Gérard de Nerval en México

Gérard de Nerval en México
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XAVIER VILLAURRUTIA: SOBRE LAS QUIMERAS 1

Los contemporáneos de Gérard de Nerval quedaban maravillados por la seducción que ejercía en ellos el rostro lleno de frescura y simplicidad del autor de Aurelia. La seducción iba, casi siempre, acompañada de algo más, patente pero inexplicable e inasible: el misterio. La seducción es el arma de lo misterioso. Los contemporáneos de Gérard de Nerval sentían el influjo mágico de esa persona y de esa personalidad que, de pronto, se les escapaba, inasible. E indistintamente acusan de estas fugas de Gérard de Nerval a la nebulosa Alemania o al sagrado Oriente. Con igual o mayor razón pudieron acusar a ese país, a esa región en que Nerval descubrió nada menos que una segunda vida. Me refiero al mundo del sueño.

Los modernos cultivamos la vanidad de creer que los antiguos no sabían soñar. El sueño era para ellos una “imagen de la muerte”, cuando no una muerte cotidiana de la que cada despertar era una resurrección o, mejor aún, un nuevo nacimiento sin memoria. Para Gérard de Nerval, sólo los primeros instantes del sueño son la imagen de la muerte. Luego que estos instantes han transcurrido, el “yo”, bajo otra forma, continúa la obra de la existencia: “Una claridad nueva ilumina y pone en juego apariciones extravagantes; el mundo de los espíritus se abre para nosotros”. ¡El sueño es una segunda vida! [...]

[caption id="attachment_960274" align="alignright" width="218"] Jose Luis Cuevas, El marqués, en la edición de El Tucán de Virginia.[/caption]

ES JUSTO REPETIR que los doce sonetos de Las quimeras, que Nerval escribió en los intervalos lúcidos de su locura, no tienen rivales en el resto de sus poesías. Son, en efecto, excepcionales. Están ejecutados en momentos en que la poesía francesa navegaba a la deriva en una corriente oratoria. La predilección de Nerval por la poesía popular, patente en otras composiciones, no aparece en ellos. Son, por el contrario, misteriosos y herméticos. La oscuridad y la claridad se cruzan en ellos como la sombra y el destello se alternan y confunden en un diamante negro. Su forma es plástica y estricta. Sus alusiones son cifradas y secretas. Al referirse a ellos, Thibaudet los relaciona con las inscripciones grabadas en letras de oro en las sepulturas pitagóricas, y descubre cómo señalan, en pleno Romanticismo francés, la ruta del simbolismo y de la poesía pura.

Albert Béguin afirma que la prosa de Aurelia y los sonetos de Las quimeras pertenecen a una poesía que no tiene antecedentes en la historia de las letras francesas: no sólo por el uso nuevo que Nerval hace en ellos de las palabras, de las imágenes, de las alusiones, sino sobre todo porque la actitud del escritor ante su obra y las esperanzas que le confía son por completo diferentes de lo que se había hecho hasta entonces.

Gérard de Nerval tenía conciencia del poder mágico de sus Quimeras. Por ello no sorprende el hecho de que al hablar de sus sonetos dijera “que perderían su hechizo si fueran explicados”, y añadía: “en caso de que esto fuera posible” [...].

ANTONIN ARTAUD: PROYECTO DE CARTA A GEORGES LE BRETON 2

Rodez, 7 de marzo de 1946

Querido señor:

Acabo de leer en la revista Fontaine dos artículos de usted sobre Gérard de Nerval que me han causado una extraña impresión.

Usted debe saber por mis libros que soy un ser violento e irascible, lleno de espantosas tempestades internas, que siempre las he canalizado en poemas, pinturas, puestas en escena y escritos, pues también debe saber por mi vida que esas tempestades nunca las exteriorizo. Quiero decirle con esto hasta qué punto he sentido siempre la vida de Gérard de Nerval muy cercana, y hasta qué punto sus poemas de Las quimeras, en los que usted hace descansar todo su esfuerzo de elucidación, representan para mí esa especie de nudos del corazón, esos viejos dientes de una acrimonia mil veces reprimida y extinta, con la cual Gérard de Nerval, desde el fondo de los tumores de su espíritu, logró hacer vivir unos seres, seres por él rescatados de la alquimia, reivindicados de los mitos y salvados del sepulcro de los tarots. Para mí Anteros, Isis, Knef, Belus, Dagon o la Mirto de la Fábula ya no son los seres de los turbios cuentos de la Fábula, sino creaturas inauditas y nuevas que no tienen del todo el mismo sentido y que tampoco revelan unas angustias célebres, sino aquellas, fúnebres, de Gérard de Nerval, al que encontraron ahorcado una mañana, y nada más. Quiero decir que el poder de represión de un gran poeta frente a los mitos es absoluto, pero que Gérard de Nerval, como lo dice usted en algunos pasajes de sus artículos, ha añadido a ello su propia transfiguración, no la de un iluminado, sino la de un ahorcado y que siempre olerá a ahorcado. Para colgarse de madrugada del farol de una callejuela turbia hay que tener torsiones del corazón como primicias de esa inmanencia del ahorcamiento. Hay que sufrir unas congojas de las que Gérard de Nerval supo hacer músicas increíbles, cuyo valor no reside en la melodía o la música, sino en lo bajo, quiero decir: la caverna baja, abdominal, de un corazón azotado [...].

"Quiero decir que el poder de represión de un gran poeta frente a los mitos es absoluto, pero que Gérard de Nerval ha añadido a ello su propia transfiguración, no la de un iluminado, sino la de un ahorcado".

CREO QUE EL ESPÍRITU que desde hace ya cien años declara herméticos los versos de Las quimeras es el de la eterna pereza que siempre, frente al dolor, temeroso de acercársele demasiado, de sufrirlo a su vez desde demasiado cerca, quiero decir: por miedo a conocer el alma de Gérard de Nerval como quien conoce los bubones de una peste o las terribles manchas negras en la garganta de un suicida, se ha refugiado en la crítica de las fuentes, como los sacerdotes en las liturgias de la misa huyen de los espasmos de un crucificado. Pues son las liturgias indoloras y críticas del ritual de los sacerdotes judíos que provocaron las excoriaciones y tumefacciones del cuerpo de cierto hombre que también fue colgado un día de los cuatro clavos de su calvario y luego arrojado a un estercolero de bueyes como quien da tocino a los perros. Y si Gérard de Nerval no fue colgado en el Gólgota, por lo menos se colgó él mismo de un farol, como el traje de un cuerpo demasiado fustigado que se colgara de un viejo clavo, o un viejo cuadro desesperado, agarrado a un clavo [...].

Traducción: Stefaan van

den Bremt y Marco Antonio Campos

LUIS CERNUDA: “UN ECO SOBREHUMANO” 3

La variedad de corrientes espirituales que surcan la poesía de Nerval es lo que la hace tan diversa y tan fértil; por ejemplo, la persistencia del gusto y la sensibilidad de lo clásico se alía en él a la experiencia romántica, pero a la manera sutil alemana. No es ocurrencia pasajera que en el soneto “Myrtho” escribiese el verso que dice: “Car la Muse m’a fait l’un des fils de la Grèce” [“Pues la Musa me ha vuelto uno de los hijos de Grecia”].

Su mente tuvo poder para conciliar no ya clasicismo y romanticismo, sino paganismo y misticismo, sueño y vida, amor y muerte, y que, entre esos opuestos polos, girase su existir. Debe procurarse, al leer las varias palabras antes citadas, y que tan superficialmente se pronuncian y escriben, se oyen y entienden, de ordinario, que queden ahora limpias, al aplicarlas a Nerval, de toda la trivialidad que para nosotros suelen acarrear, pues en Nerval son cifras que le marcan imperiosamente su meta y su destino. Sueño y vida, muerte, magia, son cuatro poderes hermanos que rigen su vida y, por lo tanto, la obra del poeta. Y eso no sólo es válido respecto de Aurelia, sino de no pequeña parte en el resto de cuanto escribió, en presentimiento, terror y poesía. Lo francés y sus virtudes tradicionales de calma, orden y hermosura, se mantiene aquí, sin embargo, en región turbulenta, es verdad, pero dotando al movimiento desordenado de la vida y genio de Nerval, de una lógica más alta que la terrena posible respetada tanto por sus compatriotas. [...]

Y POR SI NO BASTARA el enigma de Aurelia, debe agregársele el de Les Chimères [Las quimeras], colección de unos pocos sonetos que no tiene igual por su hermosura y su misterio, en toda la poesía de Francia. Aunque en las colecciones de verso de Nerval haya cosas de interés y de valor, lo definitivo son estos sonetos. Es poesía sibilina como ya lo subraya la pléyade de comentarios que ha suscitado. El lector queda advertido, si aún no conoce dichos sonetos: hay que leerlos dejándose penetrar de su misterio, a favor del encanto literal expresivo que tienen, y dando por descontado aquél.

Ya Coleridge escribió sobre esa dificultad u oscuridad, que muchos pretenden hallar a veces en la poesía, unas palabras famosas que citamos ahora, para escudarnos tras de su autoridad frente al afán de muchos españoles de “entender” la poesía y reducir a lenguaje pedestre su misterio, que es parte integrante, a veces, del efecto poético: “La poesía gusta más cuando sólo se la comprende en general y no perfectamente”. Digamos aquí, taxativamente, que la poesía y su emoción no se dirigen al entendimiento ni hablan para él, ni siquiera para la razón. Intuir lo poético, y contagiarse de él, son operaciones que poco o nada tienen que ver con “entender”. Hay que acabar de una vez con la vulgaridad a lo Menéndez y Pelayo, que quiere “entender” la poesía. De ahí se llega a la blasfemia de poner en lengua pedestre lo que es cifra inefable en el misterio poético. Si algún lector se escandalizara ante lo dicho, bastará recordarle que la religión, cuya función en el hombre tiene una raíz no muy distinta de aquella de la poesía (aunque sean bien distintas y no sucedáneas, como pretendieron algunos), sin excluir la que secularmente practicaron los españoles, habla y apela, en no pequeña parte, a lo que no es racional en el hombre.

"Reitero, hay que acercarse a Les Chimères limitando nuestro instinto de ‘comprensión’, y dejando que la magia de la expresión poética actúe sobre nosotros, sin querer dar demasiada luz a la penumbra  que las rodea".

Por eso, reitero, hay que acercarse a Les Chimères limitando nuestro instinto de “comprensión”, y dejando que la magia de la expresión poética actúe sobre nosotros, sin querer dar demasiada luz a la penumbra admirable que las rodea. Ocurre en la obra de Nerval, sobre todo en Aurelia y Les Chimères, algo equivalente a lo que ocurre en la poesía de San Juan de la Cruz, salvada la diferencia de que éste es un santo y un poeta y aquél un poeta nada más; que en ambos el reflejo del mundo aparece sobre un agua quieta, donde presentimos una hondura que da a la imagen reflejada una profundidad misteriosa, sólo intuida por el lector, pero no menos latente, dotando al reflejo del mundo de una dimensión sobrenatural. Todo o casi todo lo que Nerval dice, es simple o lo parece, pero la proyección mágica de lo que dice queda tras de sus palabras, sobrecogiéndonos e iluminándonos con la luz de algo que nuestros ojos no perciben. El poeta sí lo ve, o al menos lo vislumbra, siendo testigo de ello, y nos habla con voz clara y radiante, en la que a nuestra vez percibimos un eco sobrehumano.

La palabra de Nerval es fruto de ese conocimiento doble: del poeta y del vidente, del enamorado y del soñador. El mismo poeta parece que siempre rehuyó concretar sus creencias religiosas. Pero la experiencia poética no es sólo más o menos simple, como ocurre en la mayoría de los poetas, sino que en ella en ocasiones la experiencia humana se desdobla, gracias a la proyección mística que conlleva, revistiéndose de un sentido hermético y mágico. Hay pues que atender a sus palabras de poeta, teniendo en cuenta ese significado doble, humano y místico, y dejar que vibren en nosotros, claras o no claras, con su doble eco enigmático.

TOMÁS SEGOVIA: LA OTRA VIDA DE NERVAL4

Decir que Nerval es a la vez nuestro clásico y nuestro contemporáneo es casi como decir que entre todas nuestras posibles relaciones con él la de la crítica es la que menos importa. Significa que su obra y nosotros estamos en un mismo “ahora”, aunque en extremos opuestos: un ahora que empieza en su tiempo y llega hasta este momento en que lo leemos. De esta manera, esta obra que leemos como de nuestro tiempo, se nos presenta simultáneamente como una obra con la que podemos discutir, casi que podemos alterar puesto que el presente sigue modificándola y sigue siendo modificado por ella; una obra que forma parte de la fisonomía en plena evolución de nuestra época —y que a la vez es una obra en la que podemos ir a buscar una comprensión de por qué esa fisonomía es como es y cambia como cambia. Por ejemplo: si investigamos el tema del sueño en la literatura griega, o medieval, o incluso en el siglo XVIII, la curiosidad que nos guiará será la de saber qué fue el sueño para aquellos hombres. Si nos interesamos, en cambio, en el sueño de Nerval, es porque nos preguntamos qué es el sueño para nosotros, y al mismo tiempo por qué o cómo ha llegado a ser así. Las respuestas a estas dos diferentes preguntas tienen que ser de dos tipos a su vez diferentes. Las primeras no podrán ser sino respuestas objetivas, cuya naturaleza no nos compromete, o sólo de manera indirecta y —si me permiten la palabra— indecisiva. Sin duda el conocimiento de cómo los griegos o los medievales concebían el sueño ha tenido que modificarse y tendrá que seguir modificándose, y en esa modificación será posible rastrear motivaciones históricas; pero nadie podrá hacer deducciones generales sobre nuestra posición o nuestra persona basándose en nuestras afirmaciones sobre la idea del sueño entre esas gentes —como no sean deducciones sobre la solidez de nuestra cultura. En cambio no es ilegítimo pretender que en nuestra respuesta a la otra pregunta nos revelamos enteros, y que lo que decimos sobre el sueño en Nerval lo decimos de nuestros sueños y compromete por lo tanto lo que digamos sobre otros aspectos de la vida o de la historia. Dicho de otra manera, el carác-ter actual del Romanticismo se revela precisamente en que toda afirmación sobre él es necesariamente, aunque no lo creamos y aunque no lo queramos, una afirmación polémica; en que no se puede descubrir una idea del Romanticismo sino solamente proponerla [...].

"La experiencia poética no es sólo más o menos simple, como ocurre en la mayoría de los poetas, sino que en ella en ocasiones la experiencia humana se desdobla, gracias a la proyección mística que conlleva".

Notas

1 Xavier Villaurrutia, Obras, FCE, México, 1974.

2 Antonin Artaud, Oeuvres complètes, Tome XI, Lettres écrites de Rodez 1945-1946, Éditions Gallimard, 1985.

3 Luis Cernuda, “Gerard de Nerval”, en Eco, núm. 6, Colombia, abril de 1963.

4 Tomás Segovia, Ensayos I (actitudes / contracorrientes), UAM, México, 1988.