Ciencia y literatura del acto criminal

Ciencia y literatura del acto criminal
Por:
  • jesus_ramirez-bermudez

Tuve el placer de asistir a Huellas del Crimen, el Festival Internacional de Novela Negra que se celebra en un recinto inesperado de San Luis Potosí. Una inmensa prisión ha sido transformada en un Centro de las Artes. ¿Es posible sentir una esperanza razonable en nuestras capacidades de organización social, que nos permiten transformar un entorno de reclusión en un espacio público dedicado a la cultura? Esta transformación arquitectónica tiene un poder metafórico que no es despreciable.

La sociedad debe renovar esfuerzos para generar equidad y justicia, para reducir la violencia que atormenta no sólo a México, sino al territorio que va de Brasil a Venezuela y Colombia, y que también abarca una gran parte de Centroamérica. ¿Es posible mencionar alguna cifra para imaginar la magnitud de los factores sociales implicados en la conducta criminal? Según la Organización de las Naciones Unidas, en Japón se presentaron 0.28 asesinatos por cada 100 mil habitantes durante el año 2016 (es decir, la tasa de homicidio anual fue de 0.28). En España, ese año la tasa de homicidio fue de 0.69; en Estados Unidos fue de 5.35; en México fue de 19.26; Brasil alcanzó 29.53, Venezuela se ubicó en 56.33 y la peor cifra corresponde a El Salvador: 82.84. Aunque la tasa de homicidio no es más que una aproximación para medir la violencia, la gigantesca diferencia entre Japón y El Salvador es útil para entender la magnitud de los determinantes sociales. Pero aun en la utopía social mejor construida habría individuos dispuestos a abusar de los derechos de los demás, a cometer crímenes violentos y a disfrutar el sufrimiento ajeno.

La clasificación de los trastornos mentales de la Asociación Psiquiátrica Americana incluye la categoría del Trastorno Antisocial de la Personalidad, estrechamente vinculada con el comportamiento criminal. En alguna ocasión escuché a un maestro legendario afirmar que el más temible problema clínico se genera cuando el trastorno antisocial y el trastorno sádico de la personalidad se combinan en un mismo individuo. El maestro no entendía por qué el trastorno sádico había desaparecido de las clasificaciones psiquiátricas mundiales. No es lo mismo —nos decía— estar frente a un sujeto que desprecia el bienestar y los derechos de los demás, alguien que no se conmueve frente al dolor de sus víctimas, que enfrentar a una persona capaz de generar sufrimiento en el otro para experimentar placer.

"La novela negra genera sorpresa, desconcierto, temor y frustraciones progresivas de la esperanza, mediante los giros narrativos y la inteligencia literaria”.

Los clínicos alemanes tienen una palabra para la reacción de placer frente al sufrimiento ajeno: Schadenfreude. El término se ha traducido a veces como “delectación morosa” o “regodeo”. En su Ensayo sobre la naturaleza humana, Schopenhauer apuntaba que el Schadenfreude, “el placer malicioso frente al infortunio de los demás, es el peor rasgo de la naturaleza humana. Es un sentimiento cercano a la crueldad, y que se distingue de ella, a decir verdad, sólo como la teoría se distingue de la práctica”. En 2017, la revista Brain publicó un artículo titulado A lesion model of envy and Schadenfreude: legal, deservingness and moral dimensions as revealed by neurodegeneration. Los autores estudiaron los estados de placer frente al sufrimiento ajeno en pacientes con una enfermedad neurológica: la demencia frontotemporal, que puede asociarse a transformaciones relevantes de la conducta moral. A veces, estos cambios desembocan en un problema conocido como sociopatía adquirida. En tal caso, las personas enfermas cometen actos ilegales, a pesar de no haber incurrido en este tipo de comportamiento a lo largo de su vida. Lo importante de estas aproximaciones neurocientíficas es que ofrecen claves para estudiar el procesamiento cerebral de los conceptos y las emociones morales. Algunas estructuras neurobiológicas relevantes en este proceso (por ejemplo, la corteza del lóbulo frontal, en sus regiones ventrales y mediales) están sujetas al aprendizaje social, pero también a variables físicas, químicas y biológicas. La conducta criminal resulta de la interacción de múltiples factores, incluyendo influencias genéticas, accidentes, drogas, enfermedades, por una parte, pero también el aprendizaje de códigos éticos y culturales durante la historia de vida. Estos códigos éticos se inscriben en el cerebro mediante la crianza y las relaciones interpersonales, durante la formación de una memoria afectiva.

¿Por qué sentimos fascinación frente a los personajes criminales? La aparición de incontables documentales y ficciones en el cine y la televisión, y el vigoroso fenómeno de la novela negra, dan cuenta de nuestra actitud contradictoria de temor y atracción. En el taller de narrativa clínica del Festival Huellas del Crimen, un destacado psiquiatra —el doctor Amado Nieto— propuso una hipótesis: aunque todos realizamos comportamientos inaceptables socialmente, tenemos el hábito mental de disociarlos de nuestra conciencia narrativa y de nuestra identidad personal. ¿Qué sucede entonces con la memoria de esos eventos? ¿Nuestros pequeños o grandes crímenes, nuestras trasgresiones o violaciones de normas desaparecen simplemente porque no han sido descubiertas? De ninguna manera: ejercen un poderoso efecto en la personalidad, a la manera de fuerzas ocultas. Estas fuerzas emocionales subterráneas se ponen en juego ante la ficción policiaca. La novela negra genera sorpresa, desconcierto, temor y frustraciones progresivas de la esperanza, mediante los giros narrativos y la inteligencia literaria. Este recurso de sublimación artística favorece el equilibrio de la personalidad, pero además tiene valor de supervivencia: como sucede con las pesadillas nocturnas, la ficción nos alerta y prepara contra los peligros reales del mundo, y de nosotros mismos. Esto sucede mediante una articulación entre la literatura y la ciencia. Uno de los valores centrales de la ficción narrativa es su capacidad para despertar la curiosidad: el deseo de liberarse de los engaños y las veladuras que ocultan el acceso a los hechos criminales y que oscurecen nuestro entendimiento de lo humano. Cuando la curiosidad encuentra el auxilio de la observación honesta y el razonamiento lógico, el lector de la novela negra se aproxima a la experiencia científica.