Always crashing in the same car

El corrido del eterno retorno

Always crashing in the same car
Always crashing in the same carFuente: bankrate.com
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Uno de estos días la vida me va a dar neck.

Una mañana linda, como dice la canción, aterricé en la CDMX, crudo y desvelado. Era lunes, todavía no carburaba ni me había tomado mi Matcha pero ya la ciudad me tenía preparada una aparatosa bienvenida.

Un pUber me depositó en el depa de mi amiga Hippy Capitalista con las lagañas todavía puestas. Ella ya se había fletado su microdosis de champ y fumado un toque y dos Marlboro rojos. Mientras nos bebíamos una taza de té descargamos actualizaciones. Yo me había parado a las seis para tomar el vuelo y me berreaban las tripas. A las doce y media decidimos salir a desayunar-comer.

Nos vamos en pUber o en mi coche, me preguntó. En mi coche, se respondió a sí misma, antes de que yo me pronunciara. Daba lo mismo.

Nos trepamos a la nave bien quitaditos de la pena. Ella me platicaba que se había pasado el domingo crudeando. Dimos vuelta a la izquierda para tomar la Calle de la Estrella cuando en Héroes un auto se estampó contra nosotros.

Todo sucedió tan rápido que cuando me percaté ya tenía el coche a un metro de distancia. Lo primero que pensé fue: ya me la pelé, ya no fui a Dallas. Unos días después tenía que volar al Chuco. Y la inminencia de aquel madrazo me hizo pensar que mi viaje había valido madre.

No tuve tiempo de engarruñarme, ni de arrepentirme de mis pecados, ni de ver mi existencia desfilar frente a mí como en las películas, ni de pensar en todas las facturas que no he cobrado. Hippy Capitalista trató de esquivar el coche al tiempo que frenaba pero fue imposible eludir el impacto.

Un par de años antes estuve involucrado en un accidente de tráfico en Monterrey. También viajaba como copiloto. Un coche se nos embarró por atrás en un semáforo. No sentí que nos hubiera golpeado con tanta fuerza, pero luego por los daños nos cayó el veinte de que fue un buen madrazo. Esta vez ocurrió lo mismo. No sentí miedo y no me percaté de la magnitud del percance porque fue tan inesperado que en un parpadeo ya había terminado. Mi brazo derecho rebotando contra la puerta fue todo lo que sentí.

Hippy Capitalista trató de esquivar el coche pero fue imposible eludir el impacto

¿Estás bien?, me preguntó Hippy Capitalista con tono preocupado.

Por fortuna no nos pasó nada. El otro coche, un Sentra, supe después, venía directo a colisionar conmigo, pero el volantazo de Hippy Capitalista desvió su trayectoria y se estrelló contra la llanta delantera.

Al descender de la nave la puerta gimió. Ya no podía cerrar bien, pero cerraba. Descubrimos entonces que el putazo habría chingado la suspensión. La llanta estaba por completo chueca.

El chofer del otro carro se bajó a medio hacerla de pedo.

Por qué no se detuvieron, por qué no se detuvieron, nos increpó.

Quién lleva la preferencia, lo cuestionó entonces Hippy Capitalista.

Nadie, gritó.

Mi amiga estaba segura que ella no había tenido la culpa. Llamó a su seguro y el otro sujeto llamó al suyo. Una hora después llegaron los agentes de las aseguradoras. Se me preguntó si ocupaba una revisión médica. Pero excepto la sensación en el brazo y algo de dolor en la cintura no sentía mayores molestias. Entonces, para agregarle más dramatismo a la escena, se soltó un aguacero cabrón.

Se determinó que el otro conductor era el culpable. Aprendí algo de la evaluación del accidente. La calle por la que nosotros transitábamos era más ancha, por lo tanto le otorga la preferencia a los autos que la transitan. El otro conductor estaba bien emputado, seguro de que Hippy Capitalista había sido la culpable. Pero conoce estas calles como pocos. Por no detenerse, él tendría que pagar el daño total, más lo correspondiente a su propio vehículo.

Cuatro horas después la grúa se llevó el carro de Hippy Capitalista. Un Versa 2012. Yo pensaba que eran desechables, pero aguantó bien el embate. El Sentra corrió con peor suerte: se levantó el cofre y la facia quedó inservible.

El agente de seguros nos dio un raite a unos tacos, la lluvia no amainaba. Mientras le daba un trago a mi chela comprendí lo suertudos que habíamos sido. Con una camioneta Lobo otro habría sido el resultado. O si en lugar de pegarnos en la llanta hubiera sido de lleno en la puerta.

No pasó del susto. Pero dos cosas me quedan claro: la buena suerte que tenemos Hippy Capitalista y yo, y que en la CDMX uno jamás se aburre.