Boris Vian vs. Jean-Paul Sartre

Este año se ha celebrado el centenario del autor y polímata francés Boris Vian, a quien dedicamos El Cultural 241 (7-03-20).  A su vez, en el número 170 (13-10-18) abordamos el tema de “Jean-Paul Sartre y la literatura comprometida”.  Representan dos maneras de vivir la condición de escritor: de la bohemia, la búsqueda estética (y apolítica) del primero, a la figura pública del filósofo que asume su papel. Este ensayo enfoca su amistad, antagonismo y expresión literaria, desde una novela en particular, La espuma de los días, donde Vian descarga la potencia de su sarcasmo y sentido paródico. En el trasfondo, una trama de traición y venganza en la vida íntima de ambos autores, que incluye a sus parejas.

A la derecha, Boris Vian (1920-1959)
A la derecha, Boris Vian (1920-1959)Fuente: lavanguardia.com
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Una chica primero, una pelea después, así es la vida… VERNON SULLIVAN, Todos los muertos tienen la misma piel 1

Primavera de 1946. La ocupación nazi y la guerra, a pesar de sus múltiples secuelas, comienzan a ser tan sólo un mal recuerdo. París es de nuevo una fiesta. “En los cabarets —consigna Herbert Lottman— y en los clubes de jazz ‘intelectuales’, es decir, frecuentados y a veces hasta dirigidos por intelectuales, la fiesta comenzó desde los primeros días de la liberación”. Los testimonios son claros: “Día y noche —escribe Simone de Beauvoir— con nuestros amigos, charlando, bebiendo, paseando, riendo, festejábamos nuestra libertad”. Claude Roy, por su parte, lo resume así: “Pretendíamos cambiar el mundo durante el día, y cambiar de ideas durante la noche”.2

NOCHES DE JAZZ Y VINO

En las caves [sótanos o cuevas], el ambiente nocturno vuelve a hacer furor entre los ilustrados que son más inquietos. El barrio de Saint-Germain-des-Prés se agita con sitios como Le Mephisto o Le Tabou, en la Rue Dauphine, donde un joven escritor toca la trompeta, con la que ya desde la época de la ocupación se dedica a montar fiestas sorpresa. Se llama Boris Vian y devora el mundo con auténtica fruición.

“El lugar —descrito por Jean-Paul Sartre— era tan ruidoso, estaba tan repleto, tan lleno de humo, que no era posible entenderse ni respirar”,3 lo cual no impide al autor de La náusea encontrar allí un espacio único donde sus biógrafos documenten lo mejor de su faceta bohemia.

Vian es el nuevo príncipe de los noctámbulos parisinos. Su capacidad de provocación es tan ilimitada como su talento. Por eso gana el afecto y reconocimiento de figuras como el mismo Sartre, quien lo invita cada dos domingos al despacho de Les Temps Modernes a discutir sobre diversos temas y a proponer nuevos rumbos editoriales para la prestigiosa publicación encabezada por el filósofo existencialista.

El músico admira el genio de Sartre, si bien su orientación y en particular sus  inquietudes son otras, mucho menos académicas que la filosofía y mucho más lúdicas que la literatura que hace y promueve el autor de Los caminos de la libertad. Ya antes Raymond Queneau lo había apadrinado para publicar su primera obra en Gallimard (Vercoquin y el plancton, 1946) y junto a él también se acercará al universo de la patafísica, ese divertimento científico sobre las soluciones imaginarias y las reglas que sigue la excepcionalidad.

Es un hecho conocido que la pareja Sartre-Beauvoir practicó siempre un convenio de libertad amorosa y sexual que les permitió intimar sin problema con otras personas

Pero la amistad con Sartre crece y Vian no tarda en invitar al pensador a sus animadas fiestas en casa. Fue en el departamento de Vian donde tuvo lugar la legendaria pelea entre Albert Camus y Merleau-Ponty —que ya se tenían entre ceja y ceja—, con el portazo del primero y Sartre tras de él intentando conciliar. Olivier Todd relata el zipizape de esta forma:

Durante una velada en casa de Boris Vian, Camus, de mal humor, ataca a Maurice Merleau-Ponty, quien ha escrito un artículo, “El yogi y el proletariado”, donde parodia un libro de [Arthur] Koestler, El yogi y el comisario. Para él, la prosa alambicada de Merleau-Ponty justifica los procesos de Moscú. Sartre defiende a Merleau. Camus se retira dando un portazo a pesar de las súplicas de [Jacques-Laurent] Bost y de Sartre.4

Todo eso y más podía suceder una noche cualquiera en el departamento de Boris Vian, al calor del jazz y el vino.

LA PAREJA REAL

El vínculo entre el escritor y el filósofo pronto sumará a Simone de Beauvoir y a la esposa de Vian, Michelle Léglise, una mujer inteligente y muy guapa. Los cuatro salen a pasear y a cenar. Conversan largamente y conviven de muchas maneras. En algún momento de 1946, Sartre, muy dado a entregarse a sus fans, comienza a mirar y tratar a Michelle de otra forma, hasta convertirla en su amante (y fue la más duradera, prácticamente hasta los últimos días de su vida).

Es un hecho conocido que la pareja Sartre-Beauvoir practicó siempre un convenio de libertad amorosa y sexual que les permitió intimar sin problema con otras personas.

El contrato morganático implicaba —según Samir Naïr— una unión total, más fuerte que la del matrimonio burgués, institución formal de la copertenencia sexual en la sociedad. El pacto de 1929 descansaba sobre estos principios: “Somos cada uno libres, hacemos con los demás lo que nos da la gana, pero no nos hagamos daño, pongamos nuestra relación por encima de todo y todos. Y nos confesamos todo”... Es una forma ineludible de “demostrarse mutuamente” que ni ella ni él podían implicarse con los demás. Ellos dos: es la única cosa que cuenta, son “uno”. Postura psicológica confirmada por las relaciones más importantes que tuvieron fuera de la suya: nunca nadie pudo romper este círculo cerrado.5

Sin embargo, uno de los aspectos más polémicos de esta pareja no fue su decisión de darse libertad mutua, sino la forma en que manejaron dicha apertura frente a las mujeres y hombres que quedaron en su camino, muchas veces destrozados sentimentalmente o albergando algún resentimiento por sentirse usados, a menudo no sólo  por uno de ellos sino por ambos y de distintas maneras.

Samir Naïr, quien fue miembro del comité editorial de Les Temps Modernes y muy cercano a Beauvoir, examina el tema relevándolos de cualquier culpa, si bien reconoce que, por ejemplo, el Diario de Simone de Beauvoir

Les Temps Modernes
Les Temps Modernes

... da la impresión de ser también un documento poco generoso con los amigos de la “familia”; tanto ella como Sartre aparecen, a veces, crueles, cínicos, cuando evocan a estas personas con las que mantienen, por otra parte, relaciones. Dicho de otro modo: las “traicionan”, y, a veces, se burlan de ellas. Esta dimensión de la relación entre ambos ha sido denunciada, utilizada por sus (numerosos) enemigos en la intelectualidad francesa y, en especial, en la Francia católica, como prueba de su maldad, de su desprecio, cuando, al mismo tiempo, pretendían abogar por la verdad y la solidaridad.6

Por otro lado, no son pocos los convencidos de que en este acuerdo de pareja, el Castor (sobrenombre de Simone de Beauvoir) llevó siempre la peor parte y fue muchas veces engañada por un Sartre cuya reputación no hubiera sobrevivido ni un minuto en estos tiempos de #MeToo. En un documental de la BBC, Olivier Todd cuenta que un día le preguntó a Sartre cómo hacía para salir con varias mujeres. “Las engaño”, contestó. “¿También a Simone?, repuso Todd. “Especialmente a Simone”, fue su respuesta.7

Sin embargo, el pacto de amor libre Sartre-Beauvoir lastimó mucho más a los terceros involucrados, con penosas condiciones dictadas por la pareja oficial. Un buen ejemplo es el de  Dolorès Vanetti, una francesa residente en Nueva York que Sartre conoció en 1945, y quien lo introdujo al ambiente intelectual estadunidense.

Annie Cohen-Sola, biógrafa del filósofo, refiere que:

... cuando en 1950 Sartre le declaró abruptamente a Dolorès que ya no la amaba, se rehusó a aceptar el “arreglo” que le proponía (dinero, departamento, continuidad de encuentros ritualizados) y se negó a hallarse “satelizada” en la periferia de la “pareja real”. En su vida cotidiana neoyorquina, Dolorès conservaba muy pocos rastros de su pasión por Sartre, que había tragado como una píldora amarga y que no volvería a visitar sino en muy raras ocasiones. “No hablo nunca de Jean-Paul, pero nunca, a nadie, y me pondría muy contenta que no le hablasen de mí”. Pero en ocasiones, el dolor brotaba: “Estuve cautivada durante treinta años... su vida estaba soldada a la de Simone de Beauvoir, quien poseía una ferocidad espectacular. Debido a que ella tenía cierta curiosidad por verme, vino a Nueva York... son sufrimientos inútiles”.8

A diferencia de Dolorès Vanetti, la que fuera esposa de Boris Vian, Michelle Léglise, aceptó las reglas del juego impuestas por la “pareja real”, lo que se tradujo en una relación duradera y una complicidad mucho mayor. El juego, al principio, parecía incluir a Vian, en una suerte de trama swinger que finalmente no se concretó:

Recuerdo una de nuestras fiestas sorpresa, muy tarde. Boris fue a la cocina con Simone de Beauvoir. Estuvieron hablando mucho rato. Boris volvió y me dijo: “¡Oh! He hecho el idiota”. Quería decir: “Ella me ha hecho avances y yo no he respondido”. Las mujeres inteligentes siempre le dieron miedo. Él prefería: “Sé guapa y cállate”. No siempre era fácil vivir con él como marido. ¡Y era celoso!9

La espuma de los días, donde prácticamente todos tienen un final trágico, se compone de escenas inverosímiles, plagadas de gestos lúdicos o incluso descabellados

LA ESPUMA DE LA REVANCHA

La decisión de Michelle de permanecer cerca de Sartre, junto con otras diferencias, provocaron su divorcio pocos años más tarde. “Después se alejó —relata ella misma—: yo estaba con Sartre, él con Ursula [Kübler, con la que Vian se casaría en 1954], no teníamos nada más en común. Para él Sartre era como un padre que le había traicionado”.10 Antes de la ruptura, se supone que todo marchaba civilizadamente, muy al gusto de Sartre, pero sin duda el amorío de Michelle con el filósofo produjo un enorme malestar en Vian, quien lo asimiló de varias formas. La más inmediata resultó también la más literaria: recrear satíricamente al pensador en su novela La espuma de los días, a través de un personaje que recibe el nombre de Jean-Sol Partre (lo mismo que a Simone de Beauvoir, como la condesa de Bovouard).

Sol evoca en francés al pez lenguado que, como se sabe, al llegar a la edad adulta sufre una metamorfosis por la cual uno de los ojos se muda para que los dos queden del mismo lado y pueda ver así a sus presas con ambos ojos. Imposible no pensar en el estrabismo de Sartre. A esa despiadada comparación (que difícilmente pasó inadvertida por el autor de El muro) hay que añadir una sutileza: el lenguado pasa también su vida adulta en el fondo del océano acostado sobre su flanco izquierdo, otro guiño sobre el habitué más famoso de la rive gauche. Para sólo jugar con la presencia de un anagrama de Sartre en su novela, digamos que Vian invirtió —maldosamente— mucho ingenio.

El recurso de incluir a ciertos personajes con los que mantiene un conflicto velado o frontal reaparece en otras novelas de Vian. Así, por ejemplo, en El otoño en Pekín sublima la furia y frustración que le produjo no ganar en 1946 el Prix de la Pléiade, ridiculizando entre otros a Jean Paulhan, quien era parte del jurado.

Varios críticos insisten en que Vian y Sartre mantuvieron, muy a pesar de los celos del primero, buenas relaciones durante esa época y ponen como prueba la publicación de algunos capítulos de La espuma de los días en Les Temps Modernes (pero no los más ácidos y relativos a Sartre). Lo evidente era la convivencia de un escritor que comienza a consolidarse (luego de la publicación de Escupiré sobre vuestra tumba, 1946), y un filósofo que acaba de inaugurar, para lo que restaba entonces del siglo XX, una nueva presencia del intelectual francés, mediática y con un abrumador éxito literario, el cual se instala como mito viviente en librerías, cafés y teatros de París. Sartre es no sólo el existencialismo que los jóvenes aclaman con sus libros bajo el brazo y una actitud bohemia; es también protagonista del compromiso, esa consigna progresista que se instaura después de la ocupación nazi en la literatura francesa (a pesar de que Sartre no fue precisamente un militante de la resistencia).

Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir.
Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir.Fuente: leedor.com

Shlomo Sand, quien fuera en su juventud ferviente admirador de Sartre, resumió años después su desencanto frente a la pareja Sartre-Beauvoir y su respuesta a la ocupación nazi:

En tiempos de crisis y de desgracia, fueron unos parisienses comunes y corrientes que se interesaban más por arreglárselas lo mejor posible y publicar sus obras que por militar en la Resistencia (las descripciones ulteriores que da Simone de Beauvoir de sus vanos intentos de “organizarse” parecen más bien ridículas y poco creíbles). Con la Liberación, pasaron a ser los “rostros emblemáticos” de la Resistencia, gracias, sobre todo, a su talento literario, a su brillante aptitud para captar el espíritu de la época y a su capacidad para construirse una imagen mediática. Esta acumulación de capital simbólico se efectuó mediante un intercambio: se hicieron compañeros de viaje del comunismo que, por su parte y con justa razón, surgía de la guerra con una aureola de heroísmo. En contrapartida, a cambio de ese acercamiento espectacular, la pareja concedía a los comunistas una cobertura-coartada frente a los crímenes del estalinismo.11

A pesar de todo, Sartre es, como lo definió Alain Renaut, “el detentador del más absoluto magisterio intelectual jamás conocido hasta entonces”.12 La devoción popular lo unge como un Dios-filósofo sobre la Tierra, mientras que a Vian solamente le queda el elogio de ciertas sensibilidades afines, el jazz y las fiestas nocturnas. El pensador del momento, por lo demás, sale con su mujer.

En la ficción que despliega La espuma de los días, con inventos como el “piano cocktail”, los ratones que bailan y mascan chicle (para ratones), se cuela una certeza muy real: Sartre se encuentra hasta en la sopa, aunque en la novela más bien se encuentra hasta en las tartas (las cuales contienen textos de Jean-Sol Partre). Aunque para Raymond Queneau La espuma de los días es una historia de amor “desgarradora”, las claves fantásticas, por momentos surrealistas, con los múltiples guiños satíricos y de humor negro que hay en todo su desarrollo, la convierten en una obra muy rica y compleja, pero en absoluto solemne. Los protagonistas de la trama romántica, Colin y Chloé (ésta, inspirada en Michelle Vian), se hallan rodeados por varios personajes que dentro de su singularidad reflejan prototipos que circulaban por los cafés existencialistas. Uno de ellos es el buen Chick, fanático que gasta sus ingresos en adquirir todos los libros de Jean-Sol Partre, seguir sus conferencias, grabaciones, hacerse de las prendas, pipas y cualquier cosa que su ídolo supuestamente usó.

La novela, donde prácticamente todos tienen un final trágico, encadena escenas inverosímiles, plagadas de gestos lúdicos o incluso descabellados que muestran, sin embargo, aspectos reales del ambiente cultural e intelectual de esos años. Cuesta trabajo suponer que Vian no disfrutó (a manera de catarsis literaria) la escritura de las páginas dedicadas a Jean-Sol Partre, caricaturizando el paroxismo de los admiradores del filósofo, el imperturbable continente del ídolo frente a sus fieles o su triste final a manos de la novia de Chick, quien decide matarlo (lo mismo que a todos los libreros).

Uno de los pasajes más sardónicos de esta parodia da cuenta de una conferencia del filósofo ante un público histérico que se mata por ingresar al auditorio donde será dictada: circulan un montón de invitaciones falsas, algunos se lanzan “en paracaídas desde un avión especial”, “otros intentaban llegar por las alcantarillas”, pero al final “solamente los puros, los que estaban al corriente, los íntimos, poseían las auténticas tarjetas” y conseguían ingresar a un espacio vigilado “cada cincuenta centímetros por un agente secreto”. Los privilegiados que entran comparten un aspecto inconfundible: “todos eran rostros huidizos con gafas”; y cuando su héroe está al fin por llegar, enloquecen:

... se oyó el sonido de trompas de elefante... A lo lejos, la silueta de Jean-Sol emergía de un palanquín blindado... En cada ángulo del palanquín, un tirador de élite, armado con un hacha, se mantenía alerta. El elefante se abría paso a grandes zancadas entre la multitud, y el sordo pisoteo de aquellos cuatro pilares agitándose entre los cuerpos aplastados se acercaba inexorablemente. Al llegar ante la puerta, el elefante se arrodilló y los tiradores de élite bajaron. Con un gracioso brinco, Partre saltó en medio de ellos y, abriéndose camino a hachazos, avanzaron hacia el estrado...

A estas delirantes imágenes siguen otras: “casos de desvanecimiento eran numerosos, debidos sin duda a la exaltación intrauterina que se apoderaba, en especial, del público femenino”; “gritos y aclamaciones” cada vez  que Partre decía una palabra, o cuando se levantó y presentó a su audiencia “unas muestras de vómito disecado. El más bonito, de manzana cruda y vino tinto, obtuvo un éxito total”.13

Vian primero se entrega al jazz, más tarde publica lo más importante de su obra literaria en menos de una década; luego se dirigirá hacia el teatro, la ópera, la poesía… 

“YO ME QUEDO CON UN BUEN COMBATE DE BOXEO”

¿Le causó gracia a Jean-Paul Sartre esta secuencia paródica? En todo caso prefirió ignorarla. Muchos apuntan que él y Vian siguieron siendo amigos, pero es obvio que en La espuma de los días aparece algo que va más allá de un afán lúdico, hasta mostrarse como una clara aversión hacia Sartre, su obra (La náusea es, en la novela, El vómito; El ser y la nada pasa como La sed y la gana) y, más aún, hacia su compromiso como intelectual.

La visión del mundo de Vian se contrapone una y otra vez a la solemnidad sartreana. En el breve prólogo de la novela, además de confirmar que su “historia es enteramente auténtica, puesto que la he imaginado de cabo a rabo”, Vian apunta al corazón mismo del credo que profesan los intelectuales comprometidos: “Parece ser, en efecto, que las masas están equivocadas y que los individuos siempre tienen razón”.14 Y lo hace no en nombre de preceptos políticos liberales, ni cosa que se le parezca, sino del amor y la música de Nueva Orleans, las dos únicas cosas que, para él, “son importantes”.

Mientras que Sartre termina por encontrar en el marxismo “el horizonte insuperable de nuestro tiempo” (célebre formulación de su Crítica de la razón dialéctica), Boris Vian asegura: “ignoro qué es la política y me interesa tan poco como el tabaco”. Pero está convencido de que los

... auténticos propagandistas de un orden nuevo, los verdaderos apóstoles de la futura revolución, futura y dialéctica, queda patente, son los autores llamados licenciosos. Leer libros eróticos, darlos a conocer y escribirlos es preparar el mundo del mañana y abrir la senda de la verdadera revolución.15

En su novela La hierba roja, que contiene más de una línea autobiográfica, arremete contra el establishment académico e intelectual:

Está bien —dijo Wolf—, no hablemos más de ello. Ahora ya sabe qué opino de sus estudios. De su chochez. De su propaganda. De sus libros. De sus aulas que apestan y de los tontos de la clase que se pasan el día masturbándose. De sus lavabos llenos de mierda y de los alborotadores solapados, de los alumnos de la Escuela Normal, verdosos y gafudos, de los del Politécnico, llenos de presunción, de los de la Central, almibarados de burguesía, de los médicos ladrones y de los jueces deshonestos... qué porquería... yo me quedo con un buen combate de boxeo... también está amañado, pero por lo menos es divertido.16

No hay que olvidar que Sartre provenía justamente de la Escuela Normal Superior, institución por excelencia de la élite intelectual francesa; Vian, por su parte, había estudiado en la Escuela Central de París. Nada que ver, pero la realidad es que no dejó de lamentar su paso por la escuela:

Boris Vian
Boris Vian

Me robaron dieciséis años de noche —dice Wolf, su alter ego en La hierba roja—... Me hicieron creer, en primero de Bachillerato, que mi único progreso debía consistir en pasar a segundo... en sexto, tuve que hacer la reválida..., y luego, un título... Sí, pensé que tenía un objetivo en la vida... y no tenía, nada... Avanzaba por un pasillo sin principio ni fin, a remolque de unos imbéciles, precediendo a otros imbéciles. Envolvemos la vida con diplomas. Del mismo modo como te envuelven los polvos amargos con cápsulas, para que te los tragues sin darte cuenta... pero ahora ya sé que me habría gustado el verdadero sabor de la vida.17

Un punto de contacto entre Sartre y Vian: los dos luchan contra el tiempo, tienen prisa. El filósofo porque teme no poder terminar (y no terminará) la ingente obra que se ha propuesto; el músico porque se sabe con una afección cardiovascular por la que tiene contados sus días. Al primero lo regirá siempre, mientras su vista lo permite, una disciplina férrea para escribir; al segundo, todo se le da por ráfagas y temporadas: primero se entrega al jazz, más tarde (sin abandonar sus actividades musicales, pero consciente de que la trompeta no le va bien a su corazón) publica lo más importante de su obra literaria en menos de una década; luego se dirigirá un poco hacia el teatro, la ópera, la poesía, será cantante y actor.

LA PREMATURA y cinematográfica muerte de Boris Vian —ocurrida el 23 de junio de 1959 precisamente en un cine, mientras asistía al estreno de la película Escupiré sobre vuestra tumba, inspirada en su obra de mismo nombre— dejó en el limbo muchos temas que han sido abordados con el paso de los años, entre ellos el de su verdadera relación con Sartre después de que éste comenzara a salir con su esposa. Sartre, por lo demás, no se ocuparía nunca de explicarla. Desde las alturas de la gloria intelectual, Vian le parecía acaso pequeño. Entre las cosas por las cuales se puede hablar de la grandeza del filósofo no está, ciertamente, su sinceramiento sobre estos asuntos.

Vian se alejó del maestro y del amigo para vivir fuera del compromiso dominante, fórmula del éxito literario tan emparentado siempre con la actuación política. Tampoco cayó en la prédica existencialista, porque en él la libertad era congénita; veía la vida con esa mezcla de inocencia, humor, sabiduría y provocación que emana de sus mejores páginas. Sólo alguien así pudo declarar sin rodeos que “la vida es como una muela”:

Primero no pensamos en ella

Nos conformamos con masticar

Y después se estropea de repente

Nos hace daño, y lo aguantamos

Y la cuidamos y las

[preocupaciones,

Y para que estemos de verdad

[curados

Hay que arrancárnosla, la vida.18

Pero, por supuesto, la extracción siempre es dolorosa.

Notas

1 Entre los muchos heterónimos que usó Boris Vian, el de Vernon Sullivan es, sin duda, el más conocido.

2 Herbert Lottman, La Rive Gauche. La élite intelectual y política en Francia entre 1935 y 1950, Tusquets Editores, Barcelona, 2006, pp. 362-363.

3 Ibid., p. 363.

4 Oliver Todd, Albert Camus. Una vida, Tusquets, Barcelona, 1997, p. 427.

5 Sami Naïr, Acompañando a Simone de Beauvoir. Mujeres, hombres, igualdad, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2019, pp. 192-193.

6 Ibid., p. 192.

7 “Sartre: The Road to Freedom”, capítulo 3 de la serie documental Human, All Too Human, dirigida por Simon Chu, Louise Wardle y Jeff Morgan, BBC, Reino Unido, 1999.

8 Annie Cohen-Sola, Un renacimiento de Sartre, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 2014, p. 20.

9 Michelle Vian, “Ma vie avec Boris Vian”, entrevista de Grégoire Leménager, Le Nouvel Observateur, 26 de octubre, 2011.

10 Ibid.

11 Shlomo Sand, ¿El fin del intelectual francés? De Zolá a Houellebecq, Akal, Madrid,

2017, p. 18.

12 Citado por Ramón Rodríguez en “Leer a Sartre”, Revista de Libros, Madrid, núm. 107, noviembre, 2005.

13 Boris Vian, La espuma de los días, Cátedra, Madrid, 2000, pp. 154-158.

14 Ibid., p. 85.

15 Boris Vian, Escritos pornográficos, Rey Lear, Madrid, 2008, p. 20.

16 Boris Vian, La hierba roja, Tusquets Editores, México, 2009, p. 68.

17 Ibid., p. 66.

18 Boris Vian, Poesía completa, edición y traducción de Juan Antonio Tello, Editorial Renacimiento, Madrid, 2014, p. 251.