Greyhound, de Aaron Schneider

Filo luminoso

Greyhound
GreyhoundFuente: cocalecas.net
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El destroyer USS Keeling (señal de identificación: Greyhound) escolta con otros tres navíos a un convoy de 37 barcos cargados con suministros a través del Océano Atlántico norte, hacia el puerto de Liverpool, en 1942, poco después del ataque a Pearl Harbor. Ésta es la primera ocasión en que el veterano Ernest Krause (Tom Hanks) ha sido asignado como comandante de una operación de tal magnitud y riesgo. El peligro mayor se encuentra en el llamado Black Pit o agujero negro, un tramo del gélido recorrido en que, durante unas cincuenta horas, los barcos quedan fuera del rango de cobertura aérea y son presa fácil de los submarinos nazis. Greyhound, de Aaron Schneider, se debate entre la inmensidad oceánica (en gran medida generada por computadora) y la intimidad del drama de cámara minimalista, con extremo enfoque en la gestualidad. El guión, escrito por el propio Hanks a partir de la novela de C. S. Forester, El buen pastor, de 1955, se concentra en el temple, así como la inexperiencia e inseguridad de Krause, un hombre profundamente religioso en una posición de autoridad que requiere tomar decisiones inmediatas de vida o muerte, mientras se sacrifica, pasando hambre y sangrando de los pies.

Al margen de cualquier otro asunto, esta película es un fabuloso reflejo de las condiciones de su momento histórico. Fue concebida como un monumento al tipo de héroe estadunidense sólido, creyente, decente y humilde que Hanks ha interpretado o escrito en las obras que han cimentado su mitología de la greatest generation, aquella que peleó la Segunda Guerra Mundial: Rescatando al soldado Ryan (Spielberg, 1998) y las series Band of Brothers (qué él mismo coescribió y codirigió, 2001) y The Pacific (2010); así como a sus personajes de comandantes estoicos y valerosos en Apolo 13 (Howard, 1995), Capitán Phillips (Greengrass, 2013) y Sully (Eastwood, 2016).

Hank es el padre nacional idealizado y el moralista que no celebra matar a cincuenta alemanes sino que lamenta la pérdida de “cincuenta almas”. Este esplendoroso espectáculo fílmico estaba pensado para la pantalla grande, sin embargo la pandemia pospuso su estreno en marzo y mayo, y finalmente la condenó al streaming en la plataforma de AppleTV+ (donde se le puede ver). De manera irónica, Hanks fue la primera celebridad internacional que anunció haberse contagiado de Covid-19. La grandeza sobria del gélido mar y la oscuridad claustrofóbica del puente de mando, fotografiados por Shelly Johnson, pierden buena parte de su fuerza en el pequeño formato; lo mismo sucede con el fascinante desfile casi fetichista de tecnologías de la época.

Lo verdaderamente oportuno del filme es que muestra a Estados Unidos en un tiempo de colaboración y sacrificio internacional, una era de lucha contra el populismo fascista y los liderazgos demagógicos. Hanks interpreta a un líder que no podría ser más antagónico al presidente Trump, con su política aislacionista, racista y mercenaria. La cinta se estrena en un momento en que es imposible ocultar el fracaso del liderazgo angloamericano en la escena internacional. Estados Unidos e Inglaterra, gobernados por bufones nacionalistas, están siendo devastados por el virus, el inevitable colapso económico y la efervescencia social por las desigualdades raciales. El despertar del sueño de la posguerra no podría ser más dramático.

Tom Hanks interpreta a un líder que no podría ser más antagónico a Trump, con su política aislacionista, racista y mercenaria 

Greyhound es nostalgia por aquel mundo en transición, donde un imperio colonial era rescatado por el poder estadunidense y su promesa de un nuevo orden de cooperación, desarrollo y, por supuesto, Guerra fría. Krause es el buen pastor que debe proteger al rebaño de cuatro U-boats con cabezas de lobo pintadas en la torre de mando. La batalla se desarrolla en pequeños choques pero a veces los peligros mayores se deben a la proximidad entre los integrantes del convoy. Así, el Greyhound casi es despedazado por uno de los buques mercantes que protege y en otro momento es víctima del fuego amistoso de una confrontación cercana.

La tripulación representa un microuniverso masculino de cooperación, sin políticas de identidad en donde los únicos dos tripulantes negros, Cleveland (Rob Morgan) y Pitts (Craig Tate), ocupan el nivel más bajo. En un momento Krause los confunde. Esto que podría interpretarse como una señal de racismo sistémico es presentado como simple fatiga. Uno de los pocos diálogos que ofrecen una señal del malestar de los tiempos es aquel en que Cleveland le sirve café y comida a Krause y le pregunta si ha dormido bien.

El comandante responde que nunca puede dormir a bordo y Cleveland le dice que él sólo puede dormir en alta mar, con lo cual un barco de guerra es más seguro para un hombre negro que la aparente paz del mundo segregado.

Más que un filme de guerra, el de Schneider es un filme de códigos de comunicación, de procedimientos y jerarquías. El lenguaje de la película es la jerga militar. Cada orden se repite varias veces a través de la cadena de mando, como una plegaria, una repetición burocrática e incesante de términos crípticos que establece un ambiente casi monástico, ligeramente gótico, donde de cuando en cuando se filtra por los altoparlantes la voz del capitán de un submarino nazi para intimidar, provocar, insultar y literalmente aullar, como una tentación infernal. Sin embargo, la cinta muestra cómo este estricto régimen de autoridad le da la oportunidad a Krause de tomar decisiones apropiadas, sorprendiendo incluso a sus subalternos con más experiencia que él. La cinta muestra a la tripulación como simples esbozos de personajes. No hay un intento por desarrollar relaciones humanas más allá de lo indispensable. La edición de Mark Czyzewski y Sidney Wolinsky es tensa y gira entorno a Krause, a sus movimientos, titubeos, temblores y certezas. Mientras, la música en tonos agudos y estridentes evoca el cine de horror, creando una atmósfera de suspenso.

En este mundo gris donde sólo cuenta la eficiencia (un estornudo o una pelea a puños son muestras de debilidad inaceptable), un hombre negro representa la generosidad (y termina literalmente despedazado) y una mujer (Elizabeth Shue), la esperanza. Estos breves atisbos son señales de la vida que vale la pena salvar. La Batalla del Atlántico sirve como metáfora de un tiempo enloquecido, no tan diferente al colapso que vivimos ahora, pero sin la mano confiable de líderes sensatos y competentes. Podríamos imaginar que esta cinta, junto con la cuasi picassiana descomposición del marco temporal y referencial de Dunkerque (Nolan, 2017), y la ilusión de continuidad frenética del horror bélico de 1917 (Mendes, 2019), son ejercicios novedosos para redefinir el cine bélico, pero a final de cuentas Greyhound es un filme tradicional y un elogio a una noción de autoridad casi inimaginable hoy. Tanto la primera como la última vez que vemos a Krause está arrodillado rezando. Lo cual termina siendo muy revelador de la incertidumbre, la inseguridad y el temor que vivimos.