A la vejez, ¿qué?

A la vejez, ¿qué?
Por:
  • larazon

Al fondo de su grieta en el muro, el alacrán lamentó el deceso, el pasado 30 de diciembre, del poeta Darío Galicia (Ciudad de México, 1953), a quien el arácnido recién dedicó su columna (El Cultural, número 230, diciembre 14, 2019), y cuya obra se encuentra en proceso de revaloración tras la compilación española de sus poemas en el libro La ciencia de la tristeza (Ediciones Sin Fin, 2019).

El venenoso releyó entonces, en el mismo número de El Cultural, la indagación ensayística "Envejecer", de Brenda Ríos, y sintió la junguiana sincronicidad con sus propias reflexiones en torno a ese proceso vital y con la misma muerte del poeta. Si no hay una enfermedad mayor que sea grave, el envejecimiento cobra así, poco a poco, sus facturas donde más nos duele.

El cuerpo acumula sensaciones punzantes que se tornan molestias anómalas y terminan por convertirse en afecciones dolorosas. Un padecimiento lumbar crónico, una fractura en los molares, una rodilla imposibilitada para la flexión, presión constante en las sienes, un malestar en el abdomen, el colon o los riñones. Llegan luego las mermas normales de la edad: vista cansada, digestión lenta, insomnio recurrente, disminución de la libido, debilidad y desgano luego de una trasnochada y, si se ha bebido un poco, incomodidad física general, somnolencia, apatía.

"El envejecimiento cobra sus facturas donde más nos duele. El cuerpo acumula afecciones dolorosas".

La mente olvida el nombre de un autor, el título de un libro fundamental o de una calle, surge cierta hipocondría, pensamientos recurrentes sobre el sinsentido del tiempo y de la vida, la sensación de inutilidad o desidia ante el trabajo, mutismo e indiferencia, aislamiento, fatiga mental, sedentarismo. Terquedad disfrazada de seguridad, monomanías y personalidad ideática.

La vejez cobra también su cuota emocional con depresiones y euforias alternas: se llora por una tontería y sin causa aparente o hay exaltación y entusiasmos efímeros por nimiedades. Se dificulta reír a plenitud, con alegría y felicidad genuinas, con esas carcajadas juveniles reparadoras del espíritu. La ausencia de deseo suele disminuir tensiones libidinales y aligerar el pensamiento, pudiendo hacer al amor generoso y desprendido, pero en otros casos, lo torna egoísta y cruel.

En Diario de invierno (2012), el neoyorquino Paul Auster narra su vida desde la memoria física del cuerpo, mientras en Informe del interior (2014) lo hace desde sus emociones y aprendizajes. El venenoso se refleja en los diarios melancólicos que ese hombre escribía a los 65 años. Le gusta mucho Renato Leduc: “Y se presenta la muerte; un día tiene que llegar. / Y como ya no eres fuerte, / ¡al carajo, a descansar!”. Pero siempre vuelve a José Gorostiza y su incitación a la muerte: “¡Anda, putilla del rubor helado, / anda, vámonos al diablo!”.