El baile de los millones

El baile de los millones
Por:
  • francisco_hinojosa

Leo en sinembargo.com que el empresario Carlos Slim perdió en una semana 82 mil millones de pesos con el desplome de la bolsa de valores. ¿Qué significa una suma así para alguien que tiene idea de lo que significa llegar a la quincena con algunas monedas de sobra en el bolsillo? La única traducción que yo le daría es que es muchísimo dinero. Y la palabra muchísimo en este contexto no le da el valor real a la pérdida que sufrió el magnate. Podría haber perdido mil millones o dos billones y para casi todos seguiría significando lo mismo: demasiados billetes. Cifras de ese tamaño sólo tienen sentido para quien posee cantidades que le tiran a alcanzar esa suma, para quienes saben qué precio tiene una acción cotizada en la bolsa o para los analistas económicos. El 99 por ciento del resto de los mexicanos no tenemos la mínima idea de su significado.

Sucede lo mismo con los cálculos que hacen arqueólogos, astrónomos e historiadores. Los dinosaurios desaparecieron —minutos más, minutos menos— hace unos 65 millones de años y habitaron la Tierra unos 135. ¿Qué le dicen esas cifras a quienes sí pueden comprender que Sócrates nació cinco siglos antes de la era cristiana? ¿O que el árbol del Tule en Oaxaca se plantó alrededor de la fecha en que nació Cristo? Nada. Podrían haber sido extinguidos por un meteorito hace cuarenta siglos y nos seguiría pareciendo algo muy lejano. Y si nos vamos a los cálculos que se tienen acerca del Big Bang, el dato es aún más incomprensible: 13 mil 800 millones antes de que inicie el próximo mundial de futbol en Rusia, que por cierto sí sabemos que empezará el próximo junio.

Hubo una época en la que tenía sentido hablar de un millón de varos, hasta que Carlos Salinas le quitó tres ceros al valor de la moneda mexicana: un millón se convirtió de la noche a la mañana en mil nuevos pesos que, según me platicó un amigo que lo comentó con el ex presidente, antepuso el adjetivo nuevos para que el gobierno no fuera puesto en ridículo: si se hubieran llamado pesos nuevos, como dictaría la norma, su abreviatura sería pe ene: el jitomate vale ahora catorce penes por kilo, que pronto se convertirían en pitos y otros sinónimos.

La danza de los ceros a la derecha también es incomprensible cuando leemos a Martín Caparrós en su libro Hambre (Anagrama, 2000): hay 800 millones de personas que no comen lo suficiente en el mundo. Según Tristram Stuart (Despilfarro, Alianza Editorial) hay cuarenta millones de toneladas de comida que se desperdician cada año tan sólo en Estados Unidos que bien podrían surtir de alimentos a un millón de “personas que se van con hambre a la cama cada día”. A nadie le duele que muchos empresarios hayan perdido tanta plata en una semana, pero sí nos lastima a todos que, ante el tamaño de esas riquezas, exista la pobreza extrema, el hambre, la desnutrición, la falta de una vivienda digna, la carencia de oportunidades, el desempleo, la desatención de los gobiernos. ¿Cuántos de los municipios más pobres podrían tener una vida más digna tan sólo con lo que se gastan los partidos políticos en hacer sus campañas?

La red de Bancos de Alimentos de México es una organización con presencia en toda la República. El de la Ciudad de México está emparentado con la Central de Abasto y algunas empresas privadas y su tarea es llevar alimentos en buen estado a quienes más lo necesitan. A nivel nacional atienden a más de un millón de personas. En la capital se recaudan 4 mil 690 toneladas de víveres que atienden a una población de más de 60 mil personas a través de 105 organizaciones de beneficencia. Estas cifras, aunque insuficientes, están más al alcance de nuestra comprensión.

Y hablando de números y política, cerca ya de las próximas elecciones, los dinosaurios aún no se han extinguido. Muchos de ellos llevan décadas (cifra que podemos entender aunque sea incomprensible) poblando las instituciones. Son más voraces que sus ancestros jurásicos y no hay meteoritos a la vista.