¿Dónde la numancia? (dos respuestas)

¿Dónde la numancia? (dos respuestas)
Por:
  • alain.derbez

I

La Numancia está al centro oriente de la Ciudad de México, por los populares rumbos de Iztacalco: se trata de una cantina donde suculento se sirve, dicen los expertos, un buen plato de birria para acompañar el trago y paliar con ello el agüite y la resaca.
Hasta hace poco en la misma capital, bastante más al norte, la porfiriana colonia San Rafael contaba con otro abrevadero etílico llamado originalmente La Numantina que luego cambió a La Nueva Numantina y en estos días ha optado por ser, sin más historias, La Mula Necia.

Al sur de América, en la calle Don Bosco de San Isidro, provincia bonaerense, existe una parrilla olorosa a chimichurri, carbón y chinchulines denominada La Numancia (y apuntemos con afán de zarandear la argentina curiosidad de quien pesquisa datos que boyas devengan para acotar océanos: a cincuenta kilómetros de ahí, en la misma demarcación, languidece, con defenestrados trenes y un lujoso club de golf, una gentrificada Villa Numancia al sudoeste de Guernica, ciudad ubicada en el partido de General Perón: Numancia... Guernica... Perón... ¡Qué simbólica reunión de nombres en la pampa húmeda para tan poco espacio acá!)

A la vera contraria del Río de la Plata, en Montevideo, una panadería-confitería, existente desde hace más de un siglo, ofrece, además de bollos, pollos rostizados y almuerzos, tinto y mate amargo al estilo uruguayo: La Numancia.
Más allá del Atlántico y sin mar, está Arcos de Jalón, villa de Soria, comunidad autónoma de Castilla y León. Ahí, en un ámbito geográfico que podía sonar más lógico a quien lógica busca con la navaja de Occam, hallamos sobre la calle dedicada al poeta Gerardo Diego,1 otro mesón: La Numancia. (En Arcos de Jalón, anoto ahora con el mismo envite del dar detalle, nació el padre de Sergio del Molino, autor del libro La España vacía y con quien más adelante volveremos).2 
En la suposición de que, con el libar y el yantar, el tema les cause prurito, ¿sabrán los parroquianos el por qué de tales apelativos: Numancia, Numantina?

¿Lo preguntarán al camarero de aquel pub que en la hispana Zamora se llama La Numancia, quien, tras citar las especialidades del día, declamará la primera cuarteta de un soneto del poeta que —lo apuntamos— tantas veces ocupa el callejero:

Era en Numancia, al tiempo que

[declina

la tarde del agosto augusto y lento

Numancia del silencio y de la ruina

alma de libertad, trono del viento.

y al terminar explícito les disipe la duda? :3

—Numancia es...

¿Rematará el patrono, entre postre y digestivos, quizás dando lectura a un capítulo de La vuelta al mundo en la Numancia, esa trigésima octava novela integrante de los Episodios nacionales que el cronista canario Benito Pérez Galdós (1843-1920), puntilloso maestro del realismo, escribiera en el XIX?:

Vista por fuera la fragata, subió Diego a bordo (...) y se sintió llamado por voz del cielo a encerrar su vida en aquel que le pareció santuario de hierro, no menos grandioso que los de piedra. La Numancia, que así se llamaba el barco, venía de los astilleros de Tolón, nueva, flamante como un juguete construido por los dioses. Entusiasmado ante tanta belleza, pensó por un momento Ansúrez que su patria había recibido de la divinidad aquel obsequio y que éste no era obra de los hombres.4

¿O se verá el comensal curioso orillado a diferir su consulta —si no hay internet dispuesto para el teléfono inteligente— al deseable tumbaburros doméstico probablemente arrumbado en algún sitio junto a los directorios de sección amarilla?

¿Qué significa “numantino” y qué Numancia más allá del gentilicio y del nombre propio? ¿Qué representa y qué representó Numancia y qué lo numantino y por qué alguien —animado quizás por la misma liberalidad bautista con la que se dejaba saber, en el 1982 de la guerra argentino-británica, que existía un lugar denominado Las Malvinas cuya anunciada especialidad eran las “carnes asadas” o también una tortería de Mixcoac, contigua al Colegio Madrid original, que en la avenida Extremadura de los setenta se llamaba Dos de Octubre, o esa tienda de instrumentos para hacer música que hoy tunde a decibeles a quien pasa por enfrente en la céntrica y chilanga calle de Bolívar llamada Holocausto— decidiría denominar así, La Numancia, a un negocio donde el placer del guzgo es, con la satisfacción del sediento, la divisa y el fin? (Me pregunto ahora si hay alguna cantina en el mundo que se llame como la villa vasca alevosamente bombardeada en abril del 37 por la aviación alemana; me levanto, lo indago y me respondo: sí, al norte de Grecia existe una ciudad macedonia llamada Xánthi, y ahí un pub, con copia de la pintura de Picasso incluida, tiene por nombre Guernica).

Abre María Moliner la página 530 de su Diccionario de uso del español con esta entrada:

numantino,-a. De Numancia, antigua ciudad de la España prerromana y romana, célebre por su defensa contra los romanos. Después de haber resistido contra varios cónsules y antes que rendirse sin condiciones a Publio Cornelio Escipión, sus habitantes incendiaron la ciudad. (V. Héroe.)

La primera edición de este vademécum, publicado en Madrid por Gredos, es de 1967 y formaba parte de la Biblioteca Románico Hispánica que fundó el poeta y filólogo Dámaso Alonso. Habrá tal vez un lector atento que haga cuentas y que se habrá fijado que Roma y sus derivados aparecieron tres veces como si todos los confusos caminos a ello condujeran en detrimento de la elegancia de lo definido: “prerromana”, “romana”, “romanos”, y que “románico” está junto a lo “hispánico” en la colección dirigida por el también miembro de la Generación del 27 (que, como Gerardo Diego, permaneció a sus anchas en España luego del 39). Habrá quien, comedido, atienda la instrucción y busque ya, en la página 34 del mismo tomo, la entrada de “héroe”: ¿héroe acaso “numantino”? Pero habrá igualmente otro lector, otra lectora, que considere que la consulta de un tema de historia y de mito en la obra de la lexicóloga zaragozana sirve de bastante poco, y que otra fuente bibliográfica menos ambigua hay que desempolvar para hallar respuesta: ¿Qué es lo numantino? ¿Qué fue Numancia? ¿Qué ha sido? ¿Quién fue ese Publio Cornelio? ¿Por qué extravagante motivo alguien, en tan distintos y distantes puntos del planeta, querría poner semejante gracia a un establecimiento gastronómico y/o de libación, considerando que en el capítulo de la historia que le inspira aparecen cotidianamente las palabras “resistencia”, “incendio”, “sacrificio”, y donde pensar entonces en voces como “escabechina”, “aniquilación” y “matanza” para nombre de fonda no luciría como algo tan descabellado?

¿Acaso la página 1472 de una vieja edición del Pequeño Larousse, de 1967 (el mismo año que el Moliner), dispense al averiguador más pormenores?:

Numancia, c. de la antigua España cerca de Soria, destruida por Escipión Emiliano después de un sitio memorable en 133 a. de J.C. Sus habitantes prefirieron perecer en las llamas antes que rendirse.

Y una línea más, algo trunca, hay justo abajo en la esquina de la hoja:
“Numancia, comedia de Cervantes (hacia 1595)”... Así queda sin punto ni otro signo ortográfico adosado el paréntesis y nada más al respecto. Ocupémonos nosotros un momento de Miguel de Cervantes y de su “comedia”. Recordemos para ello un 19 de septiembre que no tenga que ver con terremotos. Era 1580 y ese día un fraile trinitario de nombre Juan Gil, pagados los quinientos ducados que exigían por el rescate del futuro autor de El Quijote, obtuvo su liberación. Habían transcurrido once años desde que Cervantes huyera de España hacia Italia por andar navajeando a un tal Antonio; nueve habían pasado desde que un turco arcabuzazo otoñal le diera un apodo y le quitara el movimiento de la mano izquierda en la batalla naval de Lepanto, y cinco de que comenzara su cautiverio en Argel. Ahora, luego de algunas escalas, volvía a un Madrid donde corralas o teatros al aire libre más o menos funcionaban. Si esto hay y se requiere dinero para pagar las deudas contraídas, teatro —pensó Cervantes— he de escribir. Era 1583. Consultemos a Martín de Riquer (1914-2013) filólogo, medievalista, autor del libro Para leer a Cervantes y además conde:

Fiel a una fijación que sintió desde niño, Cervantes cultivó con entusiasmo el teatro, y entre 1583 y 1587, residiendo en Madrid, escribió y representó varias obras, tal vez más de veinte, muchas de las cuales se han perdido y entre las conservadas merece especialísima atención la tragedia intitulada La Numancia, que es una obra maestra de la escena española [...] hábil síntesis de los datos que sobre este heroico hecho han consagrado los historiadores clásicos, leyendas de carácter tradicional (como en la escena final, en la cual el último superviviente de la ciudad, un muchacho, se suicida tirándose desde una torre cuando entran los romanos) y abstracciones o figuras morales (España, el Duero, la Guerra, la Fama). Ello da a la tragedia una intensidad y un gran valor emotivo y patriótico (es de notar que su representación enardeció el espíritu de los sitiados en Zaragoza por los ejércitos de Napoleón”.5

Recordemos las líneas finales de El cerco de Numancia al que hace referencia Riquer. Es el romano Cipión quien habla:

¡Oh! ¡Nunca vi tan memorable hazaña! / ¡Niño de anciano y valeroso pecho, / Que, no sólo a Numancia, mas a España / Has adquirido gloria en este hecho / Con tal vida y virtud heroica, extraña, / Queda muerto y perdido mi derecho! / ¡Tú con esta caída levantaste / Tu fama, y mis victorias derribaste! / Que fuera viva y en su ser Numancia, / Sólo porque vivieras me holgara; / que tú solo me has llevado la ganancia / desta larga contienda, ilustre y rara. / ¡Lleva, pues, niño, lleva la ganancia / y la gloria que el cielo te prepara, / por haber, derribándote, vencido / al que, subiendo, queda más caído!

Andrés Trapiello (1953), ensayista, novelista, poeta y leonés aporta una guinda más para este guiso:

De La Numancia, que trata de la resistencia de los numantinos en el sitio que pusieron los romanos a su amurallado pueblo, se ha cantado su grandiosidad. Será uno de los temas recurrentes de Cervantes: la rebeldía de los débiles frente a los fuertes. La Numancia ha tenido más fortuna debido a su argumento patriótico y se ha utilizado, adaptada casi siempre, cuando la oportunidad de la actualidad parecía convertirla en una bandera, lo que me hace sospechar que buena parte de su éxito se debe a razones que no alcanzan ni al teatro ni a la poesía...

Pero volvamos a La Numancia de los brebajes y los platillos. Imaginemos la decoración de cualquiera de los refectorios mencionados si es que no nos es posible visitarlos por ahora para interrogar directamente al hostelero. ¿Sería prudente que alguna de las paredes luciera en pleno comedor una copia al tamaño de El último día de Numancia, óleo pintado a mediados del siglo XIX por el maestro barcelonés Ramón Martí Alsina (1826-1894)? ¿Qué mirará el feligrés, los comensales que hacen tiempo en lo que arriban con la botanas, los aperitivos? Describamos, siguiendo al historiador del arte José Luis Díez García, el original que puede hallarse en alguna sala del madrileño Museo del Prado:

El cuadro representa el momento en que, tras sufrir un largo y angustioso sitio por las tropas romanas de Escipión el año 133 a. C. los habitantes de Numancia decidieron quemar su ciudad y acabar con sus vidas antes de caer en manos del invasor. Así un tumultuoso grupo de ciudadanos numantinos se agolpa junto a las murallas de la ciudad en llamas, ante la visión de las tropas de Roma, que se advierten al fondo, apostadas ante su campamento fortificado.

El texto preparado por el doctor de la Universidad Complutense (quien fue encargado, por cierto, de trasladar el Guernica de Picasso al Museo Reina Sofía) continúa dando detalles que el embebido bebedor que los detecta a ojo de buen cubero va distrayendo al de por sí ya diferido brindis:

A pesar de los evidentes descuidos de ejecución, justificables tanto por la inexperiencia del pintor en composiciones de tal envergadura como por la fogosidad propia de su estilo, el cuadro supone una extraordinaria modernidad para su tiempo, inmerso todavía el género en el más estricto purismo académico tardorromántico. En efecto, sorprende la osadía de su precoz realismo en la valentía de su técnica, deshecha y temperamental, a base de gruesas pinceladas de fuerte empaste, con un tratamiento eminentemente pictórico de la materia, insistida en alguna de las figuras cuyas carnaciones están tratadas con la voluptuosidad característica del estilo maduro del pintor, y en su innegable dominio de las grandes máquinas compositivas, verdaderamente apabullante en el amontonamiento efectista de las figuras que integran la escena, hábilmente dispuestas para remarcar la sensación de huida desaforada. De igual modo, Martí Alsina pretende hacer gala de su dominio de la anatomía humana, como se aprecia en el joven de larga cabellera y torso musculoso que pisotea en un ademán algo exagerado las insignias y estandartes de los romanos. También asoma un clasicismo subyacente en el diseño de algunas figuras, como el rostro en escorzo de la mujer muerta en primer término, que recuerda de inmediato un busto antiguo, o la matrona cubierta con la túnica del extremo derecho, concebida con un aplomo monumental y grave que evoca igualmente ejemplos de la estatuaria clásica...6

—Arriba, abajo, aal centro y pa’ dentro. —Que esto que lo otro... ¡Salud!

Imaginemos, formulado el brindis y apurado el primer trago, que más allá otra pintura cuelga en la pared del establecimiento y capta la atención del concurrente. Es ésta una reproducción de otro cuadro con el mismo título y el autor, nacido en la castellana Guadalajara, es Alejo Vera y Estaca (1834-1923). El original de El último día de Numancia también estaba en el Museo del Prado pero ahora puede contemplarse en la Diputación de Soria: Un soldado muerto está en el primer plano, atrás una mujer bebe lo que podemos inferir es un trago de veneno, el hombre a su lado prefiere no mirarla, en el suelo un herido entre moribundos la señala y de la muralla el humo del incendio se apodera contrastando en sus grises con la luminosidad que el pintor plasma.

—¿Y para comer qué ordenan los señores?...

Si una ficticia pulquería fuera la adornada con los cuadros de Alejo o de Ramón, tal vez se llamaría “Las nuevas viejas glorias numantinas”. Ubiquemos el imaginado establecimiento en la calle de Numancia de la sureña y más o menos nueva colonia Lomas de la Estrella en Culhuacán, o en la vieja colonia Álamos donde el nombre de las calles viene de la península: Isabel la Católica, Soria, Fernando, Alfonso XIII, Castilla, Andalucía, Toledo, Asturias, Galicia, Navarra, Cuenca, Coruña y Aragón. ¿Existirá un callejón de Numancia? ¿Sagunto? ¿Segeda tal vez o un andador de Celtiberia? 7

—¿De qué estamos hablando?

—Numancia.

—Ah sí, al Barcelona le tocó más canijo porque va contra el Celta.

En cambio el Real Madrid la tiene fácil: el Numancia es de segunda división y creo que B.

—Pero en la Copa del Rey se ponen perros. Acuérdate del Alcorcón en el 2009. Nomás cuatro goles se llevaron los merengues ¡y ni las manos metieron!...

II

En Soria, no en la Zamora del pub en la Plaza Cristo Rey,8 es que está La Numancia si por Numancia entendemos los restos arqueológicos celtíberos y romanos en el Cerro de la Muela de la altiplanicie castellano-leonesa del Garray, localizados entre 1905 y 1912 por un arqueólogo alemán e hispanista llamado Adolf Schulten (1870-1960).9 Schulten identificó siete campamentos romanos mientras que arqueólogos españoles, que entre 1906 y 1923 10 entraron al quite por no estar muy bien visto que un germano hiciera tan nacionalista tarea en esos días de imperio español alicaído, escarbaban ocho hectáreas donde registraron tres ciudades superpuestas: dos romanas y una celtíbera. Durante la guerra y luego, en la dictadura franquista, a pesar del manoseado mito numantino, el sordo abandono de la zona sólo se romperá por el pastar de ovejas y el ululante correr de la ventisca.11 Setenta años después, en 1993, arqueólogos dirigidos por Alfredo Jimeno localizan el panteón celtíbero12 y en el 2015 el doctor Jimeno enarbola todos los argumentos para que la UNESCO considere al yacimiento numantino como “Patrimonio Inmaterial de la Humanidad”.13

Ya en las postrimerías del siglo XV, Antonio de Nebrija (1441-1522), el autor humanista de la primera gramática española y de la Muestra de las antigüedades de España (libro publicado en Burgos hacia 1499, antes de que dedicara “lo que de vida le quedaba a las letras sagradas”14), ubicaba Numancia ahí donde en el 134 a. C. llegó Escipión el Africano para, luego de aislarla con una muralla, proceder en el 133, a su muy romano estilo, a devastarla para que otros la tornaran “inmortal”. En 1788 Juan de Loperráez Corvalán, clérigo e historiador, autor de la Descripción histórica del obispado de Osma, localiza el emplazamiento cabal de La Numancia y dibuja un mapa para que quince años más tarde se echen a andar las excavaciones en el lugar, dirigidas por el historiador con afanes de lingüista Juan Bautista Erro. El también político vasco, ministro carlista, nacido en Andoaín, Guipúzcoa, muerto en Bayona y autor del Alfabeto de la lengua primitiva de España y explicación de sus más antiguos monumentos de inscripciones y medallas (Madrid, 1806), buscaba hallar inscripciones que permitieran comprobar la relación entre el idioma hablado por él y algunos de sus paisanos y el de los antiguos numantinos.15

De Numancia dieron cuenta y la cantaron y cantan autores de épocas, haceres, pensamientos y lugares distintos. Un directorio largo llenaríamos con sus nombres: Alberti, Apiano, Azorín, Bécquer, Cervantes, Cicerón, Diódoro, Estrabón, Gerardo Diego, Gaya Nuño, Goethe, Graco, Juvenal, Machado, Ambrosio de Morales, Florián de Ocampo, Plutarco, Polibio, Ptolomeo, Rojas Zorrilla, Sánchez Dragó, Séneca, Shelley, Tiberio y con ellos, y más, varios anónimos. Ya arriba vimos como Martín de Riquer recordaba a los enardecidos de la Zaragoza sitiada por las tropas napoleónicas. De esa época (1808) es esta anónima canción marcial:

España de la guerra / Tremola su pendón / Contra el poder infame /
Del gran Napoleón. / Sus crímenes oíd, / Escuchad la traición
/ Con que a la faz del mundo / Se ha cubierto de horror / [...] Perecerán las glorias / de toda su Nación / Al denodado impulso / Del esfuerzo español.
/ Y él mismo entre pesares, / Angustias y aflicción / Será víctima triste
/ De su ciega ambición.
 / Recuerdos de Sagunto 
/ Exciten nuestro ardor, / Y qual ella perezca / Todo buen español.
/ A Numancia imitad,
/ Renuévese su horror,
/ Y antes que ser esclavos / Muramos con honor.16

Coplas anónimas contra Napoleón donde Numancia será citada circulaban por las calles de España:

Escucha Napoleón, / Si como fiel aliado, / Tus tropas has enviado, / Hallarás en la nación / Amistad y buena unión; / Si otro objeto te guió / Numancia no se rindió / Numantinos hallarás
/ En España reinarás
/ Pero sobre españoles, no.

Numancia será identificada como resistencia, heroísmo, sacrificio, libertad y esas características irán definiendo “lo español”, la identidad a ser manejada por tirios y troyanos en distintos momentos de la historia.
Lo “numantino” será tema en las historias decimonónicas, del mismo modo que un as de la baraja en los días en que el imperio se desmoronaba con la pérdida de los últimos territorios en América y en Asia. Lo “numantino” deviene sinónimo del acto de “morir por la patria”. Algo “muy español”, donde si el presente luce desastroso el pasado de gloria lo justifica todo. Así pasa con Alfonso XIII y la dictadura de Primo de Rivera. Se retira el apoyo para continuar la exploración de las ruinas pero eso no obsta para que en la zona se inaugure un monumento que recuerde con fasto el sacrificio.

Al llegar la República la mística del sacrificio se atempera y se adelgaza el empleo de la palabra “patriotismo” al hablar de lo “numantino” pero no desaparece. 
Recordemos el libro que el profesor Rafael Altamira publicó en 1933: Manual de historia de España que —según advierte en el prólogo a la primera edición madrileña— está pensado “para el gran público, ese público general de no especialistas y de ciudadanos que desean, y necesitan, una cultura elemental de Historia de España y no pueden disponer de mucho tiempo para adquirirla”17. En este volumen que el autor reeditará trece años después en su exilio argentino, se puede leer sobre Numancia en tres apartados: “La guerra de Numancia”, “Cómo guerreaban los celtíberos” y “Toma y destrucción de Numancia”. Del primero cito:

El solo nombre de Numancia llegó a inspirar terror a los soldados de Roma, quienes repetidamente se negaron a tomar parte en esta guerra. He aquí cómo pinta un historiador contemporáneo de aquellos sucesos ese terror de los romanos: Súpose en Roma (año 151 a. C.) por Quinto Fulvio, un general, y los soldados que a sus órdenes sirvieron en España [...] que los celtíberos eran invencibles [...] Tales noticias produjeron en la juventud consternación tan grande, que los más ancianos declaraban no haber visto nunca en Roma cosa semejante. En fin, la aversión por el viaje a España (sic) creció hasta el punto de que, mientras en otras ocasiones se encontraban más tribunos de los necesarios, ninguno solicitó entonces ese cargo [...] lo más deplorable fue que la juventud romana, a pesar de ser citada, no quiso hacerse inscribir para el servicio militar, y para evitar el alistamiento valióse de pretextos que ni el honor permite examinar, ni la vergüenza explicar. La multitud de los culpados hacía imposible el castigo.

El historiador que habla de “España”, avalado quizás por la idea de que es un “manual”, no cita su fuente en ese primer apartado. En el segundo continúa citando al informador anónimo:

Ese mismo historiador añade que a la guerra con los celtíberos le dieron los romanos el nombre de “guerra de fuego” y que era de muy distinto género que las de los germanos y los asiáticos. Éstas terminan habitualmente con una sola batalla, rara vez con dos, y casi todas ellas se deciden al primer choque y por el ataque de todas las tropas.
 Es evidente —continúa Altamira— que en este párrafo el historiador se refiere particularmente a la guerra de guerrillas, tan característica del modo español de pelear y tan fatigosa y azarante para los ejércitos acostumbrados a los combates en formación y en grandes masas, como lo era el romano.18

En el tercer apartado aparece Escipión:

... el general que le hacía falta. Sitiada por él rigurosamente (año 134 a. de J. C.); faltos de alimentos y de agua los numantinos; desamparados por las tribus vecinas que, menos heroicas, temieron colocarse frente al citado general, vieron aquéllos que era imposible continuar la lucha. Aun entonces, lejos de rendirse incendiaron la ciudad y decidieron pelear hasta morir o suicidarse antes que caer vivos en poder del enemigo. Escipión sólo pudo apoderarse de un montón de ruinas y cadáveres. Recientemente esas ruinas han sido descubiertas y han revelado muchos datos interesantes de las costumbres y de las artes de los numantinos, como luego veremos.19

Altamira analiza la manera de guerrear de los numantinos con “sus combates parciales tan característicos del modo español de pelear: las guerrillas”. Tocará sí “el valor y el heroísmo” pero propone un mayor rigor que permitirá continuar con la investigación que arroja “datos interesantes” sobre “costumbres y artes de los numantinos”.

No sucederá igual tras el levantamiento de los nacionalistas en 1936.
Martín de Riquer, quien se refirió a la numantina pieza de Cervantes al hablar de la guerra contra los invasores napoleónicos, por supuesto no menciona lo acaecido en el Madrid del 1937, cuando el ya citado Rafael Alberti junto con su compañera María Teresa León (1903-1988), directora, actriz y poeta, también integrante de la Generación del 27, presentaron su propia adaptación de El cerco de Numancia cervantino en el Teatro de la Zarzuela:

Alto, sereno y espacioso cielo / que, con tus influencias, enriqueces / la parte que es mayor de este mi suelo
/ y sobre muchos otros le engrandeces, / muévete a compasión mi amargo duelo // y, pues al afligido favoreces, / favoréceme a mí en ansia tamaña,
/ que soy la sola y desdichada España.

El adjetivo “numantino” bautizará lo mismo a grupos del bando republicano (el Batallón de Numancia) que de los fascistas (el Tercio de Requetés Numantinos).

Concluida la guerra e instaurada la dictadura de Franco no es difícil intuir que “lo numantino” se convertirá en sustento de esa España grande y única pretendida. Con ella de la mano vendrán el Cid y don Quijote y, por supuesto, Santiago el Apóstol. Cualquier distorsión histórica parecía válida al poder para lograr sus fines. Lo “numantino” era ya no sólo patriótico sino hasta “católico”, aunque los numantinos de ello no tuvieran noción. Si Numancia había decidido morir era para que España se tornara inmortal y con el Caudillo como guía —clamaban los corifeos— España lo sería.

Numancia era una lección que había que aprender y estar preparado para repetir, rezaban. Pensarlo de otro modo resultaba intolerable. El militar gallego manco y tuerto José Millán Astray, que respondió a Unamuno su frase de “Muera la inteligencia, viva la muerte” será en el franquismo “lo numantino” exacerbado.

¿Y qué es Numancia hoy, qué significa?

Pienso en la revista de viajes que cité y en cómo España se torna por doquier espectacular parque temático. Numancia se concibe entonces como polo turístico: como atractivo para vivir la historia en una noche con toda su intensidad y salir airoso de la experiencia, ávido de experimentar la siguiente en otra parte, los próximos días de asueto. Si en la realidad —y de ello habla muy claro Sergio del Molino— existe la España vacía, la ficción del consumo propone como alternativa “la España vacua”.

¿Qué es La Numancia hoy en este rápido menú de comida rápida?

Un letrero más en un nuevo local será colgado:

“¡Que viva lo español que España ahí viene y por un bajo costo te entretiene!”

El tema da para más, para mucho más y en él continuaré.

Notas:

Gerardo Diego Cendoya (1896-1987), escritor santanderino, fue uno de los mayores representantes de la Generación del 27. Luego de apoyar a los golpistas del 18 de julio permaneció en la España franquista concluida la Guerra Civil. Varias calles con su nombre hay en Madrid, Vitoria-Gasteiz, Sevilla, Cuenca y, por supuesto, Santander y Arcos de Jalón.

“Nací en Madrid. Por parte materna soy madrileño de cuarta generación, algo muy raro en una ciudad de aluvión. Mi padre, sin embargo, es de Arcos de Jalón, un pueblo de Soria. Por razones que nunca he comprendido bien, mis padres hicieron el camino inverso al de todo el país [...] Cuenta mi madre que aquello era tan extraño, unos forasteros de Madrid instalándose en el pueblo del cual se marchaban los jóvenes precisamente a Madrid, que la mudanza fue un espectáculo que congregó a todos los vecinos. Hacía mucho tiempo que no veían a una pareja con un niño pequeño llegar a esa villa, por lo demás hermosa y de calles medievales, pero donde los inviernos pasan entre nieves y nieblas y con termómetros que no suben de cero grados [...] El pueblo había sido un enclave militar en tiempos del imperio romano, y antes un castro ibérico, por lo que era y es un tesoro arqueológico.” En Sergio de Molino, La España vacía (Viaje por un país que nunca fue), Turner, Madrid, 2016, p. 34. Me pregunto: ¿Habrá comido alguna vez Sergio del Molino en La Numancia? ¿Se habrá hospedado en el hostal homónimo?

“Revelación”, soneto de Gerardo Diego, fue publicado en 1941 en el libro Alondra de verdad (Escorial). ¿Cuántos bardos de diferentes siglos, creencias, ideologías han cantado a Numancia? Queda abierto el tema y en tanto cito un fragmento del también miembro de la Generación del 27, Rafael Alberti (1902-1999): “Adivino, querida España el día en que pasados muchos siglos, lleguen cómplices del terror y la agonía, los malos españoles que te entreguen a otro romano de ambición sombría”, tomado de una versión que el poeta comunista —que al exilio argentino fuera en 1940— hizo de La Numancia de Cervantes.

Construida en astilleros franceses que cobraron por ello la exorbitante cantidad de ocho millones de pesetas de entonces, la fragata llamada “Invencible” (como en 1588 motejada fue por los ingleses “Invencible” la Armada de Felipe II que zozobró en su intento por derrocar a Isabel I) tuvo su botadura el 19 de noviembre de 1863. ¿Quién decidió bautizar al barco con el nombre de La Numancia y por qué? La nave cruzó velozmente el Atlántico para, salvado el Cabo de Hornos, participar en la guerra del Pacífico contra Chile y Perú. Ahí va dirigida por el almirante Casto Méndez Núñez, quien sustituyó en el mando al muerto por propia mano José Pareja y quien pasaría a la nómina de autores de frases célebres con aquella de “La reina, el Gobierno, el país y yo preferimos más tener honra sin barcos que barcos sin honra”; ahí va y bombardea con escándalo el puerto peruano de El Callao. De ello da cuenta Pérez Galdós en su novela reeditada en Madrid en 2010 por Alianza Editorial: “Disparó La Numancia sus primeros tiros, colocándolos en la batería que llevaba el nombre de Santa Rosa. Contestó sin tardanza el Perú. Tronaron luego las demás fragatas, conforme iban llegando frente a las baterías, y bien pronto el humo denso envolvió la tragedia y un estruendo pavoroso arrojó de los aires todo el silencio de la naturaleza. El tiempo era absolutamente olvidado”. La “Invencible” no participaría en la guerra hispano-estadunidense (1898) por estar en reparaciones y finalmente, en 1916, dispuesta su baja del servicio, fue vendida a unos astilleros de Bilbao. Hacia allá iba La Numancia remolcada cuando se hundió frente a las costas de Portugal. Antes me hundo sola —pareció decir con ello la numantina embarcación— que acabar como chatarra en manos de quién sabe quién.

De Riquer, Martín, Para leer a Cervantes, El Acantilado, Barcelona, 2003, pp. 60 y 90.

Catálogo para la exposición, “La pintura de Historia del siglo XIX en España”, Consorcio para la Organización de “Madrid capital europea de la cultura”, Madrid, 1992, pp. 184-187.

Arriba advertí que volveríamos con Sergio del Molino y su libro La España vacía a propósito de Celtiberia. Recupero algunos párrafos de las páginas 50 y 51: “Un grupo de profesores de la universidad de Zaragoza [...] Se inspiran en los trabajos de Mariano Iñiguez Ortiz, un antropólogo de comienzos del siglo XX que sostenía que los mitos y los ritos de las poblaciones celtíberas anteriores a la dominación romana se habían conservado en los montes de esas provincias (Guadalajara, Cuenca, Teruel, Soria, La Rioja, Burgos y el interior de Castellón y Valencia) que corresponden con lo que se llama la Cordillera Ibérica [...] Celtiberia sería una nevera o un congelador que conserva el pasado porque nunca ha tenido presente ni futuro [...] Los promotores de Celtiberia, liderados por el catedrático de prehistoria Francisco Burillo Mozota, invocan un pasado mítico, la ciudad perdida de Segeda. Según sus estudios, basados en hallazgos arqueoógicos y fuentes históricas romanas, fue la ciudad más grande de la España prerromana, mayor que Sagunto y que Numancia, aunque muchísimo menos conocida, y protagonizó uno de los episodios más importantes de la guerra de Hispania. Al parecer, se levantó cerca de la actual Calatayud, entre los pueblos de Mara y Belmonte de Gracián, y tuvo influencia sobre un amplísimo territorio que comprende casi todo el de las provincias citadas.” ¿Por qué el énfasis sobre Numancia —pregunto— y darle a Segeda, en la historia y el mito, un papel secundario y accesorio: la ciudad que decidió fortificarse, lo que hizo que los romanos lo tomaran como una provocación, obligando a que sus habitantes fueran a refugiarse tras los muros de Numancia? ¿Qué fue de esa Segeda descubierta por un alemán siglos después de ese año 153 antes de Cristo, y por qué Numancia devino mito y Segeda se olvidó o casi se olvidó hasta ahora?

En los casi ochos siglos que duró el dominio musulmán en la península, Numancia y su ubicación se fueron diluyendo de tal forma que en el siglo X los reyes de León aseguran que los cimientos zamoranos se encuentran enclavados sobre la mítica ciudad, a 300 kilómetros de Soria. La historia documentada y la arqueología desmentirían tal aserto entrado el siglo XVI, aunque todavía hasta el siglo XIX los zamoranos querían continuar con el debate.

Impreso por primera vez en la “ciudad de Méjico” en 1948, el libro Las nacionalidades españolas de Luis Carretero y Jiménez reza en la página 328: “Dice Bosch-Gimpera que las notas comunes a todos los iberos y aun a todos los pueblos primitivos de

España parecen haber sido: el espíritu de independencia y de oposición a dominios forasteros, el orgullo, el sentido de la hospitalidad, el ser asequibles al trato benévolo y resistentes al altanero, la ingenuidad y la credulidad, a la vez que la indolencia y la inconstancia para empresas largas, la división con tendencias a la anarquía [...] Estos rasgos coinciden —continúa Carretero— con los que Schulten, el investigador alemán que vivió muchos años en Soria para estudiar las ruinas de Numancia y la cultura de los celtíberos, señaló como característicos de este pueblo: el orgullo, la terquedad y la indolencia, y también la caballerosidad, la fidelidad y la hospitalidad. Después de decir que el castellano —refiriéndose al de la Castilla serrana, la de las viejas comunidades— es sobre todo un celtíbero, Schulten describe el orgullo celtibérico como estimación de sí mismo, en el sentido de que quien se respeta a sí mismo respeta a los demás.” Anselmo Carretero y Jiménez, Las nacionalidades españolas, Hyspamérica Ediciones, México, 1977, 3a. edición, p. 328.

En septiembre de 1923, tras un golpe militar, comienza la dictadura de Miguel Primo de Rivera quien decide —entre las muchas cosas que decidió en contubernio con el rey Alfonso XIII—retirar el apoyo económico a las excavaciones arqueológicas.

Escribe el narrador e historiador del arte Juan Antonio Gaya Nuño (1913-1976): “Numancia está marcada por un sino tan desdichado, por tan perpetua desgracia, que, siendo tema de sublimidad cierta para poetas, no los ha tenido, y, en cambio, es cebo y bocado de arqueólogos. Arqueólogos sin tasa la miden, palpan y auscultan, como harían unos cuantos cirujanos con un bello cuerpo de mujer, preocupados por su dolencia, pero sin ojos para todo lo que tuvo de hermosa [...] Allí, a sólo siete kilómetros de Soria [...] Las mañanas blanquean la escarcha sobre los pobrísimos pedruscos. Hiela todas las noches, y estos pedruscos de triste mampostería van explotando, como bombas dejadas por los romanos, con una espoleta retardada en veinte siglos, para que la ruina sea absoluta, para que ni guijarros queden en Numancia. Las tristes ruinas de Numancia se están pulverizando, disueltas por granizos, lluvias y heladas. Alguna vez sale un sol pálido, que se apresura a ponerse, dejando relumbrar un poco, a lo lejos, los campamentos romanos, que odiaban mis heroicos tatarabuelos.” Juan Antonio Gaya Nuño, El santero de san Saturio, Espasa-Calpe, Madrid, 1965, cap. V.

Y continúa en ese capítulo V de su novela el autor Gaya Nuño (quien, por cierto, fue condenado por la dictadura franquista a veinte años de prisión por enlistarse, luego de ser fusilado su padre por las tropas del golpista general Mola, en el batallón Numancia republicano): “El calorcillo, bajo el cerro, indica la prisa con que se pudrirían los cadáveres de los defensores, antes de que los llevasen a la necrópolis que hoy permanece oculta sin ultrajar. Y que así sea por muchos años [...] De todos modos, dentro de cuarenta años no quedará ninguna piedra de Numancia, y la curiosidad satisfecha no bastará a resarcirnos de la pérdida. Se nos habrá perdido esta ciudad sagrada del individualismo, la libertad y la pobreza celtibérica. No quiero decir mucho más sobre Numancia, porque es monumento tan singularmente lleno de dolor, que no puede ser descrito. Ha de ser visitado, y allá cada uno con su sensibilidad y su conciencia histórica. Pensad que la guerra, sitio y ruina de Troya, dieron lugar a varias obras maestras de la épica universal, todo porque una tal Elena, casada y disoluta, fue seducida. En Numancia no actuó ninguna Elena. Los jerarcas de Troya, Priamo, Héctor y Eneas, estaban emparentados con los dioses, mientras que los numantinos no tenían ningún pariente divino y continuamos sin tenerlo. Y así es como para los vencidos no hay jamás consideración ni honores en la historia.”

El 22 de septiembre de 2017 se anuncia en una revista de viajes llamada Condé Nast Traveler que en el artículo siguiente se invertirán tan sólo siete minutos de lectura. Advertido esto al posible como apresurado lector, presumible hombre de su tiempo, viene entonces la cabeza: “Diez motivos por los que Numancia merece ser Patrimonio de la Humanidad”. Reza el cuerpo: “Ahora que se cumplen 2150 años de la épica caída de esta ciudad celtíbera a manos del ejército romano, es hora de reivindicar un yacimiento que es muchísimo más que un mero hallazgo arqueológico (SIC por las cursivas). Entre atractivas fotografías del lugar y anuncios de otras revistas como Vogue, prosigue el texto: “Por mucho que, al día de hoy, Numancia no esté en la lista tentativa de la UNESCO, pocos lugares en España tienen más razones para ser Patrimonio de la Humanidad que éste. Y más si se valoran los esfuerzos que, en los últimos años, está realizando el Foro Soria 21 con el fin de que se reconozca a nivel regional, nacional e internacional la importancia de este sitio tanto en la historia de España como en la de Occidente. Puede que a ojos ‘instagrammers’ el vasto Cerro de la Muela no tenga esa fotogenia que muchas veces eclipsa el valor real de los lugares. Sin embargo, es testigo y poso de una de las historias bélicas más asombrosas de la Antigüedad. Un hecho que no debería de pasar por alto la UNESCO ya que creó este título con el fin de preservar y reivindicar aquellos bienes de importancia cultural única [...] Y, aunque sus restos arqueológicos no sean los mejor conservados, el mero hecho de ser una de las más grandes urbes de esta época ya supone un hito a tener en cuenta [...] Las dolorosas y humillantes derrotas que iban sufriendo las legiones obligaron al Senado a llamar a filas a Publio Cornelio Escipión Emiliano, nieto del general que derrotó a Aníbal y flamante conquistador de la ciudad de Cartago. Un dato que demuestra que Numancia había pasado de ser una anécdota en el mapa a ser un auténtico quebradero de cabeza; Roma convirtió la victoria de sus huestes en algo épico, ensalzando al enemigo como si se tratara de seres sobrehumanos. El éxtasis llegó con el consiguiente desfile de Escipión por las calles de Roma presumiendo de su victoria y con cincuenta sobrevivientes numantinos como testigos de todo. Rápido los principales cronistas romanos de la época tiraron de epítetos e hipérboles con las que hacer justicia a su contrincante y

elevar a mito su ferocidad [...] Poco a poco, la gran urbe y sus restos desparecieron. Tanto que incluso a mediados del siglo XIX se pensaba que la original Numancia se encontraba en Zamora. Sin embargo Eduardo Saavedra encontró en 1860 los primeros indicios de unas ruinas que, más adelante, se confirmaron y desvelaron como la legendaria Numancia; el hallazgo atrajo a los mejores arqueólogos en una

época en la que el viejo continente estaba azotado por una fiebre por lo Antiguo [...] Varias maquetas y réplicas muestran cómo era la vida de los desconocidos celtíberos, el sitio de los romanos y la vida tras la conquista. A través de un recorrido de doce puntos se profundiza en los principales hallazgos arqueológicos y antropológicos de una manera entendible y universal [...] Además de la relevancia histórica y turística, Numancia cuenta con una tercera pata fundamental: la cultural. La primera evidencia es la lingüística, con el topónimo numantino convertido en un adjetivo que la RAE define de ese modo: Que resiste con tenacidad hasta el límite, a menudo en condiciones precarias. Es decir, espartanos pero a la española. La épica pasó, en 1945, de lo militar a lo futbolístico, con la fundación del Numancia de Soria, principal equipo de la ciudad que tomó su nombre y su espíritu (los partidos invernales en Los Pajaritos son sólo para valientes) del viejo asentamiento celtíbero; como ha quedado patente, no es sólo un yacimiento. Es el recuerdo de una resistencia que se ha elevado a leyenda y que ha inspirado a políticos, arqueólogos y artistas de diferentes épocas. Un lugar cuyo magnetismo trasciende a la historia y que hace que, para la UNESCO, tenga que ser algo más que un bien cultural o inmaterial. Quizás sea el momento de crear una nueva etiqueta en la que ambas se fusionen o que reconozca que un lugar se puede convertir, también, en una herramienta de memoria y conciliación”.

Marcel Bataillon, Erasmo y España (Estudios sobre la historia espiritual del siglo XVI), FCE, México, 1982, p. 26.

Escribe Fernando Sánchez Dragó en su Gárgoris y Habidis. Una historia mágica de España (Planeta, Barcelona, 2001, p. 106): “¿Fue el vascuence, en el que se ha visto una de las setenta y dos lenguas matrices de la dispersión, común denominador de los dialectos peninsulares? El gran Humboldt lo afirma a rajatabla: ‘Dos puntos me parecen perfectamente establecidos [...] Los antiguos iberos son la cepa de los vascos actuales [...] El vascuence fue la lengua de los primitivos habitantes de España, tanto de los autóctonos como de quienes llegaron a ella en época anterior a cualquier testimonio histórico’”.

Sabino Delgado (ed.), Guerra de la independencia (proclamas, bandos y combatientes), Editora Nacional, Madrid, 1979, pp. 370-373.

Rafael Altamira, Manual de Historia de España, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1946, 2a. ed.

Op. cit., pp. 69-70.

Idem, p. 70.