Amor a la camiseta

Amor a la camiseta
Por:
  • francisco_hinojosa

¿Qué es el amor a la camiseta? Vemos un estadio repleto de hinchas, todos con los colores de su equipo, que no paran de gritar, silbar, bailar y cantar durante los noventa minutos del partido. No importa cuál sea el marcador momentáneo: lo importante es apoyar a tus jugadores, festejarlos, levantarles el ánimo y por supuesto abuchear al contrario. Suponemos que ellos tienen ese mismo amor por la camiseta. Cada que anotan un gol se llevan la mano al escudo para hacer partícipes a los demás, no sólo de la gloria de tener un tanto más a favor de su escuadra y de su estadística personal, sino de compartir lo que sus seguidores ansían: un gol. Son raros los aficionados que pueden vestir dos camisetas simultáneamente de su liga o cambiar de un día para otro a la de un conjunto distinto, si no es que rival.

En cambio, es bastante común que los futbolistas vistan a lo largo de su carrera varias playeras y sientan en apariencia lo mismo por ellas. Pasan de un equipo al otro, a veces porque son desechables, y otras porque son un producto negociable. Parafraseando a Piporro: With money dancing the love.

¿Por qué se le es fiel a un equipo y no a otro? Muchas veces tienen que ver razones familiares, otras por cuestiones de origen (si soy tijuanense debo ser xolo, aunque quizás en un futuro el sello se venda a otra ciudad), y unas más por diversos motivos, que van desde la empatía, el gusto por el uniforme, la admiración a un jugador o simplemente porque sí. Pero ese sí, suele prevalecer

de por vida en el ánimo del fanático a pesar de las adversidades: va a seguir siendo leal cuando obtenga un título y también cuando descienda a la segunda división, cuando gane y cuando pierda.

Y si pasamos del amor a la camiseta al amor por una ideología y unos principios, los políticos son más proclives a coquetear con otros bandos, así sean lo más antagónicos posibles, siempre y cuando haya un posible hueso de por medio. With power and money dancing the love. La frase utilizada por Fidel Velázquez, “el que se mueve no sale en la foto”, ya es obsoleta. Lo de ahora es salir en distintas fotografías según qué prometa el que maneja al que está detrás de la cámara.

Sería difícil imaginar a un combinado Chivas-América que enfrente a otro equipo conformado por Monterrey-Tigres. Mucho más comprender que la derecha y la izquierda se unan en una candidatura común para ganar unas elecciones. Y no se trata de una capicúa en la que los extremos se tocan. Se trata de un oportunismo y una conveniencia que rayan en la perversión: la política se vive y se practica vestida con su uniforme más barato: la grilla.

La lógica en la que las izquierdas se unan tendría una coherencia que difícilmente se cumple. Comparten los partidos un principio: llegar al poder y aferrarse a él aun en contra de las promesas de campaña.

Con una buena cantidad de billetes, más promesas y alianzas corporativas, puede nacer un instituto político. En cambio un equipo de futbol que pretenda ascender al primer circuito debe hacerlo desde abajo, con el apoyo de un estadio entregado a sus colores y con perseverancia. Ciertamente hay mucha corrupción documentada en el futbol y en casi todos los deportes, pero en el caso de los institutos políticos ya no se trata de una simple operación aritmética, sino de trigonometría y física cuántica. De escándalo en escándalo, esos por quienes votamos nos sorprenden (¿nos sorprenden?) con sus corruptelas: se apoderan de nuestro dinero, nombran a la cuñada taquimecanógrafa como directora de finanzas, mudan de colores a la mitad del encuentro y la mayoría de las veces quedan en libertad luego de sus latrocinios.

Nunca he cambiado de equipo de futbol ni lo haré en el futuro, aun en el peor de los escenarios. En cambio, cada vez que voy a las urnas dudo por quién votar, y cuando lo hago no tiene que ver el amor a la camiseta.