Escuela on line

El corrido del eterno retorno

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Escuela on lineFoto: xataka.com.mx
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Las deficiencias del sistema educativo mexicano, tanto público como privado, han sido puestas en jaque durante esta pandemia.

La educación a distancia ha revelado un nuevo nivel del infierno que no sospechábamos. Las clases on line son fuente inagotable de estrés. Tanto para los alumnos como para los padres. La tecnología es un embuste. Supuestamente nos facilita la vida. Pero ocurre todo lo contrario.

En casa hemos padecido horrores la intransigencia de la institución en la que mi hija cursa segundo de secundaria. Varias escuelas interrumpieron el ciclo escolar cuando comenzó la pandemia, o hicieron descuentos en el pago de colegiaturas. Era lo que correspondía. Al no asistir el alumno a clases se ahorran muchos gastos. Luz, pago de maestros, en fin. Sin embargo, la escuela a la que asistía mi hija se empeñó en no frenar actividades. Todo con el objeto de seguir cobrando las colegiaturas. La pandemia les cayó del cielo. Están ganando más dinero que nunca.

El problema de dicho modelo es que los soportes técnicos para la educación a distancia son inviables. Cada mañana es un volado. Mi hija utiliza el programa Microsoft Teams, porque la escuela así lo determina. Pero no existe un día en que no se presente un contratiempo. Cuando no escucha a la maestra no la escuchan a ella. O a veces no funciona la cámara. O en otras simplemente no es posible conectarse. Es natural: ante el elevado número de usuarios la plataforma se satura. Y por si eso fuera poco, a los niños se les tortura con la advertencia de que si no están a tiempo en la clase se les sancionará. Es ridículo. Mi hija despierta a las 7 am para arreglarse, le piden que esté frente a la computadora con el uniforme puesto. Y si no consigue entrar es su culpa.

La impotencia que esto provoca le infunde frustración. Y a mí me produce desesperación. Ya le dije que si reprueba no voy a castigarla. Que demos el semestre por perdido. Pero ella se resiste. Se empeña en cumplir con las clases a distancia. Y no existe problema que no insista en que yo lo resuelva. Para mi mala fortuna no puedo hacer nada. Si el programa se traba, es un problema del servidor. Pero ella me exige que funcione la cámara. Que arregle la conexión. Que el internet está muy lento. Le pongo un video de YouTube para mostrarle que ése no es el problema. Y se enoja conmigo. Diario me despierto a hacerle su licuado de plátano con fresas y a protagonizar una escena en que ella lucha inútilmente contra este molino de viento tecnológico.

Honestamente no sé de dónde sacó mi hija este respeto por la escuela. De mí, no

Honestamente no sé de dónde sacó mi hija este respeto por la escuela. De mí, no. Yo siempre la detesté. Pero en este momento lo que más añoro es que el próximo ciclo se regrese a las clases presenciales. Porque ya no quiero verla sufrir. Y porque sé que necesita de la compañía de otros niños. Y porque está urgida de su antigua rutina. Entiendo que la obliguen a usar el uniforme en casa, porque eso le produce la sensación de estar formando parte de una clase, pero es todo tan surreal.

Como su computadora no quiso correr más el maldito programa, usa la mía toda la mañana. Y en ocasiones la mía no consigue conectarse, entonces lo hace desde su celular. Lo cual es peor, porque el volumen es demasiado bajo, entonces lo tiene que conectar a una bocina. Y es bastante incómodo ver la clase en la pantalla del iPhone.

He platicado con otros padres de familia y la pasan peor. Más aquellos que tienen tres hijos. O aquellos cuyos hijos están en primero de primaria, a los seis años no todos los escuincles son capaces de manipular una computadora. Y esto se complica más cuando el padre y la madre tienen trabajo y no pueden asistir a su hijo.

Un amigo que era profesor de preparatoria fue despedido. Al adoptar el modelo de clases virtuales meten a 42 alumnos por clase. Entonces, si antes había dos maestros que se los repartieran en dos aulas, ahora con uno solo basta. Pagan un solo sueldo en lugar de dos, pero siguen cobrando lo mismo. El margen de ganancia se duplica.

Como ocurre con todo en este país, estamos indefensos. No existe una ley que regule y supervise la educación privada. Y la pública está igual, pasa por unos aprietos que no se quedan atrás. En resumen: las clases on line no aportan nada al nivel académico ni al rendimiento.

Al revés: han hecho a nuestros hijos esclavos.