Elsa Cross y la poesía como conocimiento

Elsa Cross y la poesía como conocimiento
Por:
  • jose-homero

“Nunca sabré”, inquiere una joven y memoriosa Elsa Cross, “cuando miro las transparencias de aquellas vacaciones, / si el azul de ese cielo era real / o un defecto de revelado.” El poema es ejemplar en varios aspectos. En principio por la complejidad de las miradas, su haz de puntos de vista, que es a su vez variedad de reflejos. Ante las transparencias fotográficas que atestiguan las vacaciones de verano, la poeta duda primeramente del color del cielo; y en seguida de la experiencia misma. Esta tenue zozobra con respecto a la veracidad del registro y del propio hecho —desconfianza del documento porque altera la percepción pero igualmente de la memoria porque transforma los sucesos—, da un viraje hacia el reconocimiento, no sólo de la vivencia sino de su carácter único y fundamental. Así la voz poética pasa de las preguntas a la constatación, movimiento que conduce del individuo enfrentado a un hecho pretérito y grabado en una imagen a la recuperación del momento; de mirar desde afuera a imbuirse de esa experiencia y mirar desde dentro del acontecimiento, convirtiendo al poema en un instrumento ritual que revive el acto y otorga conciencia de su dimensión. Más que una fotografía es el cuerpo el que connota esa potencia:

¿Qué pequeña criatura miraba desde

[allí

tan sólo el cielo, el mar,

como el sitio de donde no quería

[irse nunca

para volver a las calles,

las educadas maneras de caminar por

[ellas,

la escuela donde se desaprende a

[vivir? 1

“Playa Washington” luce como un temprano caso del cuestionamiento que impregna esta poética. Bien es cierto que si acompañamos su lectura con otro poema de la época descubriremos que el recelo remite más al influjo del barroco y su concepción del mundo como representación que a la ontología de Georges Berkeley. “Paseo” ofrece una imagen nítida de las impresiones de Cecilia (“día de gran conocimiento y emociones fuertes”), una niña de paseo, quien además de ver (un paletero, un perrito gris, unos pájaros, una mariposa), oye (las campanadas del paletero, la marimba) y siente el sol en la piel, la tibieza del viento, logrando ya tempranamente lo que es una de las virtudes de Cross: la capacidad para transmitir sensaciones, no sólo visuales, a través de sus versos. El texto, que se desarrolla con concepción cinemática —¿no recuerda a En el balcón vacío de Jomi García Ascot?—, dialoga abiertamente con el aserto de Alfonso Reyes (“Hemos llegado a la región más transparente del aire”) al preguntarse: “¿La región más clara y más abierta?”; y refuta los famosos versos de Bartolomé Leonardo de Argensola: “porque ese cielo azul que todos vemos / ni es cielo ni es azul” con un precoz materialismo: “y aunque digan que no se llama cielo / el cielo es cielo y está además azul”.

Lo cierto es que tempranamente la indagación en torno a la realidad y a la volubilidad de nuestros sentidos, temas caros no sólo al escepticismo sino en especial a las corrientes místicas que dimanan de la India, se insinúa como un tema preponderante. Para el lector de esta poeta, apenas si es necesario decirlo, dicho cuestionamiento se convertirá en uno de los generadores de su escritura.

Agujeros de cangrejo

Las playas de esta poesía están pletóricas de cangrejos: “el agua que se filtraba / por los hoyos de los cangrejos” (“Playa Washington”); “Cangrejos parsimoniosos entre las rocas” (“Bacantes”); “la mar creciendo hasta cubrirnos / como hoyos de cangrejo / o rastros de espuma” (“Deslizamiento”); “Pequeños cangrejos rondan al pie de los peñascos” (“El diván de Antar”).

Cross pertenece al linaje estoico; su visión, antes que proclamarla mística o escéptica, repara en la frontera, en los lindes entre un acontecimiento y otro. Por ello su atención a los intersticios, a las construcciones efímeras: épica de fractales. Es justamente un hoyo de cangrejo el que transforma a “Playa Washington” de una manifiesta incredulidad a la evocación nostálgica de ese evento como decisivo; la temprana constatación de la sentencia de Rimbaud de que la verdadera vida está en otra parte. A la joven adulta que duda, el yo poético devenido niño-cangrejo le responde corroborando no sólo la veracidad sino la trascendencia de esa excursión a la playa:

¿Qué criatura me mira todavía

[desde ese fondo,

y quiere como un cangrejo caminar

[hacia atrás

para volver a aquel instante de vuelo

[suspendido

entre el cielo azul cobalto y la arena?

Si de acuerdo a la imaginación científica los agujeros de gusano permiten el tránsito entre segmentos espaciales o universos paralelos, en Cross diríamos que los atajos que unen a aquellos primeros versos ufanos en la sensualidad mundana con los de la madurez ya asentada en la práctica de la meditación y la revelación mística son una suerte de hoyos de cangrejo. “Las cigarras”, uno de los grandes poemas, discurre en torno a la experiencia y la incapacidad humana de aprehenderla; esa distancia entre las imágenes y el pensamiento, entre el pensamiento y el lenguaje, entre el decir y su sentido. Podríamos continuar prohijando parejas y pese a ello la coordinante, el enlace, no aumentaría la cercanía sino la diferencia, una brecha no por tenue menos honda, como en una nueva aporía eleática:

¿y cuál es más real?

¿El decurso circular

o el zigzagueo?

¿Lo que se hace visible

o aquello que se muestra

en lo que no se ve?

Esta implícita paradoja sobre la percepción continuará en varios otros derroteros; para ejemplo estos de Visible y no, de sus últimos libros:

No se ven

los ríos de luz

disolviéndose

en el mar de la conciencia.

De la imperfección

Proponer la realidad y la ilusión como polos magnéticos del universo de Elsa Cross puede servir para ubicarnos dentro del ecosistema de sus versos y tematizaciones pero no es más útil que postular la confrontación entre lenguaje y silencio. Diríase que la innata suspicacia de Cross sobre la autenticidad del mundo habría de conducirla primero al estudio de la filosofía y luego a cosmovisiones no occidentales. El movimiento siguiente será asociar tal desconfianza con una noción de ilusión o mejor aún de ilusoriedad, cargando este neologismo con propiedades de efimeridad pero también de imposibilidad de demostrar esa cualidad engañosa, pues no admite la tecnología de la falibilidad que Karl Popper postula como precepto del examen científico. De este modo podemos urdir que las primeras inquisiciones sobre los datos de los sentidos habrán de convertirse en su madurez en perplejidad con respecto al mundo, en consonancia con las enseñanzas del hinduismo.

Sin perder esa condición sensual que convierte a los versos en revelaciones y cristalizaciones, su sabor terreno, Cross paulatinamente ha incursionado en una esfera correspondiente a la reflexión, al cuestionamiento de las nociones y también al planteamiento de preguntas que apuntan a fenómenos de otro modo inexpresables, a menudo inextricables de su formulación. Si forma es fondo, la poesía es la única manera de incidir y apuntar hacia la última frontera, la de la significación, que no es posible localizar dentro de los mapas lógicos ni filosóficos. Así encontramos “signos no entendibles”, pensamientos “vacíos de sentido”, exhibiciones de ascendencia zen: “un signo interroga sobre un mismo predicamento y recibe / dos respuestas contrarias”. En una entrevista señala: “la poesía es un conocimiento más allá de la propia experiencia” (“Elsa Cross, la escritura como meditación”, Correo del Libro, enero de 2017).

Libros como Casuarinas o de la percepción (1988), Urracas o de los pensamientos (1994) y Cantáridas o de las palabras (1998), además del excelente Bomarzo (2005), conforman uno de los trípticos más importante en torno a la experiencia y su realidad, el mundo y su representación e incluso sobre el problema de la significación. Preguntas:

Sobre el ser y el no ser,

sobre aquello que va de uno a otro

y existe más allá del uno y del otro. (Bomarzo)

De la pareja reconocible, realidad/ilusión, la mirada se sitúa en el acontecimiento que ocurre en una zona del terreno para en seguida desvanecerse: el instante en que el raciocinio dejando de fluir, se detiene y se convierte en meditación, el instante en que la respiración cede paso a la conciencia de la irrealidad del mundo, a comprender la variedad de fenómenos que nos rodean y también a la memoria de la especie detrás de los eventos cíclicos. Vida y muerte sucediéndose, lenguaje y silencio alternando. Cross, cuya obra aún no ha sido cabalmente apreciada en su complejidad ni dentro de nuestra tradición ni en la cartografía castellana, es una poeta que detrás de esa aparente carga única de misticismo y celebración del mundo se revela pensadora desde el canto; una voz que medita en torno a los acontecimientos y a los accidentes de la materia; a las formas y su veleidad. Poesía no del entre, como preconizaba Octavio Paz, aún remanente del existencialismo y de la fenomenología, sino de las paradojas lógicas de la filosofía y también de las corrientes subterráneas de religamiento interior. Así, aunque parezca que esta abreva únicamente de las fuentes místicas, se corresponde plenamente con derroteros filosóficos. La propia Cross ha declarado la aspiración ecuménica latente en su actitud: [aunque cuando parezca] “que lo que digo es muy hindú [...] no hay ni un solo concepto que no exista directa o indirectamente en la filosofía occidental. Por ejemplo, la idea del mundo ilusorio se encuentra en filósofos británicos, y la idea de la reencarnación, la cual manejo en Moira, está en Orígenes o en Platón”.

El conocimiento en la intuición

La obra de Elsa Cross dialoga no solamente con las enseñanzas de sus maestros de meditación, como ocurre en libros centrales de este corpus: Baniano (1986), Canto malabar (1987), El diván de Antar (1989), sino asimismo con la tradición mística, además de concitar a Oriente con Occidente, con una suerte de visión unitaria de las distintas mitologías —en la senda de Mircea Eliade, no casualmente su campo profesional versa sobre las religiones comparadas—. Su conversación se extiende incesantemente con la poesía moderna y sus zonas de intermitencia —el descubrimiento de las luciérnagas zen, por ejemplo, en especial del haikú en su reelaboración por José Juan Tablada. Se antoja necesario un estudio de las fuentes y las presencias que tan nítidamente se perfilan en estos jardines.

Tapiz cuya riqueza de hilado, como en aquella vieja fábula del mono contemplando una pintura, sólo es perceptible para quien pueda ver. A despecho de la engañosa transparencia y sencillez de la trama de sus versos (la metáfora no es gratuita: abundan las menciones a la enunciación poética como tejido de araña), es posible encontrar, junto a esa suerte de unidad en el tono y en los temas, una asombrosa riqueza tímbrica

y focal que van desde una temprana asunción de la lírica provenzal cuando el neobarroco no había vuelto moda el diapasón —su primer gran libro: La dama de la torre (1972), su primer gran poema, La canción de Arnaut—, el aprendizaje de la poesía hermética italiana en sus primeros libros, las referencias al canon moderno: desde “El músico de Saint Merry” hasta Exilios de Saint John Perse, del romanticismo alemán hasta la renovación inglesa que va de William Butler Yeats y T. S. Eliot, sin descuidar por supuesto su seguimiento de cierta sensualidad poética que comparte con José Carlos Becerra ni las lecciones de concreción de William Carlos Williams o el gran viento de Ezra Pound, ni el escanciamiento reflexivo de Octavio Paz, con cuya obra comparte prados de encuentro y no sólo laderas este. Son en fin legión las voces que resuenan en este follaje, risa de niños ocultos o pétalos de esa multitud que sale de una estación del metro.

En su deriva por la geografía sagrada Cross encuentra momentos de éxtasis sin importar cuál fuera la forma de religión que se cultivaba dentro de ese espacio sacro: sacrificio humano entre los aztecas o mayas, meditación en las selvas del Indostán, enigmas, oráculos, tributos en las colinas mediterráneas, reelaboraciones de los mitos clásicos en circunstancias contemporáneas. De igual modo en cada una de las estaciones de la poesía y en las suyas propias la poeta va encontrando a la vez que inspiración, aliento para continuar modulando temas con matices diferentes.

Por esta suma de miradas, por esa complejidad de interrogantes más que de respuestas, por esa vocación para expresar lo inefable, por esa fidelidad a escrutar las ideas, así sea que cuestione de la pertinencia de pensar y se acerque a su manera a las fronteras de la voz, a la zona del silencio, considero que Elsa Cross amerita ser leída con una nueva concepción. Es una de nuestras grandes poetas y su obra no ha sido leída con la justicia suficiente.

Elsa Cross, Poesía completa, Fondo de Cultura Económica, México, 2012, 791 pp. Todos los poemas citados corresponden a esta edición.