El estrépito de las llamas

El estrépito de las llamas
Por:
  • alejandro_garcia_abreu

Escritor, periodista, traductor, licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona y Honorary Fellow de la Universidad de Oxford, Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) ganó el Premio Planeta de Novela 2019 —dotado con 601 mil euros— por Terra Alta. Su concesión tuvo lugar el martes 15 de octubre en el Museu Nacional d’Art de Catalunya, en Barcelona, durante el transcurso de una cena literaria. En un comunicado de Planeta se lee:

Un crimen terrible sacude la apacible comarca de la Terra Alta: los propietarios de su mayor empresa, Gráficas Adell, aparecen asesinados tras haber sido sometidos a atroces torturas. Se encarga del caso Melchor Marín, un joven policía y lector voraz llegado desde Barcelona cuatro años atrás, con un oscuro pasado a cuestas que le ha convertido en una leyenda del cuerpo y que cree haber enterrado bajo su vida feliz como marido de la bibliotecaria del pueblo y padre de una niña llamada Cosette, igual que la hija de Jean Valjean, el protagonista de su novela favorita: Los miserables.

Partiendo de ese suceso, y a través de una narración trepidante y repleta de personajes memorables, esta novela se convierte en una lúcida reflexión sobre el valor de la ley, la posibilidad de la justicia y la legitimidad de la venganza, pero sobre todo en la epopeya de un hombre en busca de su lugar en el mundo.

Esta novela, que será presentada en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2019, “supone —según el comunicado de Planeta— una vuelta de Cercas a la ficción más pura, más en la línea de El móvil (1987) o de El inquilino (1989)”.

Su primer libro —publicado en 1987, cuando obtuvo una plaza como lector de español en la Universidad de Illinois— es El móvil, que fue bien recibido por la crítica. Trata, en parte, de un autor que se inicia y decide tomarse muy en serio la literatura. Treinta años después de la publicación del volumen, en 2017, visitó la Ciudad de México para presentar El monarca de las sombras (Literatura Random House, 2017), el autor español donde indaga el rastro del joven combatiente Manuel Mena que en 1936, al estallar la Guerra Civil, se incorporó al ejército de Franco, y dos años después murió peleando en la batalla del Ebro. Era tío abuelo de Javier Cercas.

El autor participó en un coloquio en la Fundación para las Letras Mexicanas. Se realizó una entrevista colectiva en la que intervinieron jóvenes escritores. Cuando concluyó la sesión, conversé con Cercas tête à tête sobre algunos aspectos fundamentales de su trayecto literario.

"La novela moderna es un género único porque todas sus posibilidades están contenidas en un espacio literario. En ella caben todos los géneros. Se alimenta de todo. Es mi manera de proceder en el género omnívoro".

Anatomía de un instante participa de la historia, del ensayo, de la crónica, del reportaje periodístico y de “un torbellino de biografías paralelas y contrapuestas”. Es un libro peculiar, pero no deja de ser una novela, a pesar de la opinión de algunos lectores y críticos, y a pesar de resultar ganador de un premio de ensayo.

Por supuesto. Anatomía de un instante es una novela, aunque el libro no fue percibido así por múltiples lectores y críticos cuando lo publiqué en 2009. La novela moderna es un género único porque todas sus posibilidades están contenidas en un espacio literario. En ella caben todos los géneros. Se alimenta de todo. Lo devora. Es mi manera de proceder en el género omnívoro. Escribo libros peculiares porque participan de todo.Existe un vaivén metaliterario en Anatomía de un instante. Ocurre también en otras novelas tuyas.

Claro. Mis libros nunca han dejado de ser metaliterarios. También son formalistas, lúdicos e irónicos.

¿Qué recuerdos guardas de Borges, aparte de la lectura de su obra?

Perseguí a Borges por toda España durante el verano de 1982 como si él hubiese sido un rockstar. Era mi escritor favorito. Nunca he vuelto a escuchar a un orador tan brillante.

Afirmas que las “novelas del punto ciego” —Moby-Dick, el Quijote y El proceso son grandes ejemplos— están inscritas en una tradición moderna, cuyo centro contiene siempre un punto “a través del cual no es posible ver nada”, pero en realidad desde ese punto sí es posible ver.

A través de ese punto ciego estas novelas ven. La sutil paradoja reside en que estos textos se iluminan a través de la oscuridad. Son elocuentes a través del silencio. En los núcleos de las novelas del punto ciego hay preguntas. Significan siempre una búsqueda.

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Exacto. Siempre hay preguntas. Se trata de ahondar en el misterio. La respuesta es la propia búsqueda de una respuesta, no la respuesta en sí. Pienso en Claudio Magris, quien propone “viajar no para llegar sino por viajar”. En un texto sobre tu libro El punto ciego (Literatura Random House, 2016) Alberto Manguel escribió: “La historia de la literatura es la historia de estas respuestas inconclusas”.

De acuerdo. Suscribo los tres planteamientos: tanto el de Claudio Magris, como el de Alberto Manguel y el tuyo. En alguna medida por eso evoqué en un epígrafe al escritor alemán Gotthold Ephraim Lessing, nacido en 1729 y muerto en 1781. Escribió: “Si me dieran a elegir entre buscar la verdad y encontrarla, elegiría buscarla”.

¿Qué significado tiene la ambigüedad en la teoría de las novelas del punto ciego?

Al final de la escritura no hay una respuesta clara, concreta. Tampoco al final de la lectura. Siempre hay una respuesta ambigua. Esa ambigüedad significa que el lector rellena el punto ciego de la novela. Las respuestas sin claridad de las novelas del punto ciego son las únicas respuestas que constituyen la literatura. La novela es el género de las preguntas. Implica ahondar en un enigma. El enigma es el punto ciego. Lo llamo “ceguera visionaria” y “silencio pletórico de sentido”.

Evoquemos tus orígenes como escritor. ¿Cómo recuerdas a Jaume Vallcorba, tu primer editor, que publicó tus dos primeros libros en Sirmio y que después reeditó uno en Acantilado?

Lo recuerdo como un editor absolutamente temerario. Erudito. Impecable. Conocí a Jaume en 1984. Fue muy generoso. Me dio trabajo: corregí pruebas de imprenta, traduje algunos libros y redacté informes de lectura. Publicó mis dos primeros libros en Sirmio, su primera editorial en castellano, en 1987 y en 1989. Defendía de manera muy sagaz la alta cultura. Afirmaba que la máxima modernidad se encuentra en la tradición.

La vocación literaria, la responsabilidad del autor, su ética, los vínculos sutiles entre lo real y lo inventado son los ejes de El móvil (Sirmio, 1987; Tusquets, 2003), tu primer libro, que contiene “La búsqueda”, “Historia de Pablo”, “Encuentro”, “Lola” y “El móvil”, que da título al volumen. ¿Qué piensas de él actualmente?

En ese libro traté temas a los que he regresado continuamente en mis novelas posteriores. Algunas de ellas, lo he pensado largo tiempo, están prefiguradas en El móvil. Evoco un planteamiento de André Gide: el primer libro de un escritor alberga el germen toda su obra futura.

¿Cómo recuerdas la escritura de El inquilino (Sirmio, 1989; Acantilado, 2000), tu segundo libro? Prefigura tu virtuosismo formal, sobre el que Roberto Bolaño escribió: “Novela fabulosa, de un autor de talento fuera de lo común”. A su vez, Francisco Rico la incluyó entre las mejores novelas de las últimas décadas?

Escribí El inquilino en una habitación muy bien iluminada de mi apartamento de la calle West Oregon, en Urbana, Illinois, ciudad universitaria. Disfruté mucho su escritura. No me parece inferior a nada de lo que he escrito posteriormente, aunque difiera del estilo que he depurado después.

En su ensayo “De la literatura considerada como una tauromaquia", Michel Leiris se preguntó: “¿El hecho de escribir puede implicar, para quien hace de ello su profesión, un peligro que, por no ser mortal, es al menos evidente?”. ¿Qué opinas de la analogía taurina?

Pienso que escribir una novela es crear un espacio en el que uno se lo juega todo. El autor inventa un juego en el que existe un diálogo con la tradición literaria. De eso se trata. Si el escritor no se lo juega todo, está perdido.

Adam Zagajewski es un autor al que admiras. Has escrito sobre el desarraigo, uno de sus temas cardinales.

He dicho que la poesía de verdad siempre se abre camino, como la de Zagajewski, al igual que la de su maestra, Wisława Szymborska. De Zagajewski suelo citar de memoria “Busca” —incluido en Tierra del fuego, traducido por Xavier Farré—: “Volví a la ciudad / donde fui niño / y adolescente y un viejo de treinta años. / La ciudad me recibió con indiferencia, / los megáfonos de sus calles murmuraban: / ¿no ves que el fuego todavía arde?, / ¿no oyes el estrépito de las llamas? / Vete. / Busca en otro lugar. / Busca. / Busca la verdadera patria”.

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En El monarca de las sombras (Literatura Random House, 2017) te refieres a kalos thanatos, “la bella muerte”. ¿Qué piensas sobre este concepto?

Se trata de un ideal. Para los antiguos griegos, kalos thanatos era la muerte perfecta que culminaba una vida perfecta. La bella muerte, que resultaba el ideal ético y estético de los griegos, era la garantía de la inmortalidad.

Has confesado en diversas ocasiones tu fascinación por la obra de E. M. Cioran. ¿Cómo lo defines?

He escrito que se trata del “destructor de todas las certezas”, del “pesimista esencial”, del “pintor obsesivo e infatigable de la vida como absurdo perfecto y del hombre como sinsentido radical”. Me acompaña siempre porque escribía la verdad.

"Al final de la escritura no hay una respuesta clara, concreta. Tampoco al final de la lectura. Siempre hay una respuesta ambigua. significa que el lector rellena el punto ciego de la novela".

¿Qué piensas del suicidio?

Tu pregunta me remite de inmediato a David Foster Wallace. He pensado en él recientemente. Fue uno de los escritores más talentosos de mi generación. Era genial. Se ahorcó en el patio de su casa de Claremont, California, el 12 de septiembre de 2008. También recuerdo a Werther, suicida por amor. La novela de Goethe, a raíz de su publicación en 1774, suscitó una concatenación de suicidios en Europa.

¿De qué modo vinculas la muerte con la literatura?

He escrito que cuando mi padre murió, mi madre repetía, perseverante, que ella entendía muy bien que se hubiese muerto porque todo el mundo muere; lo que no comprendía era que ella no volviera a verlo jamás. En ese estado de absoluta perplejidad nos deja la muerte de un ser querido. Y la perplejidad es parte esencial de la literatura.