El sonido gordo

El sonido gordo
Por:
  • carlos_velazquez

A diferencia de Coachella, Arroyo Seco es un festival para auténticos amantes de la música (el cartel no dejaba dudas). Antes de la nueve de la noche se produjo un peregrinaje hacia el escenario The Oaks para atestiguar a la figura de la noche. El nomadismo era un poco inexplicable. Sí, había cientos de jipis y gente de la vieja guardia, pero cuando tomé mi lugar a escasos metros del escenario me sorprendió de sobremanera que me rodeara gente que oscilaba entre los 19 y los 29 años. Nunca me imaginé que se estuviera gestando un relevo generacional de Neil Young.

Una hora tardaron el cambiar el raider (Jack White había dado un showsazo minutos antes). Mientras aguardábamos, el apretujadero era insoportable. Los técnicos realizaban su tarea y por las bocinas comenzó a sonar como música ambiental American Girl de Tom Petty and The Heartbreakers. Todas las mujeres ahí congregadas comenzaron a corearla. Fue un momento especial. La piel se ponía chinita de la emoción. Desde ahí se indicaba que la emoción lo denominaba todo.

Una alfombra antiderrapante fue dispuesta sobre el piso del escenario. Y minutos después de lo acordado Neil + La Promesa de lo Real (su nueva banda, que goza de un documental del mismo nombre en Netflix) aparecieron y la audiencia soltó un alarido. El público gringo es famoso por su apatía, sin embargo esto no era un concierto cualquiera, Neil, uno de los últimos dinosaurios sobre esta tierra, estaba en California. Con la noche de Pasadena como cómplice, se arrancó con un sonido gordo como un caldo de res, era su guitarra que llenaba cada hueco.

La guitarra de Neil parecía remojarse en una birria llena de sebo. Una grasa que nos golpeaba directo en el corazón.

Si existe un músico como Bowie que esté reinventándose todo el tiempo, es Neil. A su banda establecida y reputada, Crazy Horse, la ha sustituido mansamente por La Promesa de lo Real, una generación de músicos treinta años más joven. En la que Neil se sitúa al centro. Y lejos de parecer desfasado o rebasado por la energía, se mimetiza como si no fuera el veterano que es. Neil es uno de los artistas que tienen un repertorio para cuatro o cinco horas seguidas de música. Sin embargo, en un festival uno espera que toque sus mayores éxitos. Pero fiel a su naturaleza contracultural, el set list de la noche sorprendió a todo mundo. Su segunda rola fue “Fuckin’ up”, de Ragged Glory. Es difícil medirle el agua a los camotes si te sueltan un trancazo de esa naturaleza. Por lo que cuando sonaron los primeros acordes de “Cortez The Killer” ya estabas de bajada. Con sus más de diez minutos, entendías al ver a Neil y su banca brincotear por el entarimado porqué se requería la alfombra antiderrapes. De ahí en adelante todo fue puro fulgor.

No era un recorrido por su carrera, pero bajita la tenaza Neil ya le había dado pellizco a obras señeras como el mencionado Ragged y Zuma. El fan de Neil Young, como el de Dylan, no sabe qué esperar en una actuación de su héroe. Y que escuche en vivo alguna de sus piezas favoritas es sumamente improbable. Pero aquella noche Neil estaba feliz. Y se reventó “Rockin’ in the Free World”. El himno que no deja de estar acorde con el tiempo presente. La dedicó a los niños en las jaulas. Esos que Trump ha separado de sus familias por ser migrantes. Y por supuesto que todos se pusieron a brincar.

En los DVDs de conciertos en vivo o en los videos de YouTube no se aprecia la personalidad de Neil. Sólo se observa al músico en acción. Pero entre rola y rola aflora su personalidad. Es un bromista. No parece ser un hombre que sufrió un derrame. El humor está presente. En una de las canciones, mientras le cambiaban la guitarra él hizo la mímica de seguirla tocando. Hizo un air guitar. Riéndose de sí mismo. Entonces se produjo el milagro. “Hey Hey, My My (Into the Black)” nos sacudió con su torrente de sonido. Era la primera vez que veía a Neil y me tocaba semejante suerte. Un gringo a mi lado me dijo que había visto a Neil en diecisiete ocasiones y que nunca la había tocado. No pude sentirme más recompensado. El viaje, el jet lag, todo había valido la pena por ese momento.

Luego vino “Ohio” a seguir endulzándonos el oído y “Down the River” a continuar dándole a la noche un toque enjundioso. La guitarra de Neil parecía estar remojándose en una birria llena de sebo. Una grasa que nos golpeaba directo en el corazón. Y Neil más que el retirado combatiente que te narra sus aventuras al calor de una cerveza, era el soldado que manda las noticias desde el frente. Un lugar al que parece no va a renunciar en un buen tiempo.