Literatura del Gulag

El frío que descompone el alma

En contraste con la idea generalizada del infierno como una región en llamas, en la Comedia, Dante Alighieri
ubica entre hielos su máxima expresión. Los artistas que, enviados por Stalin, enfrentaron
el invierno siberiano en campos de trabajo donde la temperatura podía rebasar los cincuenta grados
bajo cero seguramente hubieran confirmado la visión del poeta florentino. Este ensayo revisa un conjunto
de escritos que surgieron de aquel tiempo implacable, entre hambre, esclavitud y amputaciones por congelamiento.

Ósip Mandelshtam (1891-1938).
Ósip Mandelshtam (1891-1938).Fuente: medium.com
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Una foto retrata a un hombre envuelto en una piel de oso junto a un coche. Fue tomada a mediados de los años treinta en Magadán, en la Kolimá, extremo oriente de Siberia, centro de las operaciones del Dalstrói, organismo soviético delegado a la organización del Gulag. En 1932, los campos de trabajo de la Kolimá contaban con 11 mil presos; en 1940 sumaban 190 mil.

El hombre de la foto es Eduard Petrovich Berzin, a quien Stalin encargó la dirección del Dalstrói. El coche es un Rolls-Royce que había pertenecido a Nadezhda Krúpskaya, viuda de Lenin. Con la clarividencia del demiurgo, Berzin concibió un mecanismo utilitario de opresión y beneficio. Fundó Magadán, instituyó la jornada laboral de dieciséis horas, que paraba si el termómetro llegaba a cincuenta grados bajo cero (cuando un escupitajo se congela en el aire), prescribió la cuota mínima que cada detenido escarbaría a diario: de cuatro a seis metros cúbicos de tierra. Era un artista frustrado, como Stalin, como Hitler; estudió pintura en Berlín y el llamado de la patria le impuso otra carrera.

Vivió en Magadán con su esposa e hijos, amaba la música y las rosas. Andaba en Rolls-Royce envuelto en una piel de oso, supervisando la tarea de los esclavos confinados en el Gulag. En 1933, el Estado destinó treinta toneladas de alambre para resguardar los campos para la Kolimá; Berzin respondió enviando a Moscú 33 toneladas de oro cavado a mano por los presos. Concluye Tomasz Kizny, periodista y fotógrafo polaco que ha reunido una colección de testimonios como informe minucioso de aquella época negra: “Berzin cambiaba literalmente alambre con oro”. En 1938 fue procesado y condenado a muerte, en la cadena de limpieza sistemática de los dirigentes del Partido.

HABITUARSE AL DOLOR

La epopeya del odio y la sobrevivencia en el horizonte de Siberia la consigna Varlam Shalámov con los Relatos de Kolimá. Narra la lucha de todos contra todos por un trozo de pan, por un metro cuadrado de calor, despejada por relámpagos de lívida ternura y una paciente revista de la materia humana.

“Cherry-Brandy” es la crónica de las últimas horas de Ósip Mandelshtam. Detenido de camino hacia Magadán, el poeta enfermo y hambriento deliraba sobre tablones de madera, aterido; llevaba tanto tiempo muriéndose que ya no entendía que se estaba muriendo. A la hora del alimento levantaba el brazo. Siguió levantándolo después de morir, “como una marioneta” animada por el ingenio de sus vecinos.

En “El procurador de Judea” y en “Los cursos”, Shalámov recuerda el motín del barco Kim, en 1946, que transportaba unos tres mil prisioneros. En pleno invierno siberiano intentaron rebelarse. Los apaciguaron rociándoles agua, a cuarenta grados bajo cero. El narrador participó en el traslado de los cuerpos congelados y en la amputación de los miembros de los sobrevivientes. En “Lecciones de amor” refiere que unos detenidos, que trabajaban en un campo femenino, tenían comercio sexual con las presas: consistía en la tarifa de 600 gramos de pan que la mujer comía durante el coito; si el hombre terminaba antes, la mujer debía restituir lo que sobraba. Algunos dejaban el pan en la nieve, para que la mujer no pudiese devorar el pedazo helado.

Alexander Solzhenitsin (1918-2008).
Alexander Solzhenitsin (1918-2008).Fuente: jrbenjamin.com

IMPORTUNAR AL COMUNISMO

Los Relatos de Kolimá fueron compuestos a partir de 1954, cuando Shalámov volvió a Moscú tras vivir dieciséis años en el Gulag. Murió en un manicomio en 1982. La comprensión del individuo privado de sí mismo, frente al límite físico y mental, observado en el momento extremo y perenne de su disolución con la mirada confusa del hábito al dolor, vibra las notas más agudas de la literatura de su siglo. “El medio principal para que se descomponga el alma es el frío”, acota Shalámov; coincide con la visión dantesca que sitúa en el hielo el último grado del infierno. Al principio del ciclo narrativo apuesta por una “prosa experimentada como un documento”: en la literatura del futuro no hablarán los escritores, sino representantes de los distintos oficios con el don de la escritura. Ellos contarán lo que hayan visto. El testimonio del pasado marca el cauce del futuro, hay que “vivir no para contarlo, sino para recordar”.

En 1964, Alexander Solzhenitsin expuso a Shalámov el proyecto de una obra que documentara el universo concentracionario soviético y lo invitó a participar como coautor. Shalámov rechazó. Sabía que aquel libro era imposible, un fiasco asegurado. Según anota Solzhenitsin, contestó: “Quiero tener la garantía de para quién escribo”. Archipiélago Gulag se publicaría nueve años después, en París, reservando la gloria para Solzhenitsin y relegando a Shalámov a un silencio avaro del que saldría post mortem.

Su lazo había nacido bajo el signo de la mutua admiración; circulaban clandestinamente (en la llamada samizdat) poemas de Shalámov y Solzhenitsin publicó, en 1962, Un día de Iván Denísovich, primera descripción de la mecánica del Gulag. En 1951, en Londres, vio la luz Un mundo aparte del polaco Gustaw Herling, con prólogo de Bertrand Russell; nadie, dentro de la Unión Soviética, había importunado la veta criminal del comunismo.

Stalin murió en 1953 y el XX Congreso del PCUS, en 1956, abrió grietas en las filas cerradas del poder. Sin embargo, los temores de Shalámov demostraron no ser infundados: Un día de Iván Denísovich volvió a incitar el veto del censor.

Alexander Tvardovski, director de Novimir, la revista de la Unión de Escritores Soviéticos que publicó la novela bajo licencia de Jruschov, escribía en una nota de presentación:

Un día de Iván Denísovich no es un libro de memorias en el sentido estricto de la palabra, tampoco un reportaje, o recuerdos de lo vivido personalmente por el autor, aunque sólo una realidad vivida podría conferir a este relato la veracidad y autenticidad que lo caracterizan. Es una obra literaria, y en virtud precisamente de la interpretación imaginativa de unos hechos reales, representa un testimonio de valor especial; es un documento artístico que hasta ahora parecía poco probable poder crear, basándose en un material tan específico.1

El paso lento, anhelado y flemático del tiempo mide cada pensamiento de los presos, cada sobresalto y reflejo de la aurora, hasta el apodíctico final: “A lo largo de su condena vivió, desde el  toque de diana hasta el de retrete, 3653 jornadas como aquélla. Por los años bisiestos, se le juntaron tres jornadas más”.2

MEMORIA FRAGMENTARIA

Evgenia Ginzburg, catedrática en la universidad de Kazán, fue arrestada en 1937 y permaneció en la Kolimá hasta 1949. A partir de 1959 redactó su testimonio, rechazado por medios soviéticos hasta que un ejemplar llegó al editor italiano Mondadori; lo publicó en 1967. La cuarta de forros decía que la autora, “al parecer, se dedica al periodismo enfocado especialmente en los problema de la historia de la escuela soviética”. La odisea a través de celdas, juicios, la intimidad compartida, la penuria, el miedo y la esperanza, el hambre y el frío de una mujer que seguía soñando el sueño de la Revolución, es un viaje en las tinieblas más voraces, hacia la luz más deslumbrante de la conciencia que no pacta.

Al entrar a los campos soviéticos se leía: “El trabajo es una cuestión de honor, una cuestión de gloria, una cuestión de valor y heroísmo”. El autor de la sentencia perentoria era Stalin. Una década después palabras similares, casi una parodia, marcaban la puerta de Auschwitz y de ahí cundió su fama ominosa por el mundo.

La memoria del Gulag es fragmentaria, espinosa, el control ideológico —sobre todo en Europa occidental— la confinó al margen del debate sobre el Holocausto; los datos de los historiadores, de una región académica u otra, difieren por millones de muertos. La industria del recuerdo o el patrimonio ético de la educación que compartimos dispensan evidencias contundentes:

¿cuántas películas de Auschwitz podríamos alegar en un juego de memoria? Y ¿cuántas de la Kolimá? Si las hay... La reflexión más aguda sobre la raíz de tal conflicto, a falta del recuento sincero de los hechos, la ofrece Vasili Grossman en las novelas Vida y destino y Todo fluye. En el prólogo a la primera edición de Vida y destino, publicada póstumamente en Francia en 1980, Efim Etkind, poeta y lingüista ruso exiliado en Occidente, escribe:

Grossman considera que Rusia ha seguido una evolución contraria a la de Occidente. La historia de Occidente es un incremento constante y progresivo de la libertad; la historia de Rusia está marcada por un incremento igual de sistemático de la esclavitud. “Durante mil años, el progreso y la esclavitud rusos se han visto encadenados uno a otra. Cualquier escalada hacia la luz ahondaba todavía más en el negro foso de la servidumbre.” En el siglo XX, Lenin refuerza ese vínculo “favoreciendo una nueva esclavitud de los campesinos y obreros, transformando a hombres con cultura en siervos del Estado”. Fue entonces cuando se produjo lo que iba a situar a Rusia en el centro de todas las preocupaciones: “La síntesis entre socialismo y ausencia de libertad”, que dejó estupefacto al mundo y permitió crear un Estado extremadamente poderoso. Parecía posible “construir una nación y un Estado en nombre de la fuerza y con desprecio de la libertad”. “Los apóstoles europeos de las revoluciones nacionales entrevieron la llama que venía de Oriente. Los italianos, y después los alemanes, desarrollaron a su manera la idea del nacionalsocialismo”; pues todo vino de ahí, y “la milenaria ley rusa se convirtió en la ley de todo el mundo”.3

Grossman murió en 1964. Dos años antes había escrito a Jruschov —como Bulgákov lo había hecho con Stalin—, suplicando libertad no para sí, sino para el libro confiscado. En una visita para inspeccionar el domicilio, los agentes del KGB se llevaron todo rastro de Vida y destino, manuscrito, copias, apuntes, incluso el papel carbón porque se lee “por transparencia” y la cinta de la máquina de escribir. Le quitaron el libro que ocupó diez años de su vida, una novela de mil páginas candentes, en la que un oficial de la Gestapo confiesa a un preso bolchevique:

Para construir el socialismo en un solo país era necesario privar a los campesinos del derecho a sembrar y vender libremente, y Stalin no vaciló: liquidó a millones de campesinos. Nuestro Hitler advirtió que al movimiento nacionalsocialista alemán le estorbaba un enemigo, el judaísmo, y decidió liquidar a millones de judíos. Pero Hitler no es sólo un discípulo, es también un genio. Fue en la Noche de los cuchillos largos donde Stalin encontró la idea para las grandes purgas del Partido en 1937. Debe creerme. Yo he hablado, usted ha callado, pero sé que para usted soy un espejo.4

Aún más:

Nosotros somos sus enemigos mortales, sí. Pero nuestra victoria será su victoria. ¿Lo comprende? Si ustedes ganan, nosotros moriremos y viviremos en vuestra victoria. Es algo paradójico: si perdemos la guerra, seremos los vencedores, continuaremos desarrollándonos bajo otra forma, pero conservando la misma esencia.5

Digerir este concepto ha sido un veneno para muchos, paliado con el antídoto de la negación.

Rusia ganó, Alemania perdió. Dejaron una fábrica de horror, en la guerra

y en la paz. Luego comenzó la posguerra, en tertulias, redacciones, congresos. “Ser fieles a los hechos, he aquí la fuerza de la literatura del futuro”, escribió Shalámov hace sesenta años. Más vale, porque los hechos difícilmente serán fieles a la literatura.

Notas

1 Alexander Solzhenitsin, Un día de Iván Denísovich, prólogo de A. Tvardovski, traducción de Isabel Vicente, Era, México, 1963, pp. I-II.

2 Ibid., p. 175.

3 Efim Etkind, “Prólogo a la primera edición mundial de Vida y destino”, traducción de Isabel Margelí, en Sobre “Vida y destino”, textos de Vasili Grossman, Tzvetan Todorov y Efim Etkind, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2008.

4 Vasili Grossman, Vida y destino, traducción de Marta Rebón, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2007, p. 301.

5 Ibid., p. 297.

Referencias

Alexander Solzhenitsin, Archipiélago Gulag, traducción de Enrique Fernández Vernet y Josep Maria Güell, Tusquets, Barcelona, 2015.

Evgenia Ginzburg, Vértigo, prólogo de Antonio Muñoz Molina, traducción de Fernando Gutiérrez y Enrique Sordo, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2012.

Sobre “Vida y destino”, traducción de Isabel Margelí, textos de Vasili Grossman, Tzvetan Todorov y Efim Etkind, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2008.

Tomasz Kizny, Gulag, traducción de Olga Glondys, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2005.

Varlam Shalámov, Relatos de Kolimá, traducción de Ricardo San Vicente, Minúscula, Barcelona, 2007-2017.

Vasili Grossman, Todo fluye, traducción de Marta Rebón, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2008.

_____________ , Vida y destino, traducción de Marta Rebón, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2007.