasperado, pero ¿qué siente? Ps eso, doctor, no mame. Más anestesia. Por culpa de mi conducta droga y caverna, tuvieron que patrocinarme tres viajes de anestesia para que se me pudiera dormir el pedazo. Chingao, dijo el doc, me hubiera salido más barato anestesiar a un elefante.

EL PINCHE VIEJO EMPEZÓ a contarle un chiste a las enfermeras. Suelo ser inmune a las babosadas, pero éste estaba tan bueno que comencé a carcajearme. Nunca en mi vida me ha resultado tan doloroso reírme. Lo hizo a propósito el cabrón. Debo reconocer que como alumno de Jo Jo Jorge Falcón no se moriría de hambre. Me arrancaron el tamal y después experimenté una de las sensaciones más horribles de mi vida. La más escalofriante de todas. Ni siquiera en mis peores malviajes he sentido algo similar. Me lavaron la herida con agua fría. Hijo de su repinche madre. No se lo deseo ni a mi peor enemigo.

Salí en silla de ruedas del quirófano, con las patas vendadas y con la sensación de que cuatro cholos de la Ferro me había agarrado a tubazos. Agarré mi celular y lo primero que vi al abrir el navegador fue la noticia de la muerte de Carolyn Cassady. Se mandó analizar el molote y resultó ser pura manteca INCA adulterada. El doctor me prometió que jamás me volvería a salir.

Y qué ocurrió. Que diez años después otra vez tengo a esa pura rémora en mi espalda. Lo que significa que tendré que volver a treparme a la puta plancha. Traducción: más dinero para el oncólogo porque no lo sacó de raíz como me aseguró. Y oh, dioses del karma de la coincidencia. Justo, maldito timing, acaba de salir en español una nueva edición de Fuera de la carretera (Anagrama, 2025) de Carolyn Cassady. Ah claro, me digo. Así es como se cierran unos círculos y se abren otros.

Me lleva la pitufichingada.

Yo también fui un adolescente beatmaniaco │ Fuera de la carretera
Yo también fui un adolescente beatmaniaco │ Fuera de la carretera ı Foto: Especial