Breve perfil al alimón de Umberto Eco

"Bosques simbólicos habitados por unicornios"

No pocas veces los juegos de la fortuna literaria llevan implícita una dosis de humor negro. Umberto Eco,
catedrático, devoto de la Edad Media y teórico, falleció hace cuatro años, pero en fecha reciente alguno
que otro despistado compró de nuevo la noticia de que el autor de Apocalípticos e integrados y El nombre
de la rosa acababa de morir. No se hizo esperar la cascada de pésames. Aprovechando la circunstancia
ofrecemos un perfil del autor, así como algunos registros de su obra, trabajado en conjunto por dos escritores mexicanos.

Umberto Eco (1932-2016).
Umberto Eco (1932-2016).Fuente: facebook.com
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Se ha vuelto moda recurrente matar cada año, o con el inicio de las estaciones, a Umberto Eco: es posible que sea la persona más muerta en redes sociales y ello, para alguien como él, podría significar el mejor honor, porque los distraídos lo lloran por primera vez y el resto lo vuelve a llorar. A quien no entienda por qué se muere a cada rato deberíamos deletrearle su apellido.

Más conocido por sus novelas que por sus escritos de orden académico, Umberto Eco (1932-2016) fue profesor, conferencista y anfitrión, teórico y novelista. Nos legó su receta cinematográfica para escribir novelas y nos enseñó a volver a ver. Su mirada adusta, tras los lentes de aumento, penetraba la red de significaciones que envuelve al mundo. Su producción incluye cincuenta libros y varias contribuciones doctas; cubre un amplio feudo que abarca de la lingüística a la filosofía, purificado todo por el tamiz de la estética, los estudios de los medios de comunicación y la literatura (incluida la ficción infantil). Eco puso también bajo el código de la filosofía la vasta teoría semiótica que atraviesa su obra. Signos por doquier. Signos del mundo. Signos de los mismos signos.

EN LA DÉCADA DE 1950, en la Universidad de Turín, Umberto Eco defendió una disertación sobre la estética de Tomás de Aquino, pero en un inicio trabajó en televisión como asistente, luego para Editorial Bompiani, misma que tuteló hasta 1975 y a la que permaneció leal. La transformación del mundo editorial lo llevó a fundar en 2015, con amigos —la directora de cine Elisabetta Sgarbi y el periodista Mario Andreose–, una nueva empresa, La Nave di Teseo, que publicó su último libro de ensayo, después de su muerte: Pape Satán aleppe: Crónicas de una sociedad líquida, que toma su título del “Canto VII” del “Infierno” de La Divina Comedia.

¿Cuánto tiempo habríamos podido sostener una conversación erudita con él? ¿Nos habría aceptado en una de sus cátedras? En 1961, Eco se convirtió en profesor de Estética en la Universidad de Bolonia. Después de la publicación simultánea en Italia y Estados Unidos del Tratado de semiótica general (1975), fue profesor de Semiótica en la misma universidad, una tan antigua, decía, que “cuando se fundó, el jabalí  todavía corría en territorios que se convertirían en Oxford y la Sorbona”. Una vida de signos era la suya. De haberlo querido, podría haber obviado todas las bibliotecas, porque tenía la suya dentro de sí y lo definía por completo. También un libro en concreto: determinó el resto de su existencia ese volumen viejo que miró de joven en el nicho religioso de cierta abadía medieval, sobre el atril de madera, iluminado por un rayo de sol en diagonal desde una abertura en la pared (sí, el efecto Rembrandt de iluminación pictórica). A lo largo de su carrera, Eco mantuvo lo que llamó un interés afectuoso por la Edad Media; fue introducido a la investigación por un monje dominico gordo que le enseñó de racionalismo.

Bajo la defensa de Tomás de Aquino comenzó su viaje a través —como él mismo señalaba—, de “bosques simbólicos habitados por unicornios y grifos”: lo guiaron obsesivamente en la reflexión filosófica sobre los signos y, en especial, en cómo estos se refieren tanto a las cosas como a la cultura. En medio de esos bosques inacabables Eco se volvió inmenso, por ello una sola muerte no le basta.

GRACIAS A EL NOMBRE DE LA ROSA, publicado en 1980, disfrutó del éxito como novelista. Pero nunca abandonó la filosofía, todo lo contrario; en la ficción ilustró los principios que teorizó en sus anteriores libros. Al mismo tiempo, persiguió ideas sobre la crítica literaria y los —posibles— intercambios entre la producción académica y la cultura de masas.

Gracias a Eco podemos también saber que no sabemos la verdad, porque la hiperrealidad de la que estamos rodeados, el bombardeo de imágenes, la alteración de los objetos y de los sujetos en la publicidad y en internet han suplantado a la realidad. Un tema filosófico, por supuesto. Igualmente fue generoso por enseñarnos a volver a ver. Quizá su mirada adusta, tras dos lentes de aumento (incluso, uno diría que debido a esos lentes), podía penetrar la red de significaciones que envuelve el mundo.

Sea cual sea el género o formato que eligiera, Eco siguió siendo, sobre todo, un filósofo que elaboró y desplegó una filosofía caracterizada no por la construcción del sistema ni el análisis lingüístico tan de moda entre su generación, sino por los símbolos del afecto, como escribió en la novela protagonizada por Guillermo de Baskerville, El nombre de la rosa:

Nada hay en el mundo, ni hombre ni diablo ni cosa alguna, que sea para mí tan sospechoso como el amor, pues éste penetra en el alma más que cualquier otra cosa. Nada hay que ocupe y ate más al corazón que el amor. Por eso, cuando no dispone de armas para gobernarse, el alma se hunde, por el amor, en la más honda de las ruinas.

Un amor que hunde, pero también eleva, pues para amar debemos también admirar, como se admiraba al ser humano, erudito creador, que tras su primera muerte dejó un vacío y lo deja cada vez que lo vuelven a matar. Para resumir a Umberto, el del Eco, no hay mejores palabras que las de uno de sus mejores amigos, el actor Roberto Benigni, dichas en la despedida de éste: “Tenía un estilo liviano, ligero, pero en realidad Umberto era pesado. Tenía gravedad, importancia. Cuando llegaba Umberto, la mente de todos los presentes se alteraba, el pensamiento salía a buscar lo mejor de sí”. 

MIXAR LÓPEZ (Zihuatanejo, 1975), narrador y periodista, colabora en Marvin, Nexos, Chicago Tribune y LA Times. Su primer libro de crónicas, Prosopopeya. La voz del encierro, está próximo a ser publicado.

ISAÍ MORENO (Ciudad de México, 1967) es novelista; Orange Road es su libro más reciente. Ganó los premios de novela Juan Rulfo y Juan García Ponce; es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.