Hasta luego al dandy de los trajes blancos

Hasta luego al dandy de los trajes blancos
Por:
  • ignacio_herrera_cruz

A lo largo de los años setenta, mediante lamentables traducciones procedentes de España, se dio a conocer en el mundo de habla hispana a Tom Wolfe, fallecido el 15 de mayo de este 2018, uno de los tres principales divulgadores de lo que se llegó a conocer en los años sesenta como el nuevo periodismo.

Al lado de Truman Capote y Norman Mailer, Tom Wolfe popularizó el empleo de las técnicas novelísticas en reportajes de largo aliento. Él en particular usó de escaparate el suplemento semanal del New York Herald Tribune, ahora la revista New York, además de Esquire, y posteriormente Rolling Stone y Harper’s, para desarrollar una técnica caracterizada por el uso de onomatopeyas, mayúsculas, signos exagerados de puntuación y una concepción barroca de las palabras con la que describía diferentes situaciones y personalidades de manera panorámica e impresionista.

Entre enero de 1966 y agosto de 1968, los tres principales frutos de esa escuela —novedosa por las técnicas publicitarias a su alrededor—: A sangre fría —que continúa como el modelo a imitar sobre el tratamiento a profundidad de unos asesinos y las consecuencias

de sus actos—, Los ejércitos de la noche —el uso ensoberbecido de la primera persona en un acontecimiento colectivo y a la vez una reconstrucción objetiva de ese mismo hecho—, y The Electric Kool-Aid Acid Test (Gaseosa de ácido eléctrico, Júcar, 1978, o Ponche de ácido lisérgico, Anagrama 2000), que según la reseña en The New York Times “No es simplemente el mejor libro sobre los hippies. Es el libro esencial”, expusieron los alcances artísticos del mejor periodismo, capaz de sobrepasar e imponerse a esquemas cerrados de ficción.

"Al lado de Truman Capote y Norman Mailer, Tom Wolfe popularizó el empleo de las técnicas novelísticas en reportajes de largo aliento. Él en particular usó de escaparate el suplemento semanal del New York Herald Tribune.”

Wolfe, nacido en Virginia en 1930, llegó soberbiamente equipado al reporteo para comprender el mundo a su alrededor. Tenía un doctorado en Yale en Estudios Americanos y había hecho su aprendizaje en diferentes publicaciones, entre otras The Washington Post que nunca valoró su talento, por lo que se mudó a Nueva York en 1962; nunca la abandonaría.

En el decadente New York Herald Tribune, al lado del columnista del detalle colorido de la vida neoyorquina, Jimmy Breslin, y bajo el comando del editor Clay Felker, Wolfe lo convirtió en lectura obligada los domingos, por su prosa y desenfado, diferente a la costumbre de los grandes periódicos.

EN 1965 APARECIÓ una selección de los 22 mejores trabajos de Wolfe recopilados en The Kandy-kolored Tangerine-flake Streamline Baby (hay ejemplos aislados traducidos por vez primera en los Cuadernos Ínfimos de Tusquets en 1972 como El coqueto aerodinámico rocanrol color caramelo de ron). Destaca su reportaje sobre Las Vegas, en el que empieza usando al infinito la palabra hernia, y el trabajo central sobre los coches arreglados. Kurt Vonnegut, en su reseña para The New York Times, escribió: “Tom Wolfe es el periodista más emocionante —o, al menos, el más estridente — que ha aparecido en algún tiempo.”

Con El coqueto aerodinámico Wolfe obtuvo fama internacional; su prosa sobrecargada, su atención al detalle y su elección de temas aparentemente superficiales de los que revelaba facetas y ángulos inesperados le acarrearon imitadores, parodistas y seguidores.

Ya con un nombre establecido, Wolfe dejó reportajes memorables (recopilados en La izquierda exquisita & mau-mauando al parachoques, de 1970, y La banda de la casa de la bomba y otras crónicas de la era pop, de 1968), como el de la cena que la alta burguesía neoyorquina le ofrece a los revolucionarios Panteras Negras, en el departamento de superlujo del director de orquesta Leonard Bernstein:

... Todo es correcto. Se trata de criados blancos, no los tradicionales criados negros, sino blancos sudamericanos. Lenny y Felicia son unos genios. En definitiva, los sirvientes tienen suma importancia. Son una obsesión para la izquierda exquisita... si das una fiesta en honor de los Panteras Negras... evidentemente no puedes tener un camarero y una doncella negros...

El escritor de vestir inmaculado, con sus muy característicos trajes blancos y sombreros que se volvieron legendarios, estableció lo que los periodistas siempre habían sostenido: que su profesión era una rama valiosa de la literatura, y no una subordinada olvidable. Su paso a fondo por la formación universitaria equipó a Wolfe para la teoría y defensa de sus postulados; con su antología titulada El nuevo periodismo (1973), mostró la variedad de sus recursos narrativos y mezcló escritores de diferentes nichos, de Joan Didion a Hunter S. Thompson, pasando por Michael Herr o el considerado pionero, Gay Talese.

SU PERSPECTIVA CRÍTICA y sus dotes como polemista se manifestaron principalmente en dos ensayos fundamentales: La palabra pintada (1975) y ¿Quién teme al Bauhaus feroz? (1981); en ambos, Wolfe, devenido en Lutero de la iglesia del arte, expone las falacias del modernismo tanto en la arquitectura, en particular la corriente encabezada por Walter Gropius —“Nuestra historia comienza justo después de la Primera Guerra Mundial”—, como en el expresionismo abstracto —“La palabra literario se convirtió en una clave para designar todo aquello que parecía inevitablemente reaccionario en el arte realista”.

Si para ver en una pintura lo que quiso decir su creador es necesario tener una teoría explicativa y no sólo el simple gusto, es que el arte está prostituido. Según Wolfe, eso reside en que la alta burguesía se ha apropiado de los logros de arquitectos y pintores, y en su afán mercantilista los ha impuesto al resto de la sociedad, una tendencia expropiativa de lo que surge como una preocupación política derivada hacia la estética y que al final es cooptada por el poder económico.

Wolfe también fue un muy buen caricaturista, buenos ejemplos de eso los tenemos en La década púrpura (1982), un volumen de tamaño mayor a lo usual para destacar el dibujo de trazos económicos.

Su primer libro trasladado al cine, The Right Stuff (Lo que hay que tener, 1979) narra los inicios del proyecto espacial estadunidense y sus superhombres en constante reto al destino:

Estaba yendo más de prisa que ningún otro hombre de la historia y allá arriba había un silencio casi absoluto [...] Era el amo del cielo. Su soledad era una soledad de rey, única e inviolable, sobre la cúpula del mundo.

La película Elegidos para la gloria (1983), dirigida por Philip Kaufman en un tono sobrio durante casi tres horas de duración, cuenta con una de las mejores actuaciones de Sam Shepard en el papel de Chuck Yeager, un piloto de pruebas que no fue astronauta, por cierto.

Tanto en The Right Stuff como en The Electric Koool Aid se desprende una serie de propósitos: recuperación de estados mentales ya sea bajo los efectos de las drogas (gaseosa) o mediante la omnipotencia de volar; pormenorización de los códigos y mecanismos operativos de clanes muy cerrados y por ello tierra virgen para un observador ajeno; seguimiento de una comunidad autorregulada y su relación con grupos extraños (los astronautas como celebridades, los Alegres Pillastres de Ken Kesey y su fiesta con Los Ángeles del Infierno); hallazgo de la esencia de lo americano en ambos casos.

EN MÉXICO, la asimilación de la veta reporteril de Wolfe —y de toda la corriente que él representaba— ocurrió mediante el filtro de Carlos Monsiváis, y a partir de Monsiváis se extendió en la siguiente generación formada en el suplemento La cultura en México, que la diseminó en diferentes publicaciones y variantes que perduran hasta la fecha.

"Wolfe concibió su proyecto novelístico como un fresco de su sociedad y su tiempo, con lo alto y lo bajo, con sus miedos y aspiraciones, a lo Balzac, y en oposición al posmodernismo.”

En el verano de 1984 Wolfe dio un importante giro a su carrera: publicó su primera novela, primero por entregas en Rolling Stone, siguiendo el ejemplo de —entre otros— sus ídolos Émile Zola y William Thackeray; la tituló La hoguera de las vanidades, la reescribió a fondo y ya en forma de libro (1987) efectuó una disección de la ciudad de Nueva York a fines de los años ochenta, de los contrastes entre los “amos del universo”, los corredores de bolsa de Wall Street que se enriquecían con la especulación, y el sistema de justicia que se dejaba manipular por las presiones políticas.

La novela alcanzó gran difusión. Con la venta de los derechos fílmicos Wolfe  pudo comprarse un departamento de doce habitaciones en la zona más lujosa de Manhattan. En un giro irónico, la película homónima (1990), dirigida por Brian De Palma y que tenía todos los ingredientes para el éxito, un realizador respetado y un reparto de lujo (Tom Hanks, Melanie Griffith, Bruce Willis, entre otros), resultó un fracaso de crítica y taquilla.

Sin embargo, a la crítica de cine de The Wall Street Journal, Julie Salamon, el estudio responsable —Warner Bros.—, con la aceptación de De Palma, le permitió acceso total desde la etapa de preproducción hasta que salieron los primeros juicios del filme, el libro resultante, The Devil’s Candy: The Bonfire of the Vanities Goes to Hollywood es un complemento ideal tanto para la novela de Wolfe como para la película, y es una prueba perfecta de los postulados del nuevo periodismo.

Antes de embarcarse en novelas excesivamente extensas, Wolfe nos dio un pequeño relato, Emboscada en Fort Bragg, que apareció originalmente en Rolling Stone, incluido en su colección en inglés Hooking up (2000). Ediciones B lo publicó en nuestro idioma en El periodismo canalla y otros artículos (1997), y Wolfe describe cómo los medios de comunicación manipulan las noticias en los tiempos del “infoentretenimiento”, un anticipo de las ahora llamadas fake news.

Sus tres novelas finales resultaron cada vez más decepcionantes. Todo un hombre (1998), ubicada en Atlanta, se centra en Charlie Croker, un empresario de bienes raíces cuyo imperio se desmorona; a la vez está la historia de un jugador estrella de futbol americano a quien se acusa de violar a la hija blanca —él es negro— de otro empresario.

Pese al conjunto fallido, hay dos puntos donde las dotes de observación de Wolfe son notables al aplicarse a la clase trabajadora, cuando relata lo que significa trabajar en un almacén de carne con temperaturas bajo cero y lo que implica caer en prisión.

Yo soy Charlotte Simmons (2004) es una narración de la vida estudiantil universitaria, vista desde los ojos de la joven de los apalaches Charlotte Simmons, quien es aceptada en la elitista universidad Dupont; pierde la virginidad y la ingenuidad en contacto con una realidad más materialista, hedonista y prosaica. La descripción de un encuentro sexual de Charlotte es realmente lamentable y señala los límites imaginativos del autor, por lo que es el peor de sus libros.

Back to Blood (Bloody Miami, 2012) es la visita de Wolfe a un sur muy diferente de aquel donde creció y a una ciudad donde la población extranjera, que habla otra lengua, se ha apoderado del control de la misma. El pretexto es relatar los problemas de un policía de orígenes cubanos, Nestor Camacho, y de un editor anglosajón de sangre azul, Edward T. Topping IV, para manifestar cómo una sociedad anglosajona debe adaptarse a una realidad en la que la comunidad latina ha establecido las reglas. El alcalde cubano le dice al jefe negro de policía: “Si realmente quieres comprender a Miami, debes entender una cosa antes que todas. En Miami, todos odian a todos”.

WOLFE CONCIBIÓ su proyecto novelístico como un fresco de su sociedad y su tiempo, con lo alto y lo bajo, con sus miedos y aspiraciones, a lo Balzac, y en oposición al posmodernismo tipo John Barth y a la literatura intimista a la John Updike.

En septiembre, la editorial Anagrama publicará El reino del lenguaje, el último de sus libros, donde externa su rechazo tanto a la teoría de la evolución como a las ideas de Noam Chomsky sobre el lenguaje —un integrante de lo que Wolfe ha etiquetado como marxismo rococó.

De Tom Wolfe habrá que rescatar, mediante la lectura o relectura de sus trabajos periodísticos, el gusto por ir a contracorriente sin temor a exponer sus ideas, y su creencia de que la experiencia humana merece contarse con ironía.