Fantasmata

Redes neurales

Fantasmata
FantasmataIlustración: shutterstock.com
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Amintas III era rey de Macedonia, y el médico de su corte era Nicómaco, el padre del filósofo Aristóteles, quien pertenecía a la familia de los Asclepíades. Las leyendas locales, capitalizadas con astucia por la familia, afirmaban que los Asclepíades eran descendientes directos del dios fundador de la medicina, ni más ni menos. Todo indica que Aristóteles estuvo expuesto desde edades tempranas a experiencias en el campo de la medicina, lo que estimuló poderosamente su vocación científica. En plena adolescencia quedó huérfano de padre y madre. Fue adoptado por un hombre llamado Proxeno. El filósofo tuvo la oportunidad de corresponder a ese buen gesto, ya que muchos años después recibió en adopción a un hijo de Proxeno.

A los 17 años, Aristóteles fue enviado a la Academia de Platón. Eventualmente debió separarse por diferencias ideológicas. Se dice que alguna vez Aristóteles habló así de su maestro: “Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad”. Tras la muerte de Platón, el filósofo se mudó a la ciudad de Axos, en Asia Menor, donde se estableció gracias al patrocinio de un exitoso soldado griego, Hermias. Allí escribió su Política y su Ética, dedicada a su hijo Nicómaco.

En el año 345, Hermias fue asesinado, por lo cual Aristóteles decidió instalarse en la isla de Lesbos, donde se dedicó al estudio de los seres vivos. De hecho, es reconocido como padre de las disciplinas biológicas, ya que hizo observaciones pioneras y sistematizó los conocimientos de su época. Por ejemplo, observó que los delfines concebían y procreaban a sus crías como los mamíferos, por lo cual concluyó que no eran peces, y adelantó observaciones que tardarían más de dos mil años en ser confirmadas. También cometió incontables errores, pero en su defensa podemos decir que pasaron literalmente dos milenios antes de que surgieran los individuos capaces de desmentirlo con argumentos convincentes. Además de sistematizar y revolucionar disciplinas como la lógica, la física, la ética y la metafísica, Aristóteles se refirió al problema de la memoria.

LA MAYOR PARTE DE SUS OBRAS se perdieron tras la caída del imperio romano. Aunque muchos trabajos se guardaban en Constantinopla, la barbarie desatada durante las Cruzadas acabó con la memoria histórica del mundo griego. Afortunadamente, ha sobrevivido un ensayo titulado De la memoria y la remembranza, donde el filósofo analiza esa facultad humana y la separa en dos entidades: la mneme (el almacenamiento o la conservación de la información) y la anamnesis (el recuerdo, la evocación).

Con respecto a la anamnesis (la evocación), Aristóteles piensa que “todo recuerdo implica un lapso de tiempo... puede decirse que sólo aquellos seres vivos con conciencia del tiempo son capaces de recordar”. Dice también que “aunque otros animales también tienen memoria, se puede afirmar que ninguno de los animales conocidos puede rememorar, excepto el hombre”.

Estas palabras tienen gran vigencia. En pleno siglo XXI, las investigaciones surgidas desde las neurociencias de la conducta (que trabajan a menudo mediante experimentos con animales) y desde las ciencias clínicas (dedicadas al estudio de personas con enfermedades del sistema nervioso), han mostrado claramente que hay diferentes tipos de memoria.

Todos ellos incluyen el aprendizaje, que se relaciona con lo que Aristóteles llamaba la mneme, pero no todas las formas de memoria implican el recuerdo consciente y voluntario: la remembranza, la evocación, es decir, la anamnesis. La mayoría de los pensadores de la Antigüedad y la Edad Media celebraron con Aristóteles el aspecto consciente de la memoria, es decir, la evocación, que nos distingue de otras especies animales.

Además de sistematizar la lógica, la física, la ética y
la metafísica, Aristóteles se refirió al problema de la memoria

HAY OTRO TEMA en la filosofía de Aristóteles que anticipa en buena medida los descubrimientos de las ciencias neurológicas. Hay un momento en los Diálogos de Platón, conocido como “Teeteto”, en el cual se establece una analogía entre los rastros dejados por la memoria y las marcas que quedan en la cera cuando se utiliza un sello con inscripciones. Como sabemos, en la Antigüedad estos sellos sobre cera tenían importancia fundamental en documentos oficiales que comunicaban leyes, mensajes diplomáticos, sentencias. Por así decirlo, era la tecnología que garantizaba la identidad de un gobernante que no podía estar presente en todas partes a la vez. Aristóteles (y más tarde San Agustín, el gran filósofo cristiano de Alejandría) retomó la idea, pero en vez de la analogía del sello habló de una “efigie”, con lo cual se refería a las representaciones de una persona famosa en las monedas, en la pintura o la escultura.

Aristóteles hizo notar que la información se almacena en la memoria formando “huellas o efigies” de los objetos y las personas reales. Esto es un antecedente lejano de la idea científica contemporánea, según la cual los recuerdos se almacenan en el cerebro formado engramas, es decir, inscripciones neuronales, que son las huellas físicas que dejan las experiencias del pasado. Aristóteles hizo notar que estas “efigies” son representaciones que existen en el presente, y son a la vez huellas que indican el paso del tiempo y, por así decirlo, permiten traer el pasado al presente, pero que también pueden distorsionar el pasado.

Aristóteles se refiere al problema de los falsos recuerdos cuando habla de la conciencia de la evocación. ¿Cómo sabe una persona que está recordando algo, o que está frente a una nueva experiencia? El filósofo responde: “Algunas veces no lo sabemos, cuando tales estímulos de una sensación anterior llegan a nuestra alma, y dudamos si se trata o no de un recuerdo”. Germán Berrios, uno de los historiadores de la medicina más rigurosos y menos propensos a la especulación, admite que Aristóteles pudo basarse en algún caso clínico.

En una parte de su texto, el filósofo se refiere a un tal Antífano de Oreo y otras personas trastornadas, quienes hablaban de sus representaciones mentales (falsas o imaginarias) como si verdaderamente hubieran ocurrido, y como si realmente las recordaran. Aristóteles utiliza en este contexto dos palabras griegas de gran interés: fantasmata, que se refiere a las representaciones mentales, y egistamenois, que se refiere al hecho de estar trastornado mentalmente.

Tratar a los fantasmata como si fueran reales, dice Germán Berrios, podría significar un estado de egistamenois, por ejemplo, en el caso de las alucinaciones: tratar a las imágenes alucinatorias como si fueran reales podría significar un trastorno mental. Aristóteles dejó abierta la puerta para explorar el delicado tema de los falsos recuerdos. Pasarían muchos siglos antes de que los científicos y los clínicos retomaran las preguntas del filósofo griego para elaborar una ciencia (rudimentaria aún) de la memoria y sus múltiples engaños.