Blanquear una vez más Estados Unidos

Blanquear una vez más Estados Unidos
Por:
  • toni morrison

El proyecto es serio. Todos los inmigrados en Estados Unidos saben (y sabían) que si quieren convertirse en verdaderos, auténticos estadunidenses, deben disminuir su lealtad al país natal y considerarlo secundario, subordinado, con el propósito de enfatizar su blancura. A diferencia de cualquier nación europea, Estados Unidos sostiene la blancura como fuerza unificadora. Aquí, para muchas personas, la definición de americanidad es el color.

Bajo las leyes esclavistas, la necesidad de clasificaciones por el color era obvia, pero hoy, en Estados Unidos, después de la legislación de los derechos civiles, la convicción de la superioridad natural de la gente blanca se está perdiendo. A paso veloz. Por todas partes hay gente de color que amenaza con borrar esta añeja definición de Estados Unidos. ¿Y luego qué sigue? ¿Otro presidente negro? ¿Un senado mayoritariamente negro? ¿Tres jueces negros en la Suprema Corte de Justicia? El peligro es aterrador.

Con el fin de limitar la posibilidad de este cambio indefendible y restaurar la blancura a su condición previa como distintivo de la auténtica identidad nacional, un número de estadunidenses blancos se autosacrifica. Ellos han empezado a hacer cosas que a todas luces no quisieran estar haciendo y, para hacerlas, tomaron la decisión de (1) abandonar su idea de la dignidad humana y (2) correr el riesgo de parecer cobardes. Por mucho que detesten su propia conducta, y saben perfectamente bien lo cobarde que es, se hallan dispuestos a asesinar a niños en la escuela dominical y a masacrar a los feligreses que invitan a rezar a un chico blanco. Embarazoso como debe ser este obvio despliegue de cobardía, se hallan dispuestos a incendiar templos y a disparar dentro de ellos mientras sus miembros están en oración. Y vergonzosas como son estas demostraciones de debilidad, se hallan dispuestos a disparar en la calle contra niños negros.

Para mantener viva la percepción de superioridad blanca, estos estadunidenses blancos meten la cabeza debajo de sombreros en forma de cono y debajo de la bandera de Estados Unidos y se niegan a ellos mismos la dignidad de una confrontación cara a cara, probando sus armas sobre personas desarmadas, inocentes, aterradas, gente que se echa a correr y expone a las balas sus espaldas inermes. ¿Disparar por la espalda a un hombre negro que corre por su vida lesiona la presunción de la fuerza blanca? Seguramente. Triste situación de los hombres blancos adultos, agazapados debajo de sus (mejores) egos para masacrar inocentes durante un alto en el tráfico, apretar las caras de las negras contra el lodo, esposar a niños negros. Sólo los aterrados harían eso. ¿Cierto?

"El día de la elección, con qué buena gana tantos votantes blancos —lo mismo sin educación que bien educados— abrazaron la vergüenza que sembró Trump".

Estos sacrificios, perpetrados por hombres blancos supuestamente rudos, dispuestos a abandonar su humanidad por miedo a los negros y a las negras, sugiere el auténtico horror del estatus perdido.

Puede ser difícil sentir pena por los hombres que realizan estos extraños sacrificios en nombre de la supremacía y del poder blancos. La degradación personal no es fácil para la gente blanca (en especial para los hombres), pero para mantener la convicción de su superioridad sobre otros —en especial los negros— se hallan dispuestos a arriesgarse al menosprecio y a ser denigrados por los maduros, los sofisticados y los fuertes. Si no fuera tan ignorante y tan patético, uno podría lamentar este colapso de la dignidad al servicio de una mala causa.

Es difícil renunciar al confort de ser “por naturaleza mejor que”, de no tener que luchar por un trato civil ni tener que exigirlo. La confianza de que no serás vigilado en una tienda departamental, de que eres el cliente predilecto en los restaurantes más exclusivos, estas deferencias sociales que pertenecen al mundo blanco, se disfrutan con avaricia.

Las consecuencias de una caída del privilegio blanco son tan aterradoras que muchos estadunidenses migraron a una plataforma política que respalda y traduce como una fortaleza la violencia contra los indefensos. Esa gente está más aterrada que enojada, con ese tipo de terror que pone sus piernas a temblar.

El día de la elección, con qué buena gana tantos votantes blancos —lo mismo sin educación que muy bien educados— abrazaron la vergüenza y el miedo que sembró Donald Trump. El candidato cuya compañía fue multada por el Departamento de Justicia por no rentar departamentos a negros. El candidato que cuestionó que Barack Obama fuera ciudadano de Estados Unidos y que pareció consentir la golpiza en un acto de campaña a un manifestante de Black Lives Matter. El candidato que sacó a los trabajadores negros de sus casinos. El candidato al que adora David Ducke y al que respalda el Ku Klux Klan.

William Faulkner entendió todo esto mejor que casi cualquier otro escritor de Estados Unidos. En Absalom, Absalom, el incesto es menos un tabú para una familia sureña acomodada que reconocer una gota de sangre negra que claramente echaría a perder el linaje de la familia. En lugar de perder su blancura (una vez más), la familia elige el asesinato.

The New Yorker,

14 de noviembre, 2016.

Traducción de Elías Corro.