De familias y fundaciones

De familias y fundaciones
Por:
  • francisco_hinojosa

No sé si exista un documento notarizado de voluntad anticipada para que un escritor decida, antes de morir, qué hacer en el futuro con su obra y con su nombre. De no ser así, las familias, las fundaciones o las editoriales tienen la palabra, aunque a veces no coincidan sus decisiones con lo/las que el escritor hubiera tomado en vida. He hecho varias antologías de lecturas para primaria y secundaria con textos que me parecen tendrían que ser leídos por estudiantes de esas edades. El departamento legal encargado de gestionar los derechos se topa a veces con los altos precios que exigen para poder reproducir un cuento o un poema. Y hablo de García Lorca, Nicolás Guillén, Alberti, Paz, Borges. Antes de transcurridos ochenta años de la muerte del autor, a los herederos les corresponden las decisiones. No lo discuto. Están en su derecho. Sólo lamento que niños y jóvenes no tengan acceso a algunos textos que podrían haberlos marcado.

En Willy el soñador, Anthony Browne hace algunos homenajes en sus ilustraciones a De Chirico, Van Gogh, Dalí, Henri Rousseau, Ernst y Magritte, entre otros. Los herederos de este último lo demandaron a él y a la editorial por usar una imagen del pintor sin autorización. Aunque lograron evadir el castigo económico que les imponían, tuvieron que sustituir la imagen para las subsecuentes ediciones. Dice Browne: “El mismo Magritte solía tomar prestadas imágenes de diversas pinturas (una de Manet y otra de David), y las adaptaba sustituyendo las figuras humanas por ataúdes”.

La Fundación Juan Rulfo, que todos supondríamos existe para difundir la obra de uno de nuestros más grandes escritores, parecería actuar en sentido contrario: se erige como máxima autoridad para decir quién sí y quién no puede participar en un homenaje al autor de Pedro Páramo. Primero fue exigir que retiraran el nombre de Rulfo del premio que otorga la FIL Guadalajara porque se lo concedieron a Tomás Segovia, que según el director de la fundación, Víctor Jiménez, sus palabras tienden a “disminuir la obra” del escritor jalisciense. Si algo puedo afirmar, y lo digo con conocimiento de causa, es que Segovia admiraba a Rulfo.

Hace un par de años, el National Book Festival —en colaboración con la Biblioteca del Congreso, la Universidad de Georgetown y el Instituto Cultural Mexicano—, quiso organizar un homenaje al autor de El llano en llamas en Washington con la participación de escritores y académicos de América Latina. La Fundación se opuso por no avalar a los ponentes y amenazó con entablar una demanda en tribunales internacionales si hacían caso omiso de su negativa.

Por ser este 2017 el año en que

se conmemoran los cien años del nacimiento de Rulfo, el señor Jiménez pidió a la Presidencia de la República, la Secretaría de Cultura y cualquier otra instancia de gobierno que se abstuvieran de llevar a cabo homenajes.

Recomendó que mejor se invirtiera el dinero en becas para jóvenes y que no se usara su nombre con fines políticos o para echarle los reflectores a escritores, según el director, de “cuarta o quinta categoría”.

La última prohibición tuvo lugar con motivo de la celebración que le harían a Rulfo en el marco de la Feria del Libro y la Rosa que organiza todos los años la UNAM. Al parecer todo iba en orden hasta que se anunció que dentro de la programación se presentaría el libro Había mucha neblina o humo o no sé qué. Exploración sobre la obra literaria de Juan Rulfo, de la escritora tamaulipeca Cristina Rivera Garza. En un comunicado, el señor Jiménez canceló de manera definitiva la participación de la Fundación y suspendió el permiso para usar “cualquier material con imágenes y el nombre (sic) de Juan Rulfo que tuviesen previsto desplegar en el recinto, en pequeño, mediano o gran formato”. Un autor tan leído y tan querido, cuyas obras están traducidas a más de sesenta lenguas y que ha sido fuente de inspiración de muchos grandes escritores, ¿necesita que lo defiendan? ¿Toda esta defensa la hubiera avalado Rulfo? No creo, porque no es ya él quien habla, sino una marca registrada.