5 Sangres, de Spike Lee

Filo luminoso

5 sangres
5 sangresFuente: imdb.com
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La Guerra contra el Terror que lanzó George Bush al invadir Afganistán e Irak, continuada por Obama y Trump al bombardear otros cinco países musulmanes (Yemen, Siria, Paquistán, Libia y Somalia), vino a enterrar en cierta forma el sórdido legado de la guerra de Vietnam (pero no sus consecuencias), la cual a su vez había enviado al olvido la de Corea. Choques bélicos que la principal potencia mundial no pudo ganar, agresiones desproporcionadas e injustificables que han configurado el caos planetario al sembrar resentimientos, destrucción y muerte.

El cine que han engendrado estos conflictos se debate siempre entre el panfleto, el panegírico y la diatriba, entre el orgullo y la vergüenza, entre la denuncia y la justificación. La épica bélica aquí consiste en la degradación, el oprobio, la estulticia, el desperdicio. Pero a pesar de esa esquizofrenia y la incapacidad de imponerse con contundencia en por lo menos alguna de esas guerras, la cultura estadunidense se sumerge cada día más en la mitología bélica, el culto a las armas y la celebración de la violencia en el cine, la televisión y los juegos de video.

[Cuidado, siguen algunos spoilers].

El último intento de Hollywood por abordar la guerra de Vietnam fue la completamente olvidable Fuimos héroes (We Were Soldiers, 2002), de Randall Wallace, con Mel Gibson. Luego se optó por olvidar el fantasma de esa catástrofe criminal. Los muchos frentes de batalla que se abrieron a partir del 9/11 bastaban para tener ocupados a los productores y el nuevo villano yihadista sustituyó la amenaza comunista.

En 5 sangres (Da 5 Bloods, 2020, disponible en Netflix), Spike Lee ha decidido volver a esa guerra para contar la historia de cuatro veteranos, Paul (Delroy Lindo), Otis (Clarke Peters), Eddie (Norm Lewis) y Melvin (Isiah Whitlock, Jr.), quienes regresan a Vietnam medio siglo después para buscar los restos de uno de sus hermanos de armas y el líder de su grupo, Stormin’ Norman (Chadwick Boseman), caído en la batalla. Por un lado, es el primer filme que aborda esta guerra desde una perspectiva totalmente negra; por el otro, es también la cinta de un asalto, ya que los Bloods (como se llaman entre ellos) van a recuperar un maletín lleno de lingotes de oro que el ejército estadunidense iba a usar para pagar a sus aliados locales.

La primera parte transcurre en la ciudad Ho Chi Minh y muestra la energía del reencuentro, las personalidades contrastantes (Paul, el trumpiano irritable; Otis, el intelectual mesurado; Eddie, el exitoso, y Melvin, el conciliador). La ciudad que visitan no se parece al Saigón que conocieron. Ahí van a la inevitable disco Apocalypse Now (donde viejos rivales, exsoldados vietnamitas, les mandan tragos para brindar, quizá por haber sobrevivido a la ironía de la historia) y al contemplar las franquicias comerciales estadunidenses y europeas que dominan las calles de los barrios turísticos concluyen: “Mickey D. [McDonald's], Pizza Hut y el Coronel [Kentucky Fried Chicken] hubieran derrotado al Vietcong en una semana”.

Lee fusiona cine de género y activismo político. Para ello, emplea una variedad de elementos que pueden parecer tóxicos

La pista sonora de Terence Blanchard, entretejida con canciones de Marvin Gaye, crea un tono de solemnidad que contrasta con la ambición de Lee de hacer un filme que se mofa del heroísmo de las cintas bélicas. El director propone otro tipo de heroísmo, desde Melvin saltando sobre una granada hasta los sobrevivientes donando el botín a causas justas y legítimas. El botín le añade a la cinta un giro tipo Tres reyes (Three Kings, 1999) de David O. Russell, pero aquí la fortuna que contiene es considerada por Norman, a quien sus compañeros ven como “nuestro Martin [Luther King] y nuestro Malcolm [X]”, como algo que deben apropiarse a manera de reparaciones por la esclavitud, la segregación y la opresión policiaca.

A pesar del tema, Spike Lee no intenta inyectar realismo a la historia, sino que se inclina por la relevancia simbólica, la iconografía y los diálogos esquemáticos que trazan un ideario. También esto es evidente en los flashbacks para los que no usa actores jóvenes ni rejuvenece a sus protagonistas, sino que los muestra envejecidos en las secuencias de batalla, al lado de un Norman tan joven como cuando murió. De esa manera se mantiene en el ámbito de la ficción fílmica y la suspensión de la incredulidad. Para ampliar el panorama inserta a dos obvios estereotipos franceses: el siniestro Desroche (Jean Reno) y la burguesa convertida en activista antiminas y explosivos, Hedy (Mélanie Thierry), que representan la voracidad y la culpa del legado colonial. Asimismo, está Tiên Luu (Y. Lan), quien tuvo un romance y una hija con Otis. Ella no sólo logró sobrevivir tras el fin de la guerra sino que pudo triunfar en un país muy intolerante hacia quienes fraternizaban con el enemigo. De modo inesperado, David (Jonathan Majors), el hijo de Paul, los alcanza en Vietnam, sin ocultar su ambición, la cual justifica por haber cargado con el síndrome postraumático de su padre, así como por una vida de negligencia y desprecio. Para Lee, la guerra no termina sino que se multiplica: en el combate (con saturación de colores y acción de videojuego), en el frente doméstico y en la discriminación racial. Además se manifiesta en la batalla personal de cada uno de los protagonistas contra sus fantasmas, culpas y ambiciones.

Lee ha realizado cintas con una poderosa carga racial desde Haz lo correcto (Do the Right Thing, su electrizante debut de 1989), y si algo caracteriza su trabajo es el instinto y la visión para leer el momento sociopolítico y responder con imágenes e historias relevantes. Además de contar una historia, 5 sangres es una extensa disertación política (dos horas y media), por momentos didáctica, experimental (varios cambios de tipo de película y de relación de aspecto) y referencial. Con citas a Apocalypse Now (Apocalipsis ahora, 1979), de Francis Ford Coppola, como cuando se escucha “La cabalgata de las valquirias”, de Richard Wagner, mientras los Bloods navegan en una endeble embarcación, en una sátira que queda un tanto a la deriva. Y a El tesoro de la Sierra Madre (The Treasure of the Sierra Madre, 1948), de John Huston, por la forma en que la ambición corrompe. Lee fusiona cine de género y activismo político. Para ello, emplea una variedad de elementos que pueden parecer tóxicos, sobrecogedores y manipuladores. Parece sentir tal urgencia de contexto que incluye un prólogo con imágenes de archivo: la célebre entrevista de Mohammed Ali donde afirma que los vietnamitas nunca lo lincharon ni le robaron su nacionalidad; la matanza de Kent State; la brutal ejecución de Nguyên Văn Lém frente a las cámaras de televisión; el Apollo 11; la caída de Saigón y Angela Davis diciendo que “Es muy probable que enfrentemos un periodo de fascismo total muy pronto”. Estas imágenes familiares que han configurado nuestra memoria de los años sesenta enfatizan que las cosas no han cambiado y que el progreso ha sido tan sólo una ilusión.