Hefner: el depredador dominante

El amplio criterio de quien ideó el concepto de conejita no desplegaba la misma apertura en su exigencia relativa a las chicas de la puerta de al lado que encarnaban el sueño americano y que, por lo tanto, tenían el derecho de aparecer en la portada de Playboy. Jairo Calixto Albarrán revisa la figura de Hefner, el empresario, así como los elementos de su puesta en escena personal y profesional, todo ello a partir de la producción, disponible en Amazon, que cuenta la historia del magnate de lo cachondo.

Playboy
PlayboyFuente: imdb.com
Por:

En plena adolescencia, con las hormonas a tope, pasaba largas tardes en casa de mi abuela. El ocio me llevaba a andar husmeando en las habitaciones guiado por el aburrimiento, así que abría cajones y closets, miraba en armarios y repisas, hasta que un día en la recámara que había sido de mis tíos, resguardadas bajo unas tablas, di con su colección de Playboy que devoré no por los desnudos sino por los artículos, claro. El aburrimiento estaba oficialmente abolido.

No hay duda de que hubo una época en que todos queríamos ser Hugh Hefner con su harén de conejitas, fiestas apoteósicas en la Mansión Playboy y una impecable reputación de viejo cochino que no se dejaba una para comadre. Luego resultó que en realidad no era el gran luchador por las libertades, fundamentalmente sexuales, frente a una sociedad yanqui que quería vivir la posguerra desde el puritanismo del Mayflower, sino que desde la óptica de los estudios de género y el feminismo, se trataba de una suerte de proxeneta machista, falocentrista y heteropatriarcal que convertía a las mujeres en objetos.

De eso y mucho más hemos sido testigos porque Hugh no dejó ningún misterio a la deriva (pero no está mal recordar que fue un aguerrido defensor de los derechos civiles y la libertad de expresión), sobre todo cuando decidió abrir las puertas de su mítica mansión para un reality show que se metió hasta en sus pantuflas y pijamas de satén, mientras trataba de capotear a sus tres esposas, a cual más de pesadas e irrespetuosas con un icono de sus dimensiones.

Prácticamente no había secretos que Hefner hubiera mantenido a buen resguardo, salvo uno en particular: el proceso de construcción de un mito y sus mitologías. Así, Amazon produce American Playboy: The Hugh Hefner Story. Construye una narrativa que va del documental a la recreación, de la teatralidad al apunte fílmico, con el fin de horadar el alma de este personaje movido por su urgencia de huir del godinato y reinventarse a la manera del carismático editor de una revista de estilo de vida, sustentada en la reacción de los santurrones tiempos de la posguerra frente a los desnudos femeninos que ganaban público por el glamour del que se rodeaban. No era sólo una colección de encueradas que comenzaban a proliferar, sino explorar el portal de la estética WASP que venía en construcción con las chicas de calendario y la picaresca pulp: dotar a esas mujeres de un cierto refinamiento, un desenfado natural, un despojarse de prejuicios y atavismos con la misma gracia con la que se iban despojando de sus limpios ropajes.

Ésta, a diferencia de la mayoría de las biopics, no olvida que
el self-made man en realidad no se hace solo .

No por nada el colmillo en proceso de retorcimiento de Hugh eligió a Marilyn Monroe para la portada de la primera edición de la revista. Una auténtica cacería que después de no pocos e intrincados obstáculos, finalmente fue posible.

Ya luego vendría la sexplotation, la fotografía de Russ Meyer y sus salvajes heroínas de tetas implacables como Tura Satana, la aparición de Vampirella, Elvira y hasta la llegada de Penthouse, con Bob Guccione a la cabeza, como respuesta más ruda, kinky, abrasiva que Playboy, y luego otra todavía más brava, desmecatada, cochinona y políticamente más corrosiva: Hustler, de Larry Flint, pero ésa sí ya es otra historia.

La experiencia tan estresante que significaba conseguir las fotos llevó a Hugh a comprender que tendría que dejar de depender cuanto antes de los fotógrafos que le vendían las imágenes de aquellas chicas que encarnaban el sueño americano. En vez de eso decidió armar su propio staff para desde ahí moldear sus ideales, prácticamente ergonómicos, sobre quiénes pasarían a adornar su publicación, cosa que desde entonces lo volvió el depredador dominante en la cultura de lo cachondo.

Pero si la política de desnudos de Playboy era implacable y rozaba cierto tufo darwinista, en otras materias el gran editor que habitaba en la mente de Hefner no podía ser de criterios más amplios, quizá debido a todo ese jazz del que se alimentaba y que no sólo encontró espacio en aquellas páginas, sino que fue puesto en los escenarios que ampararon el Playboy Jazz Festival. Por eso podemos ver firmas tan diversas en los artículos, cuentos y ensayos que poblaban el mensuario: Kurt Vonnegut, Hunter S. Thompson, Vladimir Nabokov, Joyce Carol Oates, Roal Dahl, Jack Kerouac, Ray Bradbury; una nómina de espléndidas plumas que incluyen inusitadamente a Jorge Luis Borges y Gabriel García Márquez, y que sólo Rolling Stone o The New Yorker podrían reunir.

Aunque la teatralidad de la puesta en escena suplanta la superproducción que uno esperaría para un icono como Hefner, esta serie recuerda, como sucede en The Last Dance (el documental de ESPN y Netflix sobre Michael Jordan), que las grandes luminarias no se hacen solas, que se requiere de un equipo para lograr el objetivo. Y alrededor del éxito de Playboy pululan desde la secretaria hasta los editores, fotógrafos y escritores, cuyo trabajo es reconocido en esta producción que, a diferencia de la mayoría de las biopics, no olvida que el self-made man en realidad no se hace solo.

La parte documental es exhaustiva: pietaje de los comienzos, imágenes íntimas de los protagonistas, la voces de quienes eran habituales de fiestas, pachangas, orgías en la legendaria gruta, pero también de aquellos que reflexionan sobre la significación de Hefner y su revista: Gene Simmons, Jessie Jackson o el distinguidísmo Bill Maher, provocador y desmesurado comentarista político en HBO.

Quizá está mal decirlo, pero Hugh Hefner vivió demasiado. Tanto que se topó con los agrios señalamientos de las feministas, el advenimiento de las nuevas tecnologías e internet, que lo agarraron con los dedos en la puerta, tanto que su innecesaria exposición en la telerrealidad horadó su prestigio. Afortunadamente para su leyenda, Hugh alcanzó a expresar su vergüenza por haber tenido a Donald Trump en la portada de Playboy.

JAIRO CALIXTO ALBARRÁN (Ciudad de México) ha ejercido el periodismo cultural y el humor político en medios impresos, particularmente Milenio, así como en radio y televisión. Es autor de Episodios nacionales (2007).