Bukowski al desnudo

El corrido del eterno retorno

La enfermedad de escribir
La enfermedad de escribir
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El viejo Hank nunca dejará de sorprendernos.

La enfermedad de escribir (Anagrama, 2020), una selección de su correspondencia, muestra a un Bukowski vulnerable, a ratos inseguro, despojado de la coraza, distinto a los alter egos que pueblan su ficción. Pero sobre todo muestra la relación que tuvo con la poesía. Sus primeros logros literarios los obtuvo en este género. Y también sus últimos. Sus cartas cierran el círculo: Buk comenzó en la poesía y acabó en ella.

Lo que las cartas revelan es una constante lucha contra las nociones académicas de la poesía, contra sus colegas, editores, directores de revistas. En la actualidad el nombre de Bukowski es reconocido, sin embargo, para llegar al lugar que ahora ocupa en la literatura universal trabajó durante décadas. Y estas cartas revelan lo arduo que fue conquistar la cima.

“La poesía no me interesa. No sé lo que me interesa”, afirmaba en 1953. Y conforme avanzan las páginas asistimos a una transformación. Hacia el final de su vida Buk centra toda su actividad en escribir poemas. Para ser alguien al que no le interesaba la poesía leyó demasiada. “El arte es su propia excusa”, se refirió a propósito de los manifiestos de otros poetas en el 59, la siguiente década estaba en puerta y las proclamas se convertirían en moda. “Mi postura siempre ha sido la del aislacionista que cree que lo único que importa es la creación del poema”, refería contra las escuelas de poesía, de quién se declaró enemigo, así como de figuras reconocidas como el poeta Robert Creeley, quien se convirtió en uno de los blancos favoritos de sus ofensas.

“Diría que un poema no debería ser un poema, sino un fragmento de algo que sale bien”. Era su manera de rebelarse contra la poesía “poética”. Que lo ayudó a fraguar un estilo claro, que sería más directo todavía durante su vejez, en libros como Poemas de la última noche de la Tierra. “Soy un tipo peligroso cuando se me deja solo frente a la máquina de escribir”, aseguró en 1960, como una especie de profecía del autor en que se convertiría diez años después.

La poesía no me interesa. No sé lo que me interesa , afirmaba en 1953 

Cuando comenzó a tomar conciencia de hasta dónde lo estaba llevando su talento también empezó a despotricar en contra de las figuras canónicas: Céline, Henry Miller, Hemingway. Bukowski estaba matando a sus ídolos. Algo que todo artista debe hacer en algún momento de su desarrollo. Cuestionó la fama, a su juicio mal ganada, de los beats, “Corso al menos piensa en la muerte. Y en Corso. Si se llamase Hamacheck nunca se habría hecho famoso”. En una ocasión Allen Ginsberg lo invitó a dar clases de poesía, pero Buk detestaba la enseñanza.

“La fama y la inmortalidad nunca serán mías. Es más, no las quiero”, escribió, convencido de que nunca ocuparía un lugar en la cultura. Su popularidad iba en aumento pero no todas las puertas se le abrían. Sergio Mondragón le rechazó unos poemas para El corno emplumado. Paloma Picasso se negó a publicarlo en su revista literaria. En 1967 solicitó una beca de la National Endowment for the Arts, no se la dieron. Pero Buk vio esto como signos positivos. No se tiró a lamentarse ni se hizo el incomprendido. Afirmaba que la fortuna en la literatura poseía una cualidad de variantes. No porque nadie te publicara eras un talento a descubrir. Sin embargo, para Buk lo mejor que le pasó durante los años sesenta fue arar el campo de la poesía dándole la espalda a la realidad por completo.

En 1970 había dejado su trabajo en correos para dedicarse a escribir, y si bien no era el vagabundo que había sido en su juventud, sobrevivir seguía siendo un reto: “Hoy he recibido el primer cheque en dos meses: cincuenta dólares de mierda”. Fue tras la publicación de Cartero que alcanzó la estabilidad económica. Pasados los cincuenta años. Y si bien su ficción ocupa varias líneas de su correspondencia, discurrir de poesía continúa como su preocupación central.

Poco antes de morir, la prestigiosa revista Poetry, adonde Buk había mandado sus poemas hacia el principio de su carrera, y donde se moría por publicar, por fin le aceptó unos poemas. Fue así como se completó el círculo.

La enfermedad de escribir es puro Bukowski, pero no en estado salvaje sino como alguien que acepta que tiene miedo, pero se mantuvo cuerdo a través del diálogo que entabló con la poesía.