Blues del desempleo

Blues del desempleo
Por:
  • ari_volovich

Lunes. Despierto para encontrarme de frente con los ojos de mi gato que me observan como dos soles azafranados, con ese detenimiento punzante y despreocupado de los psicópatas. Hunde sus uñas en mi piel para acariciar mi pómulo, sólo lo suficiente como para marcarlo ligeramente y comunicarme que ha recuperado el apetito. El reloj marca las 5 am. “Piedad, maldita bestia adorable”, murmuro a regañadientes y lo acaricio de mala gana antes de incorporarme lentamente de la cama. Me tallo los párpados y volteo a ver a mi mujer, quien sigue profundamente dormida, soñando tal vez con un hombre dotado de poder adquisitivo.

El minino sale de la recámara rumbo a la cocina con una parsimonia y elegancia que coquetea con lo sublime. Mientras me postro frente a él para llenar su plato de croquetas, me barre con la mirada para recordarme que a pesar de que su antiguo imperio (el egipcio) yace soterrado debajo de incontables puestos de shawarma y falafel, él sigue siendo una deidad, por completo digna del eterno sacrificio de los mortales.

Dejo a la bestia pelirroja en lo suyo y abro el refrigerador sin saber a bien lo que busco. Me rasco esa panza que se formó en mi último trabajo godín y cierro la puerta del refrigerador sin saber a bien qué hago parado ahí. La deidad afelpada desatiende por un momento el código conductual que exige su estirpe para lamer su esfínter con la lengua. “Por algo los desterraron”, callo.

Vuelvo a la cama con intención de restarle una hora al lunes, pero cuando mi cabeza toca la almohada, la realidad estalla en mi nuca y se adhiere a mis neurotransmisores como una efervescencia indeseada. “Estoy desempleado”, recuerdo, y mis ojos se abren para fundirse con el techo.

07:00 hrs. El despertador de mi media naranja resuena en mis tímpanos como la antigua alarma sísmica. Sólo sigo en la cama por cuestiones protocolarias: mi mirada no se ha despegado del techo en dos horas. Me levanto como un embutido autómata para llevar a cabo lo que se ha vuelto mi rutina diaria. Prendo el bóiler, limpio los desechos del semidiós pelirrojo, preparo café y hago unos huevos revueltos, mientras maquino la estrategia a seguir para continuar con la búsqueda de trabajo.

Mi domadora me planta un beso en la frente y desaparece detrás de la puerta para cumplir con su guardia en el hospital. El semidiós y yo nos volteamos a ver como quienes acaban de asimilar la orfandad.

“La locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”, repito la definición de Einstein de modo inconsciente y entro a mi cuenta de LinkedIn. El icono de las notificaciones está en rojo. Un rayo de esperanza surca mi persona, hasta que me encuentro con la amable sugerencia de un algoritmo para felicitar a Equis o Ye por su Ene aniversario en Tal empresa.

Abro mi correo. “Excelente tarde, maestro Volovich. Nos encantaría contar con una colaboración suya para nuestra nueva aventura editorial. Desafortunadamente, por el momento no contamos con presupuesto, pero...”. Borro el mensaje y sigo desplazándome por ese acantilado de remedios milenarios contra la disfunción eréctil, de ofertas de viajes imposibles y demás afrentas a mi fino ser hasta que agoto la esperanza de encontrarme con alguna pista de ese unicornio azul mal denominado por algunos como la chuleta. Vuelvo a abrir el refrigerador.

08:40 hrs. El ama de casa que está detrás de mí, en la cola de la caja, me tantea con la mirada. Sonrío para capear su desprecio con el decoro de los justos, a la vez que pongo el queso manchego sobre la banda, consciente de que sólo me falta una cabellera abultada y pagar la leche con la chequera para encarnar a la perfección al viejo y entrañable Dude Lebowski. El tema “The Man in Me” de Dylan sonoriza mi camino  de vuelta a casa. Saludo a la señora del puesto de periódicos, al franelero adicto al chemo y al sastre de mi cuadra sin quitarme los audífonos, y sin permitir que el pánico que ameritan cuatro meses de desempleo desde mi último trabajo formal se asiente en mi hipotálamo.

09:15 hrs. Entro al Facebook para reforzar la máxima de Einstein una vez más y atosigar a amigos editores, escritores y periodistas para que me compartan sus contactos e indagar si saben de un puesto en algún medio. Hay quienes se muestran reticentes, celosos de sus contactos; otros se dedican ya a oficios redituables y se declaran orgullosamente fuera del medio editorial. Un grupo selecto de hermanos en armas me dicen las cosas de frente: los medios ya fueron. Observo de reojo al gato que intenta cazar una mosca varada en la engañosa inmensidad de la ventana. “Estamos en las mismas, colega”, le digo y me responde con una mirada de pasmo.

"Me dice que buscan un editor adjunto para su sección, aunque me advierte que son más horas de trabajo por menos paga, que el jefe es un déspota a la vieja usanza y que la moral del nuevo medio está a la baja".

11:10 hrs. Marilyn me platica de los problemas que tiene con el editor de su novela mientras caminamos alrededor del parque a paso pseudorrápido para cumplir nuestra cuota diaria de ejercicio. “Su bipolaridad lo ha aislado del mundo editorial parisino. De hecho, se mudó a una casa en la costa de Marsella y sólo responde un correo al año, nunca contesta el teléfono y se rumora que rara vez sale a la calle, así que mi novela depende, en gran medida, del estado de su química cerebral”, me cuenta con una sonrisa melancólica.

13:20 hrs. Me encuentro con un viejo amigo en la calle. Nos ponemos al día. Se entera de mi desfavorable posición en la escala social.

Viejo Amigo: ¿Te acuerdas de Equis Ye?

Yo: Sí, cómo no. Era conocido en todo el gremio periodístico por sus cualidades zalameras.

Viejo Amigo: Ése mero.

Yo: ¿Qué ha sido de ese sexoservidor?

Viejo Amigo: Pues ahora es director de Tal. ¿Por qué no le echas un grito?

13:40 hrs. “Cómo has estado, estimadísimo Equis Ye. Cuánto tiempo sin vernos. Oye, te cuento, hasta hace unos meses estaba editando la sección nacional de Tal periódico y pues me encantaría volver al ruedo lo antes posible. ¿Habrá alguna vacante en tu equipo de trabajo?”, escribo a su cuenta de Whatsapp y enseguida veo que las palomitas se acaban de pintar de azul.

23:45 hrs. Observo mi celular: las palomas permanecen azules e inalterables. Con el cepillo de dientes incrustado en su boca, mi mujer me pide que le platique de mi día. Me apuro en dar un sorbo al bote de Listerine para refugiarme bajo la quinta enmienda estadunidense y así evitar una descripción dantesca de mis desventuras antes de sumergirme en el dulce socialismo que se respira en el terreno onírico.

Martes. Las garras del gato me despiertan a la misma hora. Vuelvo a postrarme delante de él para verter las croquetas en su tazón cual siervo abnegado.

Me acuesto para perder la vista en el techo. Mis ojos empiezan a resentir los estragos del déficit de sueño, parecen sostener el peso de dos planetas moribundos. Mi mente se empeña en hacer un recorrido de los empleos que tuve en mis años mozos, desde limpiaplatos en un restaurante en Tel Aviv, como albañil, proyeccionista de cine o cuando movía pianos de músicos mediocres en Beverly Hills. Mi semblante se ve empotrado por una sonrisa nostálgica.

7:00 hrs. Suena el despertador de mi mujer. Prendo el bóiler, limpio los desechos del semidios pelirrojo, preparo café y hago unos huevos revueltos, mientras maquino la estrategia para continuar con la búsqueda de trabajo.

Mi domadora me planta un beso en la frente y desaparece detrás de la puerta rumbo al hospital.

09:20 hrs. Encuentro en el Whatsapp un mensaje de Roberto, colega y amigo que hice en mi último trabajo. Me dice que buscan un editor adjunto para su sección, aunque me advierte que son más horas de trabajo por menos paga, que el jefe es un déspota a la vieja usanza y que la moral del nuevo medio está a la baja. Además, me cuenta, lo más seguro es que contraten a una chica recién egresada de la universidad quien ya se presentó a la entrevista, pues según escuchó, prefieren a un “elemento más explotable”. “¿Te interesa?”, pregunta. “Claro”, respondo sin chistar y enseguida me pasa los datos de la reclutadora de recursos humanos. Acuerdo una cita a las 16:30 horas.

11:35 hrs. Le platico a Marilyn de mi entrevista y percibo que mi voz ha recuperado cierto brillo. Una familia de ratas se interpone en nuestro camino, obligándonos a parar en seco. Intento ahuyentarlas, me acerco a pasos agigantados y planto las suelas sobre el cemento con todas mis fuerzas. La rata madre voltea con lentitud ofensiva, sin dejar de masticar los restos de una salchicha.

“Es alucinante la falsa seguridad que te da la estabilidad económica”, le digo a Marilyn.

14:30 hrs. Salgo de la regadera para plantarme frente al espejo. Aplico el rastrillo y desdibujo todo rastro de escepticismo en mi semblante. Me cepillo los dientes, unto mis axilas con desodorante, limpio la cera de mis oídos y arranco algunos pelos blancos que sobresalen de mis orejas. “El secreto de la limpieza étnica está en los pequeños detalles”, me digo a modo de chiste privado.

16:20 hrs. Noto que el cierre de mi pantalón está abierto. Lo cierro y enseguida se abren las puertas del elevador para colocarme en la antesala del periódico.

La recepcionista me extiende una sonrisa genérica, pide mi nombre y asunto a tratar antes de intercambiar la información por el auricular. “En un momento estarán con usted, si gusta puede tomar asiento”, me dice extendiendo su brazo.

Una mujer al principio de sus treintas, vestida con prendas corporativas, entra en la sala de espera y me recibe con otra sonrisa genérica. Procuro responderle con un gesto similar, pero fracaso de manera categórica. A petición suya, la sigo hasta una oficina sin ventanas.

Reclutadora de recursos humanos: Ahora sí, Ariel (sic), platícame, ¿cómo estás?

Mi fino ser: A punto de buscar asilo en la selva amazónica (callo).

Reclutadora de recursos humanos: ¿Por qué te gustaría trabajar en nuestro medio?

Mi fino ser: Por la perra necesidad (callo).

Reclutadora de recursos humanos: ¿Cuáles consideras que son tus mayores virtudes?

Mi fino ser: Mi capacidad de contener mis instintos homicidas ante preguntas descerebradas (callo).

El test de Rorschach se extiende más de la cuenta. A juzgar por el semblante de la reclutadora, cada vez que doy una respuesta estoy más cerca de conseguir una habitación acolchonada en el Hospital Psiquiátrico Fray Bernardino, que de ocupar un cubículo en el diario.

Reclutadora de recursos humanos: Me dio mucho gusto platicar contigo. Nos comunicaremos a tu correo electrónico en el transcurso de la semana para hacerte llegar nuestra decisión.

Mi fino ser: Un placer (miento).

Miércoles, 5:00 hrs. Lleno el tazón de Su Excelencia mientras repaso las enormes ventajas de haber nacido gato en el modelo económico capitalista.

7:00 hrs. Suena el despertador de mi mujer. Sigo mi rutina para continuar con la búsqueda de trabajo.

Mi domadora me planta un beso en la frente y desaparece detrás de la puerta.

Reviso mi correo, abro mi Whatsapp y mi cuenta de LinkedIn. “Cinco personas vieron tu perfil esta semana”, me asegura el sitio, para llenar mi cabeza con más información inútil.

11:02 hrs. “¿Cómo te fue?”, pregunta Marilyn. “Prefiero hablar de AMLO o del conflicto israelí-palestino”, le respondo y acelero el paso. La rata madre me ve y sale disparada.

13:20 hrs. “Estimado Ariel (sic), te escribo para comunicarte que desafortunadamente ya llenamos la vacante para el puesto de editor adjunto, de igual manera, agradecemos muchísimo tu interés y...”, reza el correo. Apoyo la frente sobre mis palmas.

13:25 hrs. Negación.

13:55 hrs. Ira.

14:05 hrs. Negociación.

14:26 hrs. Depresión.

23:00 hrs. Aceptación.

Jueves, 5:00 hrs. Lleno el tazón de Aquél.

7:00 hrs. Suena el despertador de mi mujer. Continuar con la búsqueda de trabajo.

Me llama mi padre para comentarme que un conocido suyo busca un encargado-de-confianza para una de sus tiendas de electrodomésticos. Me pasa su teléfono y le marco inmediatamente. Fijamos la cita para el mediodía.

12:00 hrs. Empleador Potencial: ¿Cuál es tu experiencia?

Mi fino ser: Soy escritor, periodista, traductor, guionista y editor.

Empleador Potencial: ¡Ja ja ja!

12:15-12:25 hrs. Negación. Ira.

12:35-12:45 hrs. Negociación. Depresión.

23:00 hrs. Aceptación.

Viernes. Abro los ojos. “Ah, por fin es viernes”, suspiro para ventilar un falso alivio. Después de todo, existen pocas cosas más extenuantes que el desempleo.