Harvey Weinstein y Jimmy Savile: Infamias paralelas, lobos con piel de oveja

Harvey Weinstein y Jimmy Savile: Infamias paralelas, lobos con piel de oveja
Por:
  • jose-homero

En el desenlace de la serie televisiva Hinterland, el jefe de la policía pregunta a Prosser, antiguo superior suyo ahora retirado, por qué agredió sexualmente a los niños del orfanato bajo su cuidado. “No sé… supongo que tomé algo a cambio”, responde y añade que eran delincuentes juveniles, apartados de la sociedad, a quienes nadie quería; “sólo yo les demostré verdadero cariño”, agrega en una confesión a medio camino entre el sarcasmo y el autoengaño.

Esta justificación se ha convertido en típica de quienes ejercen una conducta abusiva. A menudo suelen ser personas poderosas que frente a la opinión pública se presentan como auténticos benefactores de un sector indefenso y relegado. Poco antes, el ex superintendente policiaco había expuesto al detective Mathias, el protagonista de la saga, que “había dedicado su vida a la comunidad”, amenazándolo, pues su expediente no resistiría el escrutinio. Rasgo común de los abusadores con posiciones de poder es que con frecuencia apoyan acciones benéficas, no con esa tenue indiferencia con que la practican los empresarios y figuras del espectáculo, sino con un fervor auténtico, siendo esta orientación la mejor máscara para disimular su comportamiento criminal.

Suele considerarse a la filantropía como expresión de amor por el otro y manifestación de una naturaleza bondadosa. En los antiguos términos eclesiásticos la caridad es una de las tres virtudes teologales. Sin embargo, a medida que proliferan denuncias, un cierto patrón comienza a asentarse en los bosques que antes se percibían floridos y perfumados y hoy se advierten oscuros, siniestros y pútridos: la actividad filantrópica, en especial aquella que permite controlar y someter a grupos inermes en un área delimitada, funge como una estrategia para instaurar un coto de caza privado. Piénsese en el mayor depredador sexual del Reino Unido y probablemente uno de los más infames de la época moderna, Jimmy Savile, quien bajo una prolífica labor altruista ocultó una no menos prolífica actividad predatoria hacia mujeres y niños a su servicio o cuidado. O en la Comunidad de Hermanos Cristianos, acusados en los principales países donde se asentaron —Australia, Reino Unido, Irlanda, Canadá— de agresiones sexuales en los orfanatos que instituyeron, y se advertirá el trazo por números. Las crecientes demandas en contra de Harvey Weinstein,

el otrora todopoderoso productor de Hollywood, han añadido un ejemplo más a este coctel perverso de filantropía y abuso sexual.

En un incisivo ensayo publicado el 14 de octubre en The New Yorker, Jelani Cobb señala este vínculo entre depredadores sexuales y la fachada de la respetabilidad caritativa (“Harvey Weinstein, Bill Cosby, and the Cloak of Charity”). Cobb sustenta su tesis en las trayectorias paralelas de Weinstein y Bill Cosby. Ambos se reputaron como hombres generosos, preocupados por beneficiar a minorías. Weinstein en especial detentó el papel de benefactor de las mujeres y en un impulsor del empoderamiento femenino, según reclamaba. Una de sus últimas donaciones fue para instituir una beca para mujeres cineastas en la escuela de cine de la Universidad del Sur de California —donación que ya fue rechazada. Asimismo contribuyó a la campaña de Hillary Clinton, amén de otras políticas, entre ellas la senadora Elizabeth Warren. La prodigalidad de Bill Cosby por su parte fue muy popular en los noventa, cuando ofrecía ayuda prácticamente a quien se la solicitara para proseguir sus estudios universitarios. Héroe de la comunidad afroamericana, Cosby afianzó esa posición cuando en 1988 donó a nombre suyo y el de su esposa, Camille, veinte millones de dólares al colegio Spellman, en Atlanta, Georgia; en ese entonces la mayor donación efectuada por un particular.

"La actividad filantrópica, en especial aquella que permite controlar y someter a grupos inermes en un área delimitada, funge como una estrategia para instaurar un coto de caza privado.”

Vidas paralelas

A despecho del sagaz trazo de Cobb, considero que el verdadero paralelismo de Harvey Weinstein es con el ya citado Jimmy Savile. Si bien Cosby detentó el apelativo de Padre de América y gozó de una fama tan cálida como duradera hasta su desmoronamiento reciente, no gozó de la entronización de Weinstein, quien se ufanaba de respaldar a Clinton y de contribuir al acontecimiento de una mujer como presidente de Estados Unidos. Eso, amén de que en una cultura cada vez más dependiente de las historietas y de los refritos como garantes del éxito, Weinstein se distinguió por un instinto infalible siendo el padrino de lo que diríamos el cine independiente taquillero. De Perros de reserva a Trainspotting; de Asesinos por naturaleza a Amélie, su nombre permaneceá ligado a lo mejor del cine en las décadas recientes. Ninguna imagen ilustra mejor su importancia que el abrazo que Barack Obama le brindó tras concluir su discurso de 400 mil dólares para la cadena de televisión A & E. Janice Min, una periodista especializada en casos de abuso sexual, señala ese momento:

Puedes descubrir una perspectiva en esto. Tu cabeza explotará cuando comprendas la imposibilidad de hacer explotar la cadena masculina. (“Harvey Weinstein, Hollywood’s Oldest Horror Story”, Maureen Dowd, The New York Times).

Descrito por The Guardian como “un filántropo prodigioso”, Jimmy Savile, un disc jockey que se convirtió en el único presentador del histórico y decisivo programa televisivo Top of the Pops, fue honrado por la Corona, primero como miembro de la OBE —la misma orden que se concedió a cada uno de The Beatles— y posteriormente como caballero del Imperio Británico, gracias a su faceta caritativa. Si el efusivo abrazo con que Barack Obama saludó a Weinstein tras concluir su discurso en abril de este año —privilegiándolo entre otros hombres poderosos que constituían la audiencia— fue el culmen de la influencia del productor dentro de la vida pública estadunidense, el hito en la vida de Savile fue su relación con la realeza británica. La reina Isabel II lo ordenó caballero y lo recibió en varias ocasiones; el príncipe consorte, Felipe, también lo distinguió visitando su programa televisivo de beneficiencia, Jim’ll Fix It. Gracias a amistades comunes y a su dedicación diríase profesional a la beneficencia, se convirtió en amigo cercano del príncipe Carlos, a quien conoció en una carrera de niños discapacitados durante la década de los setenta. Carlos solía llamarlo “el Loco de El rey Lear” de William Shakespeare, papel que Savile interpretaba a la perfección ofreciendo al príncipe heredero comentarios inusitados en cualquier otro cortesano, al punto de que fungiría como consejero matrimonial en su desventurada relación con la princesa Diana. No sólo eso, en ocasión de su aniversario ochenta, el príncipe le envió una caja de puros y un par de mancuernillas de oro con un recado que rezaba: “Nadie sabe lo que has hecho por este país, Jimmy. Este es en cierta forma un agradecimiento por todo.” El corolario fue que Savile era el único con puertas abiertas en las residencias palaciegas, las cuales solía visitar de manera inesperada y aunque los príncipes estuvieran fuera.

[caption id="attachment_655351" align="aligncenter" width="696"] Harvey Weinstein con Ashley Judd, una de sus denunciantes por acoso sexual. Foto: Especial[/caption]

La mayor aberración porno

Si la carrera de Weinstein está llena de pequeñas historias salaces, de episodios que de no ser espantosos serían propios de una comedia de baja estofa y también, por qué no decirlo, de reiteradas denuncias de acoso a las que ni sus amigos ni los medios de comunicación parecían dar crédito, la de Savile, desconocido entre nosotros pero uno de los personajes más trascendentes de la vida inglesa en décadas, es una suma de afrentas y de anécdotas propias de una mente depravada. Metía mano a sus edecanes en plena transmisión televisiva, se disfrazaba de botarga para asaltar a los niños enfermos, entraba subrepticiamente a las salas de los hospitales que había fundado para violar pequeños. Un hombre repugnante que fue amigo íntimo no sólo de los Windsor sino también de Margaret Thatcher; un hombre acusado de más de cuatrocientas violaciones a personas de toda edad y género, quien pese a acusaciones, artículos e investigaciones que lo involucraron mientras vivía, murió en olor de santidad en 2012.

Sería tras su muerte que la naturaleza de Savile saldría a flote incluso para pasmo de la BBC, cuya reputación de intachabilidad y objetividad saldría seriamente raspada. Hoy Jimmy Savile es sinónimo en Gran Bretaña de pedófilo brutal. Por desgracia la infamia únicamente lo alcanzó en la muerte. Por supuesto sus antiguos amigos declararon ignorancia, perplejidad, inocencia ante las revelaciones de sus víctimas. Claro está que el caso también exhibió la complicidad no sólo de los poderosos sino de los medios, como su propia casa, la BBC, que a pesar de las continuas recriminaciones no creyó conveniente investigar; de sus amistades aristocráticas, que a su vez no dudaron en contribuir a la imagen pública de Savile. ¿Quién habría creído a un niño de diez años que el sátiro Savile irrumpía en las salas de hospital a medianoche para violarlo? Nuevamente aparece aquí un patrón: prefiere creerse en la inocencia de los violadores que en las víctimas. Porque se privilegia la posición, no la verdad.

"La verdadera pornografía, como el cine de terror lo ha comprendido, reside en complacerse, solazarse diría, con lo que queremos ver, aunque conlleve degradación.”

El caso de Weinstein, como el de Savile, vuelve a tocar puntos conocidos. Al igual que con el inglés, durante años hubo rumores en contra de Harvey, incluso denuncias. Weinstein, a juzgar por lo que ha aflorado, no sólo patentizó ser un enfermo sexual sino también un mal hombre quien sometía a la humillación a sus colaboradores. Nadie escuchaba y hoy los resultados están a la vista. Un decurso típico más es que cuando se lanza la primera acusación contra un depredador se suman más voces en un coro de lamentos que es también una recriminación colectiva. Sucedió con los hermanos cristianos de Australia, cuya espeluznante atrocidad se compendia en la repelente investigación Empty Cradles de Margaret Humprey.

“La mezcla de la devoción con la inmoralidad no era un hecho excepcional y parecía que la una servía para encubrir a la otra”, sentenció Alexandre Dumas. Tras los ejemplos argüidos resulta evidente que la mayor pornografía nada tiene que ver con la exposición del acto sexual y la variedad de manifestaciones del deseo. La verdadera pornografía, como el cine de terror lo ha comprendido, reside en complacerse, solazarse diría, con lo que queremos ver, aunque conlleve degradación. La verdadera pornografía es no ver lo evidente sino las justificaciones; las cortapisas. El cine de terror conoce desde la década de los noventa el concepto de torture porn, porno de tortura, referente al subgénero cuya principal razón de ser es mostrar pena y dolor; caso emblemático, Hostal. Siguiendo esta tónica, la mayor aberración porno sería la filantropía vinculada con la explotación sexual. Preferimos continuar en la órbita de la iglesia y asumir que la caridad es una virtud teologal mientras la realidad nos decepciona una y otra vez, patentizando que a menudo las obras de caridad, el mecenazgo de hospitales, orfanatorios, escuelas, oculta un interés perverso: permitir que los lobos cuiden a las ovejas y elijan a sus víctimas con toda tranquilidad. Sin que nadie los moleste.