Guillermo del Toro “El amor es el amor”

Guillermo del Toro “El amor es el amor”
Por:
  • alejandro-leal

Para Mi Reina

Guillermo del Toro se adentra en los recuerdos de infancia que han marcado su filmografía por un viaje de redención personal a través de su trabajo cinematográfico hasta llegar al presente, a su pieza más pulida, ese homenaje al amor que es La forma del agua, que le hizo merecedor del León de Oro a la Mejor Película en el Festival de Venecia y el Globo de Oro al Mejor Director. Este texto proviene de una serie de entrevistas con el director, desde su primera película, Cronos (1993), hasta La forma del agua (2017).

Nostalgia y pérdida

Creo que cuando quiero hablar de mi infancia siempre hablo con esas dos sensaciones: nostalgia y pérdida. Para mí es totalmente alienígeno el sentimiento de alguien que dice que la infancia fue la época más feliz de su vida. Joder, la mía fue la peor: llevo 43 años queriendo olvidar mis primeros diez, o tratando de recordarlos minuciosamente, a ver

—como decía Juan Rulfo— si a fuerza de acordarme se me olvidan.

Fue una infancia muy marcada por un catolicismo de provincia, muy castrante y asfixiante para un niño. Yo realmente encuentro el valor místico y espiritual de la religión absolutamente ineludible e innegable en su mejor caso, pero también encuentro absolutamente apabullante su capacidad castradora y torturadora para la mente de un niño. Si a un niño le explicas los conceptos de Purgatorio y pecado original y le dices que haga lo que haga de su vida va a pasar una temporada muy larga entre las llamas del Purgatorio por el pecado que hereda de Adán y Eva, bueno, le dan ganas de mentarte la madre, y decir: yo no compro este menú.

Cuando eres niño no tienes esa capacidad de negar un dogma de los adultos, porque el mundo de los adultos es dador de la verdad cuando eres niño, y pues te encuentras con una angustia kafkiana a los seis años de edad. De repente, al estar preparándote para tu primera comunión, a los ocho años, piensas que las llamas del infierno son eternas. Mi abuela me lo explicaba con una veladora, me decía: tápala con la mano, yo la tapaba con la mano y me decía que no la moviera hasta que se apague, y me quemaba, me dolía y ya

se apagaba, pero decía: “Así es el infierno, pero para toda la eternidad”.

Ese tipo de tortura trae toda una mitología muy negra. Siempre asocié lo místico y lo espiritual con cosas muy escatológicas y mortuorias. Por ejemplo, yo fui niño de la Congregación Mariana y nos reuníamos cada semana en las catacumbas de una iglesia que se llamaba El Expiatorio, una iglesia gótica en Guadalajara, algo tan extraño como encontrarte un templo azteca en París, ¿no? Pero ahí está una iglesia gótica, en medio de Guadalajara, y en las catacumbas a veces había lápidas sueltas y veíamos cadáveres, y luego nos dedicábamos a hablar de la Virgen María. Luego las figuras que había en las iglesias que yo frecuentaba de niño eran estas figuras del Cristo verdoso, lleno de moretones y sangre, y recuerdo una imagen en particular, una santa que se llama el Ánima Sola, que es una mujer ardiendo en llamas y mirando hacia arriba con lágrimas que le salen de los ojos. Y así te la vas llevando.

Aparte de eso, estuve en una escuela jesuita sólo para hombrecitos, que es la experiencia más cercana a la prisión. Veo las películas de prisión americanas y digo no es nada: yo vi peleas de niños más brutales que ninguna pelea de adultos, porque un niño en mitad de un pleito transita de la mano hacia la piedra y de la piedra hacia el palo con clavo en cinco cuadros.

Lo sobrenatural

A la edad de once o doce años oí un fantasma. Lo oí, nunca lo vi. Yo era muy amigo de un tío mío que se llamaba Guillermo, me pusieron su nombre, era hermanastro de mi mamá, quien me puso su nombre en honor a mi abuelo y a él. Éramos muy amigos, él me llevaba a ver todas las películas de terror, además me llevó a ver Taxi Driver cuando yo tenía diez años (ríe), me llevó a ver 2001, películas que se llamaban El ataque de los muertos sin ojos, El regreso de los muertos sin ojos, me llevó a ver Carne cruda, una película inglesa buenísima, y un montón de películas así y de zombies, italianas y de todo, y me enseñó un poco de literatura de horror y fantástica, y hablábamos mucho de todo esto.

Un día me dijo: “Cuando yo me muera voy a volver para dejarte saber que hay otro mundo”, y cuando murió yo heredé su habitación en la casa de mis padres, y una noche estaba yo haciendo la tarea de ciencias sociales y de repente empiezo a oír un suspiro muy profundo y muy triste a medio metro de mi cara. No me asusto, empiezo a investigar, apago la tele, cierro las ventanas, dejo de respirar un momento, y me doy cuenta que a donde quiera que voy la voz me sigue, me doy cuenta que es un fantasma, salgo corriendo y no vuelvo nunca a ese cuarto. Pero lo que más recuerdo de esa voz no es el miedo, sino la tristeza que tenía. Esa idea la plasmé en El espinazo del diablo, ver repetidas veces a un fantasma empieza dándote miedo, hasta que al final ya no te da miedo y lo que te da miedo son los vivos.

Me doy cuenta de que hago una terapia muy lenta, ¿no? Decía Camus una cosa muy bonita: el arte es el camino por el que el hombre vuelve sobre sus pasos a las dos o tres imágenes primigenias que lo marcaron por primera vez, y yo ya me siento muy liberado. No tengo ningún conflicto con la religión y tengo menos conflictos con mi infancia. Es un tipo de terapia muy costosa y muy pública.

Una corrección

A los seis años era muy precoz. A esa edad vi en la tele El monstruo de la Laguna Negra y tuve un momento de asombro ante la belleza, un instante de Síndrome de Stendhal, ante una imagen seminal para mí que fue ver a Julie Adams con la criatura nadando bajo ella. Pero también, al final, no me gustó que no terminaron juntos y eso ahora lo corrijo en La forma del agua.

Es que el amor, como el agua, no tiene forma (de ahí el título), y decir con inocencia, no estupidez, que el amor no sabe lo que se supone debe ser: es sólo enamorarte del otro, porque al amor no le importa si al ocurrir te enamoras de quien no deberías enamorarte. El amor es el amor.