Cenizas de la memoria

Cenizas de la memoria
Por:
  • jesus_ramirez-bermudez

Se hacía llamar el “nolano” pues había nacido en Nola, en la provincia de Nápoles, en 1548. Estudió la filosofía de Aristóteles y Santo Tomás en la Orden de los Dominicos. Se le consideraba un experto en la doctrina antigua de la mnemotecnia grecorromana. Su primera obra, publicada en 1582, se titula El arte de la memoria. Giordano Bruno, el filósofo nolano, defendía conceptos mágicos derivados de la filosofía hermética, que reunía tradiciones simbólicas judías, griegas, romanas y egipcias. Esta inclinación por la magia, así como sus ideas teológicas heterodoxas, lo colocaban en el grave riesgo de ser perseguido por la Inquisición. Sus propias palabras revelan esta dificultad: “Cobré tal renombre que el rey Enrique iii

me convocó un día y me preguntó si la

memoria que yo tenía y que enseñaba era la memoria natural o era obtenida por arte mágico; yo le hice ver que no era obtenida por arte mágico, sino por ciencia. Después de eso imprimí un libro sobre la memoria, con el título De umbris idearum.” En el libro, traducido como Sobre la sombra de las ideas, se presenta un debate entre el dios Hermes y otros personajes, entre los cuales se incluye a Logifer, el pedante, quien declara que el antiguo arte de la memoria que proviene de Cicerón y Tomás de Aquino es totalmente inútil.

Esto refleja ya las opiniones de otros sabios del renacimiento, como Erasmo de Rotterdam, quien pensaba que la mnemotecnia grecorromana estaba obsoleta, debido a la aparición de la imprenta, que permitía almacenar y difundir cantidades extraordinarias de información.

Uno de los aspectos más sobresalientes de la obra del filósofo nolano es el uso de imágenes tomadas de la simbología hermética y desarrolladas hasta alcanzar su máxima complejidad. En el libro De umbris idearum utiliza la imagen de un círculo marcado con treinta letras; a veces son círculos concéntricos. Bruno confería un gran valor a este número. A lo largo de su obra escrita habla de treinta atributos, treinta estatuas, treinta sellos, treinta vínculos con los demonios. Giordano Bruno aspiraba a sintetizar el conocimiento universal de la humanidad. Los diseños gráficos funcionaban como guías de orientación para la evocación y el ordenamiento de las ideas.

Algunas de estas maravillosas “ruedas de la memoria” incluyen en total hasta ciento cincuenta subdivisiones, actualmente ilegibles, pero una mirada a sus diseños de complejidad creciente basta para apreciar la magnitud de la ambición intelectual de Bruno.

El destino siniestro de Giordano Bruno estaría ligado a sus ambiciosos diseños mnemotécnicos. En 1591, fue invitado por un noble de Venecia, Giovanni Mocenigo, quien le pedía que le enseñara los secretos de su sistema de memoria. Un año después, Mocenigo encerró a Giordano Bruno en un sótano.

La Inquisición de Venecia envió una orden con

un mensaje unívoco: el filósofo nolano de-

bía ser arrestado, y sus libros y escritos

debían confiscarse.

Para entender el arresto de Giordano Bruno, tendríamos que regresar muchos años atrás, al momento de su juventud en que, aún dentro de la Orden de los Dominicos, decidió quitar de su celda todos los cuadros de santos y de la Virgen María: únicamente dejó colgado un crucifijo. La Inquisición fue informada de este evento. Hay que considerar el momento histórico de Giordano: su vida coincide con la ruptura de la Iglesia Católica y la fundación del protestantismo bajo la guía de Martín Lutero. Las actitudes austeras de Bruno tenían un alto riesgo de considerarse una herejía protestante. A pesar de todo, pudo terminar sus estudios. A los 28 años obtuvo su licenciatura como lector de teología. Pero una cosa que ignoraba por completo era cómo pasar desapercibido intelectualmente. Con su famosa obra La cena de las cenizas, dio a conocer ideas revolucionarias: en primer lugar, su apoyo a las teorías de Nicolás Copérnico, según las cuales la Tierra se desplazaba alrededor del sol. Aunque este heliocentrismo no era considerado en ese momento una herejía, sí contradecía la mentalidad de muchos representantes de la Iglesia Católica. Bruno fue más allá, y afirmaba que los seres humanos vivimos en un universo infinito, repleto de mundos, que podrían estar habitados por seres inteligentes. Estos seres tendrían, posiblemente, sus propios cultos divinos. Bruno también parecía difundir una concepción materialista del mundo, ya que afirmaba que todo objeto se componía de átomos o mónadas, como lo hizo en su momento Demócrito,

y como lo haría después Leibniz. La libertad

con la cual defendía estas atractivas especulaciones entraba en conflicto con el estilo dogmático de la Iglesia Católica. En 1575 fue acusado de herejía frente a la Inquisición. Decidió huir de Italia y se refugió por varios años en otros países católicos, como Francia, pero especialmente en países y ciudades protestantes, incluyendo Inglaterra y Ginebra. En tales circunstancias, y tras difundir una amplia obra escrita, regresó a Italia mediante engaños, y allí fue capturado por su anfitrión, Giovanni Mocenigo.

Mocenigo expuso una larga lista de herejías cometidas por el filósofo nolano.

Roberto Belarmino (quien también sería el encargado de procesar a Galileo Galilei) dirigió el juicio en contra de Giordano Bruno. Entre los cargos se mencionaba el tener opiniones en contra de la fe católica y sus ministros, en contra del dogma de la Santísima Trinidad y la divinidad de Cristo, en contra del dogma de la virginidad de María, y también el haber dicho que existían múltiples mundos con seres inteligentes, y que otros seres (no humanos) podrían experimentar procesos de transmigración espiritual. Bruno pasó siete años en el presidio de la Inquisición en Roma. Cuando compareció nuevamente ante el tribunal, se negó a retractarse. Sus libros fueron quemados en la Plaza de San Pedro, y se incluyeron en el Índice de Libros Prohibidos. Bruno fue llevado a la hoguera. Se dice que le paralizaron la lengua con una brida de cuero para impedir que hablara. Un monje se le acercó cuando se encontraba atado al poste, y le mostró un crucifijo. Bruno rechazó la oferta de besarlo con un gesto de negativa. Sus cenizas fueron arrojadas al río Tíber.

Si existiera un museo de la memoria, la historia de Giordano Bruno ocuparía una de las salas centrales. A mi juicio, en un museo semejante tendríamos la oportunidad de comprender la trayectoria accidentada, y a veces francamente peligrosa, que ha debido recorrer la humanidad para poder construir conocimientos válidos acerca de la memoria, basados en la observación más que en el prejuicio, el dogma o la fantasía. ¿Cómo ha sido posible pasar a una era científica no sólo en el estudio de la memoria, sino de la mente humana y de la naturaleza en general? La condenación de Giordano Bruno debe recordarnos que la libertad del pensamiento y de la investigación científica son derechos humanos prohibidos durante siglos, y que hoy en día son el privilegio de muchas sociedades (aunque no de todas), pero que deben protegerse, defenderse y ejercerse, porque no tenemos garantizado el futuro: solamente podemos construirlo en base al esfuerzo colectivo.