Digitalizarse o morir. Museos en la cuarentena

Digitalizarse o morir. Museos en la cuarentena
Por:
  • veka-duncan

En momentos de desasosiego, la cultura puede ser el lugar en el que sublimamos nuestra angustia y, por qué no, nos distraemos un poco. En estos días de encierro estamos buscando cómo pasar el tiempo y aliviar la soledad del distanciamiento social. Esto abre una oportunidad para el contenido cultural en línea que museos, editoriales y diversos actores de las industrias culturales han capitalizado. A partir de la cuarentena se han lanzado iniciativas digitales en redes sociales o fortalecido las ya existentes. Más allá de llenar un vacío y satisfacer la demanda de sus públicos, lo que esto ha demostrado es la importancia de adaptarse al espacio digital para mantenerse vigentes.

La incorporación de herramientas digitales al ámbito cultural no es nada nuevo. En el ámbito museístico, esto incluso ha impactado en el quehacer de curadores, museógrafos y áreas como servicios educativos, pues la cultura digital no sólo ha transformado cómo nos comunicamos, sino cómo vemos, pensamos y consumimos. Nuestras expectativas sobre qué tipo de experiencias queremos como público también se han modificado, de manera que hemos pasado de ser espectadores pasivos a buscar un rol más participativo. Más allá de las posibilidades que la cultura digital pueda abrir dentro de los muros del museo, ésta supone también un reto que la crisis sanitaria actual ha puesto de relieve: cómo llegar al público a partir de estas herramientas. Y en esto puede haber lecciones para lo que viene una vez que sea superada la epidemia, particularmente para los museos.

CONTIGO A LA DISTANCIA

No se trata de educar a la gente durante la cuarentena, ni de pretender que si consumimos estos nuevos contenidos saldremos todos más cultos del encierro. A largo plazo, las iniciativas surgidas a partir de la epidemia y que dejarán huella serán las que fomenten una mayor apropiación de las colecciones y los acervos de los museos. En otras palabras, aquellas que invitan al juego, a la participación y al consumo desde lo cotidiano (como playlists, transmisiones en vivo, retos en redes sociales y, sí, también páginas para colorear) pueden ser las que marquen la diferencia entre los museos que resulten relevantes y los que se perciban acartonados.

Integrar al público a esos contenidos digitales, haciéndolo partícipe y también un poco cómplice, ayuda a romper con la idea de los museos como lugares esnobs, sólo para conocedores, y hace que los percibamos como propios. Entender los museos como espacios de apropiación ha sido ya desde hace algunos años un aspecto fundamental de su vocación y las herramientas digitales pueden ser grandes aliadas para lograrlo. Es un error pensar que así se va a sustituir la experiencia real; al contrario, hay que entender el espacio digital como una manera de fortalecer el vínculo de los museos con el público. La gente no dejará de visitar una exposición porque ya exista un recorrido virtual o la posibilidad de explorar una obra en línea. Los contenidos digitales pueden tener un efecto inverso, creando tanto lealtad con un museo como expectativa sobre su colección. Es decir, no por ver La Mona Lisa en una publicación de Instagram vamos a dejar de visitar el Museo del Louvre, pues lo más probable es que se nos antoje más el viaje y soñemos con el día en que al fin se nos haga verla en persona. A más de ochenta años de que Walter Benjamin escribiera La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, vemos que el aura de los objetos de arte sigue siendo aún muy real.

A su vez, estos contenidos también acercan al museo a quienes no pueden visitarlo, como sucede en estos tiempos de Covid-19, y quizá jamás lo logren por la distancia o falta de medios económicos. Aquí también hay un aprendizaje de la experiencia actual que debe resonar pasando la cuarentena. Por otro lado, la opción de dar mayor accesibilidad a las colecciones puede también detonar un diálogo interesante entre especialistas, que enriquezca la generación de nuevos conocimientos; si los investigadores no pueden visitar un museo al otro lado del mundo, el museo puede ir a ellos.

"Dar preferencia a los contenidos multimedia puede tener resultados desastrosos, como exposiciones que son espectáculo, pero tienen poco fondo".

MUCHO RUIDO, ¿POCAS NUECES?

Si bien la presencia digital puede ser un amplificador importante de las colecciones y la identidad de los museos, existe también un lado siniestro: cuando ésta toma preponderancia y nos comenzamos a preocupar más por cómo adaptar los contenidos del museo al lenguaje digital, en vez de incorporarlo como un complemento. En más de una junta he escuchado cosas como: “Pensemos en cuál será la photo opportunity”, o “Debemos considerar que la exposición sea instagrameable”, una lógica que responde a la idea de que una exposición exitosa es aquella que tiene filas interminables y no la que propone nuevas perspectivas o genera nuevos conocimientos. Por supuesto que las publicaciones en redes sociales con buenas etiquetas pueden lograr que más gente acuda a los museos y su uso es importante para llegar al público, pero la meta no debe ser llegar al punto de prohibir los selfie sticks porque ya representan un peligro para las colecciones y los visitantes.

Por otro lado, darle preferencia a los contenidos digitales y multimedia dentro de un discurso curatorial puede también tener resultados desastrosos, como exposiciones que son mucho espectáculo, pero tienen poco fondo. En el espacio museístico, estas herramientas pueden ayudar a que conceptos complejos sean más asequibles, ofrecer información complementaria o entusiasmar a los más jóvenes para que disfruten de una exposición que de otra forma les podría parecer aburrida, pero forzar su incorporación o priorizarlas sobre la narrativa tampoco debe ser el camino. Lo mismo pasa si el propio recinto no tiene proyecto; no es suficiente tener un community manager ocurrente o que elabore buenos memes con las obras de un museo para enganchar al público.

NI TANTO QUE QUEME AL SANTO

En esta cuarentena también hemos visto una saturación de cultura en línea, al sumarse cada vez más instituciones a la oferta de contenidos gratuitos para la epidemia, cosa que por supuesto se agradece, pero que también supone un reto importante tanto para la crisis como a largo plazo. Ya sea a través de redes sociales o de una nutrida página web, la presencia en línea puede ayudar a un museo a acercarse al público, aunque tampoco debemos pensar que con eso es suficiente; si no se acompañan de una buena estrategia de redes y de difusión, los contenidos digitales pueden seguir siendo irrelevantes, pues hay demasiado que ver. La inmediatez de las redes también es un factor que puede jugar tanto a favor como en contra: lo que hoy es trending topic mañana caerá en el olvido. Así, todo lo que hoy está disponible para la cuarentena podría diluirse si no se adapta a lo que viene.