El editor en su laberinto

El editor en su laberinto
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NAIEF YEHYA:

UN “PRODUCTO DE SU IMAGINACIÓN”

EN MÁS DE UNA OCASIÓN Huberto dijo que yo era producto de su imaginación. He llevado aquella afirmación con orgullo toda mi vida profesional. Durante años, a partir de 1987, cuando entré a su taller de periodismo cultural en el Museo Carrillo Gil, una vez por semana pasaba por el ritual de ir al unomásuno por la tarde para entregarle mi colaboración y visitar esa vorágine fascinante y temible de la cultura que era su oficina.

Cuando los tres críticos de cine del diario, Gustavo García (QEPD), Felipe Coria y Andrés de Luna, renunciaron en bloque, Huberto me llamó y me dijo que me presentara de inmediato. Yo le había pedido en más de una ocasión escribir de cine y me había rechazado. Contó muy brevemente lo ocurrido, me preguntó cuál era la última película que había visto y me mandó a la mesa de redacción, que estaba vacía a esa hora, a escribir una reseña, sin datos ni apuntes. “Tienes una hora”. En una máquina de escribir hice la reseña de Pelle el conquistador, de Bille August. La leyó, corrigió y me dijo: “Publicamos esta chingadera y mientras consigo a un crítico de a deveras me entregas dos notas por semana”. Por años siguió diciéndome que ya estaba a punto de conseguir a un crítico bueno. Mientras tanto colaboré durante quince años más.

Tuve la enorme fortuna de contar con la confianza, amistad y severidad de Huberto. Uno aprende de muchos en este negocio, pero sólo puede ser el producto de la imaginación de un solo gran maestro y nunca tendré un orgullo más grande.

ROCÍO BARRIONUEVO:

“NO DEJES QUE TE TIRANICEN”

FUE MI MAESTRO en la UNAM, en los ochenta. Era una leyenda por su carácter terrible, así que yo casi no hablaba en su clase. Un día le llevé una colaboración de Enrique Serna, que era mi novio. Se enteró de que yo estaba por quedarme sin chamba y me invitó a ser correctora en sábado. Acepté y mi jefe, Víctor Villela, me enseñó el trabajo. Dos años después Villela se fue y Huberto me dio el puesto de editora. Duré cuatro años ahí.

Por suerte mi oficina estaba lejos de la suya, de otro modo yo no hubiera podido trabajar, porque era muy platicador. Me impresionaba su afán por acercar la cultura a la gente, no sólo a los escritores. Decía que los libros eran caros pero cualquiera podía comprar un periódico, así que buscaba interesar a los trabajadores, que el suplemento les diera la opción de conocer varias formas de pensamiento. En parte por captar nuevos lectores creó “El Diván”, donde salían chavas en minifalda. Por cierto que al principio me pedía que lo acompañara cuando retrataba a las chicas, le daba miedo que se malinterpretara, así que yo siempre estaba de cuidadora.

El trabajo implicaba desvelos. Yo estaba casada y nunca hubo problema, pero cuando me embaracé lo hablé con mi entonces esposo y pensamos que iba a estar difícil conciliar mis horarios. Cuando fui a renunciar Huberto contestó: “No dejes que te tiranicen”. Como amaba el trabajo, me convenció de quedarme, pero era muy pesado para mí  combinar el suplemento y a la bebé. En 1994 por fin me fui, aunque toda la vida mantuvimos cercanía. Siempre fue muy amoroso con mi hija.

ENRIQUE SERNA:

“DE QUE LA PERRA ES BRAVA”

EN 1985 le mandé a Batis unos textos desconocidos del poeta novohispano Luis de Sandoval Zapata, sobre el que hice mi tesis. Los publicó en sábado. Un tipo que se llama Gerardo Torres escribió una protesta, decía que yo le había robado el descubrimiento. Le contesté con bastante mala leche. Batis publicó mi respuesta y me invitó a colaborar en el suplemento. Así empecé una columna que mantuve durante cinco años casi semanalmente y luego de forma más esporádica.

Sabía de su mal genio y de que era déspota, pero yo tenía la ventaja de que mi novia y luego primera esposa, Rocío Barrionuevo, trabajaba en sábado, así que mandaba mis artículos con ella. Luego lo traté más. Venía con frecuencia a la casa a cenar con nosotros y traía a su pareja, Patricia González, a quien acababa de conocer. Íbamos juntos a bares y tugurios.

Dejé de verlo por bastante tiempo. Supe que habló mal de mí y no sé por qué, él era así. Creo que aplica el refrán: “De que la perra es brava, hasta a los de casa muerde”. Lo volví a ver cuando ya estaba muy enfermo. Asistí a un homenaje que le hicieron en la sala Manuel M. Ponce y me alegro de haberlo hecho, porque para mí fue una especie de figura paterna.

Aportó mucho a la literatura e hizo mucho bien a la mayoría de escritores de mi generación. Tenía un gran sentido del humor, era muy agudo, con chispazos de ingenio. Sus libros de memorias Lo que "Cuadernos del viento" nos dejó y Por sus comas los conoceréis serán lectura obligada para quienes estudien la literatura mexicana del fines del siglo XX.

FERNANDA SOLÓRZANO:

"Nos tuvimos un respeto mutuo"

ESTABA TERMINANDO la carrera de Letras cuando me uní a la redacción de la revista Viceversa, donde Mónica Braun era editora. Ella también colaboraba en sábado, de unomásuno. Un día me dijo que Naief Yehya, quien escribía la sección de cine en el suplemento, se iba a vivir fuera y necesitaban a alguien para comentar semanalmente los estrenos en México.

Mónica tenía una buena relación con Huberto y se ofreció a presentármelo. Dije: lo peor que puede pasar es que no pase nada. Yo sabía de la personalidad iracunda de Huberto, pero no le tengo miedo a las personas explosivas, sé que se desahogan y dos minutos después están tranquilas. Junté textos sueltos que había publicado y fuimos a ver a Huberto. Ese día me propuso hacer una nota de prueba. Era 1996: hablé sobre Belleza robada, de Bernardo Bertolucci. La publicó y así empecé a escribir en sábado. Lo hice durante cuatro años.

Aunque podría pensarse que yo estaba en desventaja, porque era una chava sin experiencia ante un editor prestigiado, nunca me sentí así. Nuestro diálogo siempre fue muy cordial, se pasaba horas platicando conmigo, contándome anécdotas. Él fue fundamental en sembrarme la confianza de que existen muchas maneras de dialogar con hombres que están en una posición de poder. Nos tuvimos un respeto mutuo: yo, hacia su figura de editor y él, hacia el compromiso que asumí de escribir con rigor cada semana. Lo recuerdo con gran afecto.